Por cuatro años, en proyectos y discursos, el Presidente Enrique Peña ha prometido oro, paz y pan, pero lo que se ha obtenido es desigualdad social, descontento político, criminalidad detonada y economía desmoronándose.
Incluso en víspera de su Cuarto Informe de Gobierno, el hombre fuerte de México, con múltiples frentes abiertos, siguió tropezando.
Pese a su limitado 23 por ciento de aprobación -encuesta Reforma-, Peña Nieto es el Presidente de México y, como tal, no es su obligación conversar con un candidato a la Presidencia de Estados Unidos, pero lo hizo con el republicano Donald Trump.
El pretexto esgrimido ante la periodista Denise Maerker, cuando dijo que promovió la plática para proteger a los mexicanos ante los discursos -amenazantes de Trump-, se descalifica solo; basta recordar que el candidato lleva 13 meses insultando, o como prefiere definirlo el Presidente, amenazando a los mexicanos sin que el Ejecutivo haya tenido una respuesta digna.
Porque eso de comparar -hasta marzo de 2016- los discursos estridentes y estrategias del millonario con los de Mussolini y Hitler, para después invitarlo a tomar un café, hacen ver al mandatario tan irresoluto y minado como los cientos de niños sin clase y la ausencia de control de los maestros de la CNTE.
Peña y su gente organizaron ese circo, como si no tuvieran un desfile de desatinos a cuestas: los asesinatos de civiles a manos de fuerzas del orden en los últimos cuatro años en Apatzingán, Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, Nochixtlán; o de la cuestionable y millonaria adquisición de la “Casa Blanca” o el departamento en Miami por parte de su esposa; o la tesis plagiada del Presidente.
O las acusaciones de corrupción contra los gobernadores del PRI, Javier Duarte en Veracruz, César Duarte en Chihuahua, Roberto Borge en Quintana Roo y el ex gobernador Rodrigo Medina en Nuevo León. Asuntos por los que podrá pedir perdón mil veces, sin quitarse el estigma de la corrupción.
En ese escenario, el Presidente mexicano invitó al candidato extranjero que más ha insultado a la raza azteca públicamente, solo para legitimar al norteamericano en su conducta agresiva, su discurso estridente y sus amenazas, a través de un “encuentro constructivo”.
Obvio, nadie quiere que se lie a golpes con un hombre de 70 años, pero definitivamente no era el momento para “limar asperezas”, justo horas antes de cumplir su cuarto año de gobierno, entregar su Cuarto Informe, e iniciar públicamente su jornada de autoalabanzas por mil 460 días de trabajo.
Menos con seis reformas estructurales aprobadas casi tres años atrás que siguen sin dar resultados. Con el precio del combustible y energía eléctrica en alzada continua, lo mismo que el valor del dólar frente al peso.
O el desalentador informe del Banco de México que detalla cómo entre abril y junio México vivió una salida de capitales por 4 mil 764 millones de dólares, el déficit de inversión de cartera más grave desde el primer trimestre de 2009. O el hecho de que las expectativas de crecimiento se redujeron de 2.5 a 1.7 por ciento. Y que en marzo, la agencia Moody´s cambió de “estable” a “negativa” la perspectiva de calificación de la deuda del gobierno mexicano. O los millones de pobres que entre 2012 y 2014 aumentaron en 2 millones de personas.
El escenario del Cuarto Informe del Gobierno Federal no es, pues, el mejor. Tras cuatro años, sigue sin poder controlar los homicidios, el narcotráfico y demás actividades delictivas generadas por el crimen organizado que amenazan el país. De hecho, bajo la gestión peñista se ha empoderado el grupo del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Con un mal cuatrienio y la desatinada invitación, como informen y lo que informen, no será suficiente publicitar decenas de historias de éxito, que aunque plausibles, en lo individual no reflejan la realidad de un país con 119 millones 530 mil 753 habitantes (inter-censo 2015), de los cuales más de 53.3 millones son pobres.
Cierto, México como país sigue andando -pero con un motor maltrecho al que no se le ha dado el mantenimiento requerido- por inercia. Eso que dijo el Presidente, que “a todos en términos generales les está yendo bien”, es irreal. Mucha gente no puede sostener el nivel de vida acostumbrado, otros no pueden mantener a sus familias, algunos niños ni siquiera pueden asistir a clases, hay comunidades completas amenazadas por los cárteles de la droga, y una ola de sangre que recorre el país.
Con solo dos años de gestión restantes, si de verdad quiere dejar un legado, a Peña no le quedan muchas opciones, puede empezar por cumplir con ese discurso de “enfrentar las amenazas”. Enfrentar a los miembros del crimen organizado, a las corporaciones corruptas, a los políticos que abusan del erario y del poder, meter a varios de ellos a la cárcel y obligarlos a regresar lo que le han robado a los mexicanos, empezar en casa.
Pero se trata de avanzar de las “conversaciones productivas” a las acciones comprometidas. Esto, si realmente quiere combatir lo que ha definido como el mal humor social.