Santa Anna, emulando en torpeza al Jefe enemigo, dispuso que se defendiera el punto, sin mandar elementos. En los días 12 y 13 Chapultepec sufrió el fuego del enemigo y defendido brillantemente por la guarnición, que dispuso de los alumnos del Colegio militar allí establecido, hubo de rendirse. Un refuerzo inoportunamente enviado por Santa Anna y conducido por el valeroso Coronel Don Santiago Xicoténcatl, no pudo llegar sino para ser despedazado en la colina. En ese sitio tuvieron muerte de héroe el Coronel Xicoténcatl, el Ingeniero Don Juan Cano y los Niños pertenecientes al Colegio miliar, cuya memoria perpetúa la admiración, en un monumento que saludan con ternura no solo nuestros compatriotas sino los hijos del pueblo invasor.
Siguieron los ataques a las garitas y entró por fin el Ejército norteamericano en la ciudad que iba a servirle para aguardar cómodamente los resultados de la invasión. Durante los dos primeros días de la ocupación de México por los norteamericanos hubo una resistencia popular que en vano se intentó aprovechar para expeler al extranjero. La ciudad estaba perdida.
Santa Anna hizo dimisión de la Presidencia y entró a desempeñarla el íntegro Magistrado de la Corte Suprema Don Manuel de la Peña y Peña. El Gobierno se instaló en Querétaro. Convocadas las cámaras, nombran Presidente al General Anaya, con el carácter de interino y se reanudan las negociaciones de paz que terminaron con el Tratado de Guadalupe Hidalgo (2 de febrero de 1848).
Como desde que comenzó la guerra habían ido expediciones militares del enemigo a los territorios codiciados por el Gobierno de los Estados Unidos. Para la fecha del Tratado ya tenían bajo su poder toda la inmensa zona fronteriza del norte. Fue preciso cederle Texas, extendido hasta el Bravo, Colorado, Nuevo México, Arizona y la Alta California. México en cambio recibía una indemnización de 15, 000, 000 de pesos. ¿Por qué –se dirá– el vencedor pagaba una indemnización al vencido? Lo acostumbrado es, por el contrario, que quien pierde la guerra pague a su vencedor los gatos de ella. En el caso de esta guerra el gobierno de los Estados Unidos pagó indemnización para legitimar su expoliación presentándola artificiosamente como una compra libremente concedida por México. Así creía que podría evitar los reproches del partido adverso a la guerra que era muy respetable.
Parece ser que un candidato que pretende llegar a la Presidencia de los Estados Unidos quiere revivir la herida que sangró a México en una guerra totalmente desigual, y que el Señor Trump ni la conoce, porque nada le costó porque él también es migrante. Es tan rabioso porque es un clon de Hitler aunque Trump no sea ni será un estadista. ¿Querrá el Señor Peña Nieto imitar al Señor Santa Anna y dimitir a la Presidencia por miedo al espíritu endiablado de Hitler encarnado en candidato republicano Donald Trump?
*Con narrativa histórica del libro “México falsificado” de Carlos Pereyra.
Vicente Martínez Méndez
Tijuana, B. C.