La invasión (conquista) de México fue un fantástico negocio, pues aportaba grandes utilidades a hampones invasores, y a los soberanos españoles les correspondía el 20 % del botín.
Para saber dónde estaba el tesoro de Moctezuma, Cortez ordenó torturar a Cuauhtémoc quemándole los pies y manos mojándoselas con aceite, acompañándolo en el tormento Tetlepanquetzaltzin, quien le pidió permiso para hablar y cesar el tormento, a lo que Cuauhtémoc contestó: “¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?”
Tras el episodio de la tortura, Cuauhtémoc quedó tullido y cojeó, las heridas de Tetlepanquetzaltzin fueron peores. El 28 de febrero de 1525, en un lugar del estado de Tabasco, hoy el actual municipio de Tenosique, bajo una ceiba, árbol sagrado de los mayas, fue ahorcado Cuauhtémoc, Couanoctzin y Tetlepanquetzaltzin.
Antes de ahorcar a Cuauhtémoc, dijo: “Oh, capitán Malinche, días a que yo sabía, y había conocido tus falsas palabras; que esta muerte me habías de dar; porque me matas sin justicia”.
Cortez los mató para que la tierra de los aztecas se quedara sin señores y líderes naturales; él siempre procuró matar a los aztecas más importantes, y a sus familiares hasta nietos, y así oscurecer su historia y sus glorias; destruir sus ciudades, sus monumentos, sus templos y su cultura. Durante más de 300 años siguieron destruyendo sistemáticamente ciudades, obras de arte y códices que hablaran a los indígenas de un pasado mejor. Encima de los templos y grandes monumentos indígenas, ya destruidos, fueron construidas decenas de iglesias cristianas, con el fin de cristianizar a los indígenas.
Resulta difícil imaginar que, al consumarse la invasión (conquista) entre los antecesores de aquellos infelices que habían pasado a ser vasallos y esclavos de la Corona Española, hubiera grandes urbanistas, escultores, joyeros, matemáticos, poetas y orgullosos guerreros. A partir de la muerte de Cuauhtémoc y la derrota de los aztecas, fue decretada por la Corona Española esclavitud para los aztecas y sus partidarios. Según escribió Fray Toribio de Benavente: “Además del primer hierro del Rey, cada uno que compraba el esclavo le ponía el suyo, tanto que toda la faz, de varios de ellos la tenía escrita.
En 1530, el gobernador Nuño de Guzmán organizó el tráfico de esclavos a las Antillas. Tal proporción alcanzó el negocio que la oferta superó a la demanda y el precio de los esclavos bajó a cuatro pesos por cabeza, igual que las de una oveja. Los esclavos que no eran vendidos eran los de los hacendados. Cortez entregó miles de indígena “en encomienda” a españoles que a cambio de gobernarlos y procurar recibieran religión católica, adquirieran el derecho de cobrarles tributos, y ponerlos a trabajar en las minas y haciendas, con poco o ningún salario. Los indios soportaros sus desgracias durante más de 300 años, y paralizados por el terror, despojo de sus bienes y mujeres, y conscientes de su impotencia para defenderse.
Continuará…
Guillermo Zavala Guerrero
Tijuana, B.C.