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domingo, octubre 6, 2024
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Luces de Bengala

Santiago es el Santo Patrón de mi barrio en San Luis Potosí. Y las fiestas cada agosto. El jolgorio empezaba por la madrugada terminando casi a medianoche. Todos los días durante dos semanas. De niño me llevaban “a ofrecer cera”, que así llamaban a gruesas y largas velas. Huacalito en la espalda con fruta. Todo se lo llevábamos al Santo. Nos vestían como “inditos”. Camisa sin cuello y calzón largo atado a la cintura con paliacate rojo. Todo de manta blanca tosca y por eso rasposa. Huarache suela de llanta. Sombrero delgado. Rojos cinta y filetes del ala. Las niñas vestidas de floridas “chinas poblanas” o enaguas y blusa de percal. Trenzas infaltables con listones de colores chillantes. Rebocitos de Santa María. A las chamacas les pintaban los labios y a nosotros bigotes.

A cada calle del barrio le tocaba su día de fiesta. Colguijes de adorno. Cuadros papel de china con recortes formando figuras. Pegados a un mecate atravesando la calle desde azoteas. Ventanas y puertas resaltadas con tiras de grueso papel crepé. Infaltables los colores de nuestra bandera.

El caminadero de niños y padres empezaba por la tarde. Atrasito de señores cargando enormes cuadros o imágenes de Santiago Apóstol. Al último de la procesión iban los arrepentidos purgando sus pecados públicamente. Cargaban enormes maderos o gruesos atados de ramas. Otros azotándose la espalda con correas de cuero. Sangraban. Y encapuchados soportando espinosos nopales en pecho y espalda. Les colgaban de un cordel desde el cuello.

Abriendo paso iban dos hombres. Traían el cochambre de pólvora en piel y ropa. Tizón en mano. Así encendían mecha a poderosos “cuetes” de vara larga. Subían veloces silbando. Estallaban en lo alto tan fuerte como para taparse los oídos. Luego seguía la primitiva banda musical. Nada de tocar por nota. Trompeta y trombón. Platillos y clarinete. Tambora y tamborcillo. Nada de violines. “La Adelita”, “Dios Nunca Muere”, “Sobre las Olas”, “La Barca de oro”. Total, repertorio nutrido. Música sin parar. Cuetes, tamborazos y procesión admiraban. Madres, padres, hijos y demás parentela salían de casa. No aplaudían el paso de la comitiva pero se emocionaban. Saludaban. A los enfermos les abrían la ventana y si tullidos había eran sacados en sillas a la banqueta. Fiesta para todos.

Llegar la procesión al atrio de la parroquia y entrar, era un aturdimiento. El campanario no paraba. Los monaguillos se daban vuelo en las alturas. Y abajo, entrega de ofrendas entre padrenuestros y avemarías. Señoras entrando de rodillas a la iglesia. Y otros enseñando a sus hijos persignarse. Allí fue donde aprendí.

A la salida, nos esperaban las grandes cazuelas con manteca hirviendo para freír enchiladas. Puestos de tacos y tostadas. Chicharrón durito en grandes chiquihuites. Algodón pegajoso dulce deshaciéndose en la boca y nada llenador. Bancadas en cuadro con el juego de lotería. “¡La calavera!”, “¡El borracho!”, “¡El catrín!”. Y uno iba poniendo frijoles en cada figura pregonada. Muñecas, monas, juegos de vasos y jarra eran los premios. Luego venía “la pólvora” conocida ahora como juegos pirotécnicos.

A esa hora el caserío del barrio se quedaba a solas sin peligro de rateros. Todas las familias en el parque. A los niños nos daban una luz de bengala para entretenernos. Música en el kiosco. Damitas dando vueltas al jardín. En sentido contrario los jóvenes ofreciéndoles flores. Si alguna la aceptaba era motivo para caminar a su lado. Así empezaban los romances. Allí tuve mi primer noviazgo.

Cuando el reloj de la iglesia soltaba sus diez campanadas hacían bueno aquello de “aquí se rompió una taza y cada quien para su casa”. Era necesario dormir unas horas. Es que en la madrugada nos despertaban otra vez los “cueteros” abriendo paso a la serenata. La banda recorría calle en turno de fiesta. Hacían alto frente a casas en especial. Tocaban varias piezas. Entre una y otra café o té con hojas de naranjo para cada músico. Infaltable “piquete”. Los habitantes de esas viviendas se comprometían con el párroco a patrocinar el borchinche. Por eso la preferencia.

Naturalmente “cuetes” y música obligaban al vecindario dejar sueño y salir a la puerta. Unos veían. Otros contoneaban o seguían en tandariola. Pero los chamacos nos despertábamos a ver “la marmota”. Algo así como un gran globo de papel. Casi de a metro a la redonda. Una vela adentro y en el extremo superior de un madero. Tan alto como poste pero más delgado. Un hombre hábilmente bailaba aquello. Primero sosteniéndola en la palma de su mano izquierda. Y la otra le servía para darle vueltas al artilugio con el ritmo. Por eso me encantaban las fiestas de mi barrio. El ruido. “Los cuetes” y las luces de bengala tarde, noche y madrugada. Nunca nos distraían. Eran atractivos.

Desde nuestra niñez muchos hemos sido amantes de las tradiciones. Ya no se ven tanto en las grandes ciudades, pero siguen en rancherías y pueblos. Por eso me extrañó cuando Vicente Fox dijo que “…los mexicanos no deben distraerse con el ruido, los cohetes y las luces de bengala que circulan allá afuera”. Le falló con la comparación. No tuvo tino en el lenguaje. El “allá afuera” es despreciativo. Las expresiones políticas son de mensaje o doble sentido. Elegantes o rudas según el caso. Pero el Presidente no sabe cómo. Quiso decir que le choca cuando los periodistas ponemos atención en las noticias y no en su quehacer.

El ruido, los cohetes y las luces de bengala a que se refiere Fox no distraen. Son tristes novedades. Ejecución de cristianos en el Distrito Federal. De a montón en Morelia. Muchas en Guadalajara y tupidas en Sinaloa. Cada matazón es noticia. También si encarece el dólar. O el asalto a la CNI con el desentendimiento oficial. Primero vacaciones y luego el deber. Su falla en los planes sobre la inflación. El ajusticiamiento de un diputado. Saber los cambios en el gabinete antes que el presidente los anuncie y por eso ya no son noticia. Y a falta de información brota la imaginación.

Lo más escandaloso: policías de su gobierno fueron descubiertos por el Ejército Mexicano. Escondían toneladas de droga a la mafia. Desvergonzados, utilizaban instalaciones oficiales de Tijuana. Era cuartel del narcotráfico. Allí tenían a mafiosos secuestrados. Eso confirma que al Presidente le engañan y la Procuraduría General de la República sigue siendo estercolero. No es cierto que ha progresado. Ese ruido es noticia. Pero también señal de mal gobierno. Los cohetes y las luces de bengala divierten. No distraen “allá afuera”. Pero tampoco les hacen caso “allá adentro”. Les gusta hasta en San Cristóbal, el rancho foxista y guanajuatense. Igual que hace muchos años en mi barrio de Santiago, Santo Patrono y Apóstol.

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado en enero de 2003.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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