Los aztecas-tenochcas, nombres que les recordaban sus humildes orígenes, les llegaron a ser poco gratos al pueblo, y empezaron a darse el nombre de mexicas, en honor a quien los guiaba en ese tiempo, Mexitl, el nombre de un héroe cultural identificado con el sol. Para 1376 los mexicas tienen un verdadero monarca: Itzcoaltl, que reinó de 1427 a 1440, tiempo en que se unieron a otros poderes de pueblos grandes y chicos; al lograr ser realmente independientes, entonces empieza su carrera imperial.
El verdadero fundador del imperio es Moctezuma I, que reina hasta 1469. Era un hombre de verdadero talento. Sus campañas victoriosas le habían llevado hasta donde hoy es el centro de Veracruz y la región mixteca de Oaxaca. Moctezuma no solo fue gran conquistador, sino el organizador del nuevo Estado, un constructor y un patrono de las artes. Trajo notables arquitectos de Chalco, famosos orfebres de la mixteca para edificar su ciudad y labrar espléndidas obras y majestuosos monumentos que en el siglo XVI asombraron a Europa. Las antiguas chozas fueron reemplazadas por edificios de piedra construidos en una ciudad, última capital indígena, producto de 2 mil años de trabajo, tesón y afán de superación de ese miserable tributo que en quince generaciones se había convertido en la cabeza de Anáhuac, pues nunca olvidaron la profecía que les había hecho su dios y les dijo: “Los haré señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo, y cuando seáis reyes, tendréis allá innumerables e infinitos vasallos que os pagarán tributo”.
Moctezuma II fue electo emperador en 1502. Podía estar y sentirse orgulloso de lo que había logrado hasta entonces su familia y su pueblo, pues habían logrado ampliar enormemente su imperio y lo llevaron hasta la frontera de lo que hoy es Guatemala.
En efecto, Moctezuma II reinaba sobre el imperio del tamaño de la Italia, formado por varios climas y habitado por gente que hablaba diferentes lenguas en diferentes regiones. Moctezuma era valiente guerrero, era un gran sacerdote de Huitzilopochtli. Su refinamiento, generosidad, su actitud fatalista, le dieron la indecisión y debilidad que mostró ante Cortés. Sus cualidades más notables fueron fatales para él y para su imperio. En noviembre de 1519 Moctezuma recibió como huéspedes distinguidos a los invasores españoles. Los recibió colmándolos de regalos. Y entonces Cortés sacó un collar de vidrios de diversos colores y venias ensartadas en unos cordones de almizcle para que diesen buen olor y se los echó al cuello de Moctezuma. Después de acatar las múltiples exigencias de Cortés, Moctezuma aceptó que se le encadenara simbólicamente de los pies y así desde aquel momento lo tomó prisionero. Los invasores triunfadores no imaginaban que al día siguiente de su victoria serían informados de que el asesino de Alvarado se encontraba en peligro, pues los tenochcas se habían levantado en armas, debido a que los aztecas celebraban a fines de mayo una fiesta en honor de Huitzilopochtli. El evento –danzas, plegarias, penitencias– se realizaba en el atrio del templo mayor de Tenochtitlán. Se reunieron en el atrio 600 militares y personajes desarmados y sorpresivamente Alvarado y sus hombres los atacaron con tiros de fusil y con espadas hasta que asesinaron a todos. Algunos historiadores creen que Alvarado actuó impulsado exclusivamente por deseo de pillaje, ya que los nobles asesinados fueron despojados de todos sus ornamentos de oro. Otros para atemorizar al pueblo imitando lo que su superior, Cortés, había hecho en Cholula, donde asesinó a “mil”, para lo mismo. Solo que en Tenochtitlán los aztecas se rebelaron y atacaron a los invasores españoles y los obligaron a replegarse en el palacio de Axayácatl.
Cortés regresó apresuradamente a Tlaxcala y allí consiguió dos mil guerreros, así como gente de Narváez. Regresó a marcha forzada hasta Texcoco, donde tuvo un anticipo de lo que le esperaba, al enterarse de que los bergantines habían sido destruidos y quemados en el sitio donde habían sido anclados, y que sus soldados seguían prisioneros en el palacio de Axayácatl. La mayoría de la gente estaba dentro de sus casas, ya no demostraba emoción como cuando fueron a recibir a los españoles, siete meses antes, parecía ahora vigilarlos.
Continuará…
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.