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sábado, febrero 17, 2024
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Élmer Mendoza: el origen del escritor

En entrevista con ZETA, el narrador sinaloense confiesa sus orígenes, rememora su infancia, la influencia de su abuelo materno en un rancho, el descubrimiento de Culiacán, sus primeras lecturas, sus crónicas iniciales. “Recuerdo el universo mágico de los ranchos que son las sombras, las sombras son sombras vivas, fantasmas”

Hijo de Filemón Mendoza y Librada Valenzuela, “Fili”, como le decían con cariño a Élmer Mendoza su abuelo materno Tomás Valenzuela y su familia, nació el 6 de diciembre de 1949 en el Hospital Civil de Culiacán, Sinaloa. El niño “Fili” se convertiría décadas después en el escritor de novela negra más importante de México, reconocido en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa.


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“Mi madre se tuvo que internar dos meses antes porque yo venía al revés, en esos años no había la tecnología que hay ahora para enderezar a los bebés; entonces al final nací al revés, nací primero por los pies. Mi mamá dice que desde entonces hago lo que me da la gana”, narra Mendoza a ZETA, ahora con 66 años a cuestas.

El “Fili” no creció con sus padres sino con sus abuelos maternos, Tomás Valenzuela y Herlinda Ramírez, en un rancho cerca de Culiacán:

“Mi mamá, por circunstancias del trabajo, me deja con mis abuelos maternos en un rancho que se llama ‘El Continente’; yo empiezo a crecer ahí, mis papás iban siempre a verme, cada semana o cada dos semanas, pero yo me voy quedando ahí de niño. Mis primeros recuerdos de niño son ahí en ‘El Continente’: Me recuerdo vestido, porque me vestían muy bien, traía yo un pantalón cortito con tirantes, muy bien peinado, con zapatos, era raro porque los niños de los ranchos no usaban zapatos, de eso me acuerdo de niño”.


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Entre fantasmas

Es un día de mayo de 2016 cuando Élmer Mendoza cuenta sobre su niñez al reportero en el restaurante “La miel” del Hotel Real del Río de Tijuana; durante la plática, con su voz pausada, el narrador pronto evoca las imágenes de fantasmas, entre la vida y la muerte, el universo rulfiano:

“Recuerdo el universo mágico de los ranchos que son las sombras, las sombras son sombras vivas, fantasmas; y los cuentos sobre fantasmas, que ahí en mi familia no eran cuentos, eran menciones nomás, pero no contaban historias”.

De pronto aparece inevitablemente un recuerdo del rancho “El Continente” que el autor retomó en su novela “Cóbraselo caro” (Tusquets, 2005) a propósito de Juan Rulfo:

“En el rancho siempre estábamos esperando a alguien, cuando menos los niños; la más famosa era una señora que andaba pidiendo monedas y se podía aparecer a cualquier hora por la noche; todos los niños teníamos una moneda guardada, que era la que nos habría de pedir cuando llegara, y todas las noches la poníamos bajo la almohada. Muchas de esas cosas las recuperé en mi novela ‘Cóbraselo caro’, que es el universo de Rulfo, el universo de los fantasmas, de la pérdida de la línea entre la vida y la muerte”.

 

La figura del abuelo

Mientras sus padres Filemón Mendoza y Librada Valenzuela probaban suerte en Culiacán, “Fili” quedó bajo la tutela de don Tomás Valenzuela y doña Herlinda Ramírez.

Pero la figura del abuelo regresa a la memoria de Élmer en forma de cuento incompleto:

“Mi abuelo Tomás solo me contó un cuento, es un cuento que cuando empezaba él se estaba comiendo una piña, y es una maravilla porque en Sinaloa no se dan las piñas, ¡fíjate nada más mi abuelo!, es el único cuento que me contó. Tenía como siete años, fíjate; yo creo que mi abuelo no se sabía el cuento completo porque nunca me lo terminó de contar”.

Además, el autor comparte: “Mi abuelo era jockey, corría caballos, tenía su rancho pero sus caballos él los corría; era bajito, delgado, correoso, muy fuerte; y claro, como yo era el nieto, trataba de que yo montara a caballo, pero yo tenía mala suerte, me caía de los caballos o los caballos me tumbaban.

“Un día, que era de noche y que él llegó, le dije: ‘¡Ay, abuelo, déjame!’; me subió al caballo y me tumbó como a los cinco segundos; él fue, me levantó y me dijo: ‘M’ijo, a usted los caballos no lo quieren, así que usted no va a montar caballo’. Claro, después del trancazo que me di le dije ‘está bien’”.

Fue en esos años, entre 1949 y 1957, cuando “Fili” se integró a la labor campirana:

“De niño aprendí las labores del campo, a hacer lo que hacían todos los niños, fui creciendo y fui a la escuela primaria como tres días y mi abuela ya no me dejó ir porque me hirieron la cabeza, un muchacho en una bicicleta me atropelló; mi abuela creía que yo era muy vulnerable y no me dejó ir ya. Mi mamá vio eso y habló con mi abuela: ‘Mamá, pues voy a mandar al niño a la escuela en Culiacán’, pero mi abuelo no me quiso regresar; le dijo: ‘No, ¡pues cómo!, ya te lo criamos, ¿ya te lo vas a llevar?, ¡pues no, fíjate!’”.

 elmer mendoza

Así descubrió Culiacán

En algún momento de la charla, Élmer Mendoza rememora cómo su tío Ramón Valenzuela intercedió con su madre Herlinda Ramírez, para que regresara con su madre:

“Y ¿sabes una cosa? Que mi mamá todavía se tardó dos años en recuperarme, tuvo que intervenir mi tío Ramón, yo ya tenía siete años y mi mamá me recuperó a los nueve y pasados. Mi tío Ramón habló con su mamá, mi abuela adoraba a su hijo, era su hijo mayor, y él le dijo: ‘Mamá, tienes que regresarle el niño a Librada, porque si te fijas, el niño no es igual a los otros, ese niño trae algo, él es distinto y tienes que regresárselo para que lo mande a la escuela’”.

Así fue el día en que “Fili” llega a Culiacán para reencontrarse con sus padres a la edad de 9 años:

“Mi abuela, inmediatamente me llevó a casa. Yo me acuerdo muy bien que llegamos a la casa, tocamos la puerta, abrió mi mamá y yo recuerdo también a mi mamá, una mujer delgada, hermosa y que traía la cabeza amarrada; era temprano, se sorprendió de ver a su madre, de verme a mí, lloró, nos pasó, nos dio de desayuno, y dijo: ‘Tengo que llevar a mi hijo a inscribir, pero como ya está grande, lo tengo que llevar, para que lo vean’; y me llevó, me inscribió en la escuela, tenía 9 años y medio, sí, entré a primero”.

— ¿Pero ya sabías leer a los 9 años cuando entraste a la Primaria?

“No, todavía no sabía. En la escuela rural no aprendí nada, fui tres días, era una escuela rural que tenía un maestro para cuatro grupos”.

 

El librote

Un día, “Fili” descubrió “un librote”. Era a principios de los años 60 cuando estudiaba la educación Primaria en la Escuela Club de Leones “Licenciado Benito Juárez” de Culiacán, que en ese entonces todavía no era una gran ciudad, acaso un pueblo con 82 mil habitantes, según datos oficiales.

El autor de la saga que protagoniza el “Zurdo Mendieta” en obras como “Balas de plata” (Premio Tusquets de Novela 2008), “La prueba del ácido” (Tusquets, 2011), “Nombre de perro” (Tusquets, 2012) y “Besar al detective” (Literatura Random House, 2015), recuerda que de niño vivía en la Colonia Popular de Culiacán, “Col Pop”, como le dice actualmente, donde la convivencia familiar entraba a los barrios:

“En ese tiempo uno se metía a todas las casas, eran como una gran familia, los barrios”.

Junto a la casa de sus padres, Librada Valenzuela y Filemón Mendoza, inicia lo que reconocería después como su relación con la obra maestra de la literatura en español:

“En la casa de enseguida de nosotros apareció un ejemplar de ‘Don Quijote’, yo me metí a la casa y vi ese libro muy grueso, lo empecé a leer, me dejaron solo un rato y leí; al día siguiente volví a leer donde me quedé, leí catorce capítulos. Yo todas las tardes llegaba a leer”.

Cuando regresó, “el librote” ya no estaba ahí:

“Un día, el librote ya no estaba y le pregunté a la señora: ‘¿y el librote?’. ‘¿Cuál librote?’; el que yo estaba leyendo. ‘Plebes, ¿dónde está el librote?’. Nadie supo. El libro desapareció, nunca volvió a aparecer”.

El narrador recuerda al reportero que en el VII Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebró en San Juan de Puerto Rico en marzo de 2016 contó esta historia sobre cómo descubre “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”: “En mi discurso que presenté en Puerto Rico cuento eso, mi relación con Don Quijote”.

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“Escribía crónicas de viaje”

Élmer Mendoza también narró al reportero sobre la primera novela completa que leyó. Recuerda que tenía 15 años, entonces estudiaba el primer grado de Secundaria.

Como en tantas ocasiones por las tardes allá por la Colonia Popular de Culiacán, una vez fue con sus amigos a jugar basquetbol; de pronto el balón pegó en una ventana de vidrio; él fue el elegido para ir por la pelota:

“Yo fui a recoger el balón, vi unos libros y cuando terminamos el partido fui a ver qué era eso, y era una biblioteca. La chica que trabajaba en esa biblioteca era del barrio, claro, ella era mayor que yo, pero me conocía como a todo los niños”.

Entonces entabló un inolvidable diálogo con la joven bibliotecaria, mismo que Élmer evoca a la perfección por lo determinante que ha significado:

“- Élmer, ¿qué pasó?

Y yo:

– ¿Qué es aquí?

– Es una biblioteca

– ¿Y qué es eso?

Y ya me explicó ella.

– ¿Y a mí me puedes prestar un libro?

– Sí te lo puedo prestar, y te lo voy a prestar ahora porque te conozco, pero si no te conociera tú tienes que sacar una credencial.

– ¿Y me prestas uno?”.

Élmer solo recuerda que el libro que le prestó la bibliotecaria era uno de filosofía:

“Claro, leí una página, no pude leer más. Al día siguiente se lo regresé, me dijo: ‘¿qué pasó?’; no, no lo pude leer. Y me dijo: ‘Ah, bueno, a lo mejor éste sí te gusta’. Y me prestó ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’”.

Por supuesto, Élmer queda maravillado con la obra de Julio Verne:

“¡No sabes, eh!, ésa fue la primera novela que leí, no se me olvida”.

Ahora reconoce que fue una lectura fundamental:

“Pues me dejó marcado, ahí sí me di cuenta que el mundo de la imaginación era infinito y era realmente provocador, al menos para mí”.

Finalmente, antes de concluir la entrevista Élmer Mendoza evocó sus primeras lecturas asociadas con las aventuras de viaje que lo influyen a escribir:

“Probablemente debía haber tenido ya 17 años, debí haber estado en tercero de Secundaria: Con amigos hacíamos excursiones, y yo quería imitar a los de ‘Selecciones’ que escribían crónicas de viaje:

“‘Salimos a las 4:00 de la mañana y …’. Nunca las terminaba, pero fue mi iniciación dentro de la prosa, no cuentos ni nada, escribía crónicas de viaje”.

Lo demás es historia para fortuna de la literatura hispanoamericana: El niño “Fili” que venía de “El Continente” se convirtió en el narrador de novela negra más importante del país.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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