En Ucrania, el príncipe Vladimir y su esposa, reunieron en el año 987, a la entonces población a orillas del Río Dniéper para recibir el bautismo. Así nació la Rus de Kiev.
Actualmente la mayoría de los ucranianos son cristianos ortodoxos, unos 6 millones católicos. Un país crucificado incansablemente a través de la historia.
Si en México la policía secreta persiguió a la Iglesia Católica, en Ucrania, la Unión Soviética a través de la KGB y la NKVD, martirizaron a judíos, gitanos, ortodoxos, pensadores cristianos, literatos, médicos, sacerdotes y creyentes católicos.
Tan solo en la Colina de Babyn Yar, ejecutaron a más de cien mil hebreos. Y otro tanto de oficiales polacos y ciudadanos en un bosque a la salida de Kiev.
Ucrania fue por siglos el granero de Rusia; recientes publicaciones dan constancia de la perversidad del sistema soviético. “Muerte por hambre”; mientras los graneros de cereales en los campos ucranianos estaban repletos de alimentos, más de cinco millones de campesinos y personas morían de hambre en Ucrania.
Chernobyl, pueblo donde se encuentra el sarcófago de la planta nuclear de la que se hace memoria (30° aniversario) en nuestros días, se encuentra a orillas del Río Dniéper, a unas 100 millas de Kiev, la capital ucraniana.
Lejos de Moscú, la planta nuclear y el pueblo fantasma de Chernobyl, han dado origen a fantasiosas escenas y novelescas alegorías. En el museo de Kiev dedicado al desastre referido se ve con crudeza lo que ocurrió verdaderamente. Imágenes de animales y personas afectadas por la radiación. Hoy aquello es un pueblo fantasma, y el ingreso a la planta está vigilado por militares. Pero sí hay ingreso a la planta donde se contempla el famoso sarcófago emplastado con cemento para “evitar” fugas radioactivas.
Fue en Europa donde en 1986, una nube radioactiva captada por sistemas de contaminación ambiental y radioactividad, como se supo que meses antes de localizada aquella nube, había ocurrido la explosión de la planta que el entonces sistema soviético mantuvo en secreto, provocando con su irresponsabilidad e incapacidad para el manejo de tales desastres, una alarma e indignación mundial en las naciones que conocen del asunto. Sobre todo Europa.
Naciones como Cuba, desde entonces apoyan a través de sus expertos médicos, con tratamientos costosos, a personas y niños especialmente que atienden en La Habana como un acto de solidaridad con las víctimas de Chernobyl.
Cierto que el desastre nuclear de Chernobyl, comparado con las más de doscientas mil víctimas inocentes de las bombas nucleares de 1945 contra las poblaciones japonesas de Hiroshima y Nagasaki, son relativamente poco.
Cuestión de ideología: un desastre nuclear soviético y dos bombas atómicas norteamericanas.
¿Qué daños no estará causando Corea del Norte con las locuras de King Kong, el joven mandamás que hace sus pruebas de misiles a mansalva y sin miramientos a mar abierto? ¿Cuánto daño ecológico?
Alexander Solyenitzin, el fallecido Premio Nobel de Literatura ruso, exiliado en Estados Unidos y Europa, autor del Archipiélago Gulag, hacía ver que más allá de cuestiones físicas o nucleares, algún día aparecería bajo los témpanos de hielo de Siberia, multitud de ciudadanos martirizados por querer vivir en libertad. Chernobyl sirvió para evidenciar el nefasto sistema soviético, como Babyn Yar ha servido para conocer las atrocidades del nazismo. Apenas se había descongelado el hielo de la guerra fría, y ahora resulta según lo ha publicado History Channel que Hitler no murió en su famoso bunker de Berlín. Que probablemente murió en América del Sur, Argentina probablemente.
En alguna ocasión refería el Cardenal Juan Sandoval, al recordarse los 50 años de la llegada del hombre a la luna, también celebremos que hace más de 2 mil años que Dios pisó la tierra.
Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com