Yo no sabía enseñar, y un día lo hice,
así aprendí a estimar a un gran maestro,
que en todas enseñanzas fue muy diestro,
y queriendo que no, mucho lo quise.
Y me instruí con él, tanto en la vida,
pues no se puede saber con entereza
ningún dilema de la verdad perdida
que se evapora pronto, ¡con tristeza!
Me mostró así lo que había acontecido
en esos años que vivió por mí,
con remembranzas de lo ya vivido,
sin decir nunca, ¡yo te lo ofrecí!
Su vivir secular yo lo observaba,
ya que no se verá con fingimiento
la rectitud de un hombre que divaga
enseñando su todo, muy contento.
Bastante comprendí en su compañía
andando siempre de su mano expuesta,
a caminar me guio en la vida mía,
si pregunté, ¡fue firme su respuesta!
Respuesta dura, pero compensatoria,
porque él nunca se anduvo con sermones,
esto llenó por siempre mi memoria
recordándolo a diario, por su dones.
Si algún día le ofendí, hoy me arrepiento,
me pagó con bondad constantemente,
lo confieso con arduo sentimiento,
mas prefiero borrarlo de mi mente.
…Y sin disculpas, porque no lo admito,
reitero hasta el final mi admiración,
¡maestro grande, para mí, infinito!,
¡noble enseñante, ¡todo corazón!
José Miguel Ángel Hernández Villanueva