Templo cívico
En los últimos años del siglo XII un grupo de individuos que se hacían llamar aztecas, o sea nativos de Aztlán, un lugar en el norte cuya ubicación precisa hasta ellos mismos habían olvidado, árido y sin mejores condiciones de vida los hizo peregrinar por cientos de años. Acampando varo tiempo en lugares más propicios y luego reiniciaban la marcha empujados por el hambre o combatidos por otros individuos.
El dios Huitzilopochtli, que era el preferido de los aztecas, a la vez que el dios los tenía por elegidos a ellos, les había prometido un futuro glorioso, basado en su valor ante el peligro de la guerra, perseverancia en la superación y estoicismo ante la muerte, les ordenaba “Que lo llevaran como bandera y errad, buscar tierras…enviad exploradores por delante, haced sembrar maíz y cuando la cosecha esté lista, id a levantarla”. Alimentarme con corazones humanos de los enemigos recién sacrificados.
Los aztecas eran trashumantes. Llegaron al Valle de México, alrededor de 1168 D.D.C. Esto está registrado en sus historias ideográficas y escritas y relacionadas con nuestro calendario. Nadie de los historiadores tiene dudas al respecto. Los aztecas se hacían llamar tenochcas, en honor de quien los guiaba y gobernó, “Tenochtli” y de allí deriva el nombre de Tenochtitlán, hoy la cuarta ciudad más grande del mundo.
Los aztecas hicieron lo que ordenó su dios. Lucharon, conquistaron y se sacrificaron, plantaron y cosecharon. Y al hacerlo crearon una forma d vida nunca antes igualada por ninguno de los otros pueblos de América. No se sabe siquiera aproximadamente de los tenochcas en esa época. Eran pocos… tal vez un millar, quizá cinco mil, no mucho mayor. Cuando llegaron a Anáhuac, un área tan densamente poblada que pasó desapercibida la generación de 1250 al bosque de Chapultepec.
Durante eso “años errantes”, los aztecas eran los que no tenían nada y estaban absorbiendo la cultura de sus vecinos, que hablaban al igual el náhuatl. Crecieron. Crearon enemigos. Se extendieron. Hacia 1267 ya se habían establecido en el cerro de Santa Isabel, cerca de los “Indios Vedes”, en el extremo norte de la actual Ciudad de México. Las riberas lacustres estaban sobrepobladas y los aztecas –los últimos en llegar al valle– encontraron una recepción hostil, eran rechazados por belicosos y por su propensión a incursionar en los pueblos vecinos. Los caudillos gobernantes de Azcapotzalco y Colhuacán les declararon la guerra y los expulsaron de Chapultepec. Los tenochcas que escaparon a la carnicería, huyeron y se unieron a su tribu en el segundo islote del lago, que se componía de cinco nombres: Chalco, Xochimilco, Texcoco, Xaltopan y Zumpango.
Los aztecas siguieron huyendo hasta llegar a un islote cubierto de carrizales y tulares que se encontraba en el sector occidental del gran lago, frente a Azcapotzalco. En ese sitio inhóspito los aztecas encontraron un águila posada sobre un nopal y devorando una serpiente. Según la leyenda, Huitzilopochtli les había profetizado que en el lugar donde viesen tal escena encontrarían su morada definitiva.
Tenochtitlán, la ciudad-Estado isleña, tuvo su origen histórico en 1325. Después de ese tiempo los tenochcas construyeron y consagraron su primer templo a Huitzilopochtli. Para sobrevivir y progresar en la tierra prometida se alimentaron de la recolección de frutas y los productos de la laguna: peces, renacuajos, ranas, culebras, patos y todos los pájaros que se dan en la laguna. Erigieron unos cuantos jacales para vivir, y para logar tierras para sembrar, que eran escasas, la aumentaron en chinampas, un método en el cual eran hechos canastos grandes de mimbre tejido, en forma oval, rellenados con tierra, y luego anclados a sus islotes en sus orillas. En ellos crecía la cosecha. Así fue hecha, a mano, Tenochtitlán. Hoy la Ciudad de México.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.