Algo durante el brusco viaje de regreso en el tiempo había interferido con el ordenamiento de las fibras de honestidad del presidente. Venía vestido de manera muy extraña. No traía puestos sus zapatos Bruno Magli, sino unos tenis de segunda, portaba una camiseta usada en vez de traje sastre, el copete estaba alaciado y sin gel. Encima de todo andaba de buen humor. Eso sí que era preocupante, ya que el Presidente no era muy dado a bajarse de su papel de cacique petulante para con sus pobres lacayos de gobierno, a quienes no bajaba de amibas de escusado público. Pero… pero… ¡qué le pasó, Señor Presidente!
Tartamudeó su secretario. Pues… no me pasó nada, güey, simplemente decidí alterar un poco el espacio-tiempo, renuncié a la mugrosa política, me puse a leer y me volví catedrático de Oxford, regalé todas mis propiedades a los pobres, antes de eso, ¡los corrí a todos ustedes por zánganos, atolondrados y corruptos!, también me divorcie de la Gaviota por ser de opulento alpiste de altos vuelos, mandé a mis hijos a escuelas públicas y finalmente mandé construir el más grande comedor comunitario de América, pues vendí aquel ridículamente ostentoso avión presidencial, ahora vivo muy a gusto en una casita de interés social, por cierto, me la renta mi compadre López Obrador, realmente me hicieron un gran favor mandándome en este bendito y maravilloso aparato, ¿eh?
Bueno, pues ni decir que todos los presentes estaban helados, ofuscados, horrorizados hasta la médula con esta versión humana, sencilla y honesta del mandatario. Entonces el de los lentecitos no pudo más ver esa escena positivamente dantesca. A empujones y con ayuda de todos los presentes, treparon al reconstituido buen Presidente al aparato. Accionaron rápidamente la palanca, precisamente para mandarlo de vuelta al justo lugar de donde había venido con toda su nueva y amigable personalidad. Solo había que esperar el milagro de traer de vuelta a algo menos honesto que esa cosa, remedo de pésimo presidente.
De pronto, comenzó a materializarse lentamente un gran copete azabache, desaliñado, un cuerpo desparramado sobre la silla, de rostro ojeroso y con el saco todo arrugado de la solapa. Entonces apareció el semblante despótico, ¡que tanto extrañaban aquellos! Pero qué demonios me hicieron, bola de inútiles, ¿para eso les pago? ¿Quién me arrugo el saco? Preparen mi avión nuevo, ¡me quiero ir a mi casa blanca ahorita mismo! Quiero estar a solas disfrutando de mi poder! ¡Ah! ¡Y destruyan esta infernal maquina! ¡Solo me dejo un sabor desagradable de amabilidad en la boca!
Inmediatamente sus huestes mandaron destruir cualquier vestigio de aquella inusitada máquina, pues el partido en el gobierno no debería jamás permitirse el ostentar a un gobernante empático y generoso entre sus voraces filas partidistas. ¡No en esta dimensión!
Solo existe un tiempo válido, el presente. Si no haces nada por el pueblo, el futuro seguirá siendo dictado por los cínicos y no por los justos. Muchas gracias.
Alejandro Torres Occaranza
Tijuana, B.C.