“Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir”, anticipó a sus interlocutores el escritor Mario Vargas Llosa. Iniciaba la década de los noventa y se encontraba en un encuentro de intelectuales europeos y latinoamericanos en México. Entre quienes le acompañaban estaba Octavio Paz, el Premio Nobel mexicano.
Arremetió el peruano:
“Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante.
“México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta en México”.
Se refería, como le corregiría Paz minutos adelante, a la hegemonía priista en el sistema político y de gobierno de nuestro país.
Aunque 23 años después se corregiría, Vargas Llosa con esa disertación, estigmatizó los dos sexenios priistas previos al panismo. Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León encarnaron para los mexicanos y el mundo, la dictadura perfecta.
La voz de los intelectuales es el último resquicio de libertad en un país oprimido por su autoridad. Censurado a mansalva, testigo mudo de la manipulación de la información por parte de su gobierno.
El de México, el que hoy encabeza Enrique Peña Nieto, es uno de esos gobiernos que reprimen, censuran y manipulan la información. Enmudecen las voces y someten protestas al minimizarlas o hacerles el vacío. Entre periodistas y activistas censurados, presionados, encarcelados o muertos, a los mexicanos solo les queda la voz de sus intelectuales.
Para nuestra mala fortuna, los intelectuales se nos van poco a poco. Ya no tenemos la agudeza crítica de Carlos Monsiváis, ni la sesuda reflexión de Carlos Fuentes. Tampoco la irreverencia de Julio Scherer, gran cuestionador del sistema desde el oficio periodístico que ejerció con rigor, pasión y compromiso.
En las últimas semanas, ante el silencio de voces en radio, periódicos y televisión, los intelectuales han sacado la casta. Aun de manera sutil, poética, haciendo un fuerte análisis a los problemas que padece la Nación y viven los mexicanos. Pero su voz, ante el panorama oscuro de lo que resta de este sexenio, se irá –debe de- acrecentando. Cuando un gobierno abandona a su pueblo, cuando censura, ignora a sus periodistas, los intelectuales deben alzar la voz.
El poeta Javier Sicilia, dolido hasta la eternidad por el asesinato de su hijo hace diez años, discursó en el aniversario de la injusticia: “Si la administración de Felipe Calderón se caracterizó por exaltar la violencia y construir un Estado de excepción, criminalizando a las víctimas y reduciéndolas a un ‘se están matando entre ellos’ o a ‘bajas colaterales…’, la de Peña Nieto y el Secretario de Gobernación, Osorio Chong, se caracteriza por un gobierno que niega la violencia y la tragedia humanitaria del país, que entierran a las víctimas en silencio y que asesinan, criminalizan y persiguen a todas aquellas organizaciones que han tomado el caminos de la verdad y de la justicia”.
En febrero de este año, la aclamada autora Margo Glantz, nos dijo en una entrevista a semanario Zeta, y a propósito del gobierno de Enrique Peña Nieto:
“Tenemos gobernadores que están totalmente entrando a un neoliberalismo tardío de una manera verdaderamente flagrante y es lo que está pasando en México ahora, estamos liquidando todas las estructuras originales del país, están acabando con el Seguro Social, Petróleos, con todo eso, unido al hecho de que el petróleo está en una crisis brutal en el mundo. Yo creo que Enrique Peña Nieto es un gobernante que está pulverizando al país.
“Estamos como en el coletazo del neoliberalismo y tanto Calderón como Fox, todos los últimos presidentes, pues ya desde López Portillo, pero sobre todo De la Madrid, todos ellos fueron instrumentando todo ese proceso tan destructivo que me parece que están llevando al país totalmente a la ruina, lo están pulverizando; es la palabra auténtica, lo están pulverizando”.
Hay más voces que los mexicanos debemos escuchar para saber que no estamos solos. Como la de don Fernando del Paso al recibir el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco 2015.
Su excelso texto, una diatriba de lo que ocurre en nuestro país, y dirigida al fallecido José Emilio Pacheco, es por si solo una obra de arte. Pero solo he de recordar y transcribirles la voz de protesta de don Fernando.
“Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia.
“Quiero decirte que a los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas…. ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!
“¡Qué pena también, que aprendamos cuando estamos viejos que los rarámuris o los triques mazatecas, son los nombres de pueblos mexicanos que nunca nos habían contado, y que sólo conocimos por la vez primera cuando fueron víctimas de un abuso o de un despojo por parte de compañías extranjeras o por parte de nuestras propias autoridades!”.
Elabora el maestro líneas adelante sobre el dilema, la necesidad de levantar la voz, de la denuncia…
“Cuando me enteré que había sido honrado con el premio que lleva tu nombre, José Emilio, una andanada de recuerdos se me vino encima. Éramos muy jóvenes y teníamos toda la vida por delante y toda la patria también… ¿Pero qué patria dime, la de nuestros padres, la de nuestros abuelos o la sola patria nuestra?
Éramos jóvenes, sí, y teníamos una enorme responsabilidad que cumplir: la de cuidar el patrimonio que habíamos heredado y cuya integridad se ha visto amenazada tantas veces. Dime, José Emilio: ¿cumplimos? Hoy que el país sufre de tanta corrupción y crimen, ¿basta con la denuncia pasiva? ¿Basta con contar y cantar los hechos para hacer triunfar la justicia? ¿Es ético aceptar premios por nuestra obra y limitarnos a agradecerlos en público, como lo hago en estos momentos? No lo sé. Pero vale la pena plantear si nuestra posición sirve para algo. ¿A qué horas, cuándo, permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?”.
Insiste en denunciar lo que todos sabemos, de lo que todos hablamos, de lo que muchos despotricamos hasta la frustración y el gobierno intenta olvidar y que olvidemos con la manipulación de la información y la comunicación a su alrededor.
“¡Ay, José Emilio! ¿Qué vamos a hacer, qué se puede hacer con veinte y tres mil desaparecidos en unos cuántos años? ¿O son veinte y tres mil cuarenta y tres? ¿Y cómo sabemos quiénes son culpables? ¿O vamos a fabricar culpables por medio de la tortura, como es nuestra costumbre?
“¡Ay, José Emilio! No sé qué más decirte. No sabes qué triste estoy. Acepto el premio que tiene tu nombre, porque sé que se me da de buena fe, no sin antes subrayar que lo más importante en la vida no es recibir galardones –aunque se merezcan- sino denunciar las injusticias que nos rodean”.
Cuando tocó el turno a Juan Villoro, en la Feria Internacional de Lectura Yucatán, de recibir el Premio Excelencia en las letras “José Emilio Pacheco”, también aprovechó la tribuna literaria para denunciar lo que el Gobierno de Enrique Peña Nieto intenta cubrir.
Razonó: “Pacheco cultivó con fortuna todos los géneros literarios y luchó por preservar la soberanía de la cultura en un país asediado por la desigualdad, la violencia y la corrupción. Su vasta obra puede leerse como un riguroso sistema de alarma ante las catástrofes que se ciernen sobre México, donde aprendemos geografía a través de las tragedias: Tlatelolco, Aguas Blancas, Tlatlaya, Ayotzinapa. Nombres propios del oprobio”.
Fue directo el autor de “El Testigo”, a todas luces, científicas, populares, equívocas, acciones del gobierno de Peña Nieto: “En un país donde el presidente de la república ignora la legalidad y donde un procurador llama “verdad histórica” a una hipótesis indemostrable, la literatura tiene un valor político que no ha pedido, pero que no puede dejar de ejercer: cuenta la trama oculta y genuina de la vida, “los días que no se nombran”, como diría Pacheco”.
Hoy más que nunca, la voz de los intelectuales es necesaria en este país que a fuerza de una política de manipulación por parte del Gobierno de la República, intenta volverlo sordo. Que eso no suceda, que ellos, quienes ahora tienen la palabra, la prestancia y el reconocimiento nacional e internacional, sigan la consigna de don Fernando del Paso:
“…lo más importante en la vida no es recibir galardones –aunque se merezcan- sino denunciar las injusticias que nos rodean”.