Las cifras no dejan de ser escalofriantes, aunque a fuerza de repetirse un mes sí y otro también, día tras día es menor la alarma en vastos sectores de la población. La constante presencia en noticiarios y prensa escrita de asesinatos y ajusticiamientos, a cual más sanguinario, han hecho que encobijados, desmembrados o colgados en puentes se vuelvan parte del “paisaje”, de la “normalidad” de nuestro estado y en particular de nuestra querida Tijuana.
Como la herramienta que roza constantemente la piel del trabajador, provocando que ésta se proteja con una ruda capa callosa, así nuestra capacidad de asombro e indignación va quedando sepultada, cada vez más insensible. A la cabeza de este fenómeno, los primeros desalmados son los políticos, principalmente los gobernantes, que cuando mucho se interesan en los datos sobre la evolución de la criminalidad y de la percepción sobre la inseguridad, y eso por la influencia que estos factores puedan tener en la próxima elección.
Desalmados, sí, porque como se lee en el diccionario de la Real Academia son los “faltos de conciencia” o “crueles, inhumanos”; válida incluso es en su caso la acepción, ya menos usada, de este adjetivo como “privados o faltos de espíritu”. Y así, faltos de espíritu, sin la verdadera conciencia del problema, sin auténtica solidaridad humana con las víctimas de asesinatos, robos y pérdida de hijos captados por la delincuencia, las autoridades solo atinan, en el mejor de los escenarios, a implementar acciones más de lucimiento que de combate radical a este flagelo: adquisición de equipos cada vez más sofisticados, violentos y costosos, así como el incremento de los efectivos policiacos. En el peor de los escenarios, se montan en el carro de la delincuencia para cobrar comisiones por amparar a los grupos delictivos.
“Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí”, escribió Monterroso; cuando abrimos los ojos, la inseguridad sigue aquí, a pesar de todos los operativos, decomisos, capturas, recapturas y celebraciones gubernamentales: Tijuana sigue entre las ciudades más peligrosas del mundo, con 1.8 asesinatos por día en 2015, promedio que fue superado en enero de 2016.
No hay ni conciencia ni compromiso para combatir radicalmente, textualmente de raíz, este mal. Y la raíz está en la injusticia, pero no solo ni principalmente, en la aplicación de leyes para castigar a criminales y corruptos que los protegen y ahíjan (estamos en el top ten de la impunidad según un estudio reciente de la Universidad de Las Américas), sino en la injusticia con la que se reparte la renta nacional que provoca que la inmensa mayoría de la población “carezca de lo estricto” como dijera don Salvador Díaz Mirón, mientras una minoría privilegiada nada en lo superfluo.
En México hay hambre, repite el gobierno federal, y en México se inundan las pantallas de todo tipo y grandes carteleras y espectaculares de sueños consumistas, de lujosos productos inaccesibles para la gran mayoría, especialmente para la juventud a la que se condena a la vagancia o la delincuencia ante la carencia de oportunidades de empleo y de espacios educativos accesibles. Más empleo, salario remunerador, una política fiscal justa, con un fuerte impuesto progresivo, y una reorientación del gasto gubernamental hacia los que más lo necesitan es precisamente lo que el Movimiento Antorchista considera podría permitir el ataque de raíz a los principales síntomas que nos aquejan, y que solo manifiestan el agotamiento del actual modelo económico y político.
En este sentido, es evidente el abandono de la promoción de la cultura y el deporte entre las masas. El presupuesto federal para el deporte se ha venido disminuyendo durante los últimos años: en 2013 se le asignaron 7,179 millones de pesos; en 2014, 4,240; en 2015, 3,650 y para este 2016, se le asignan solo 2,800 millones de pesos, pero de esto más de 2 mil 67 millones, el 73.8%, se destinan a la participación de los deportistas de élite en las competencias olímpicas y no a la masificación de la práctica deportiva. Por todo ello es digno de conocerse el esfuerzo que desde hace más de 25 años viene impulsando, prácticamente abandonado a sus exclusivas fuerzas, el Movimiento Antorchista Nacional al organizar las competencias nacionales denominadas Espartaqueadas, que en los años nones se consagran a las disciplinas artísticas y en los pares a las deportivas.
Justamente en estos días más de 17 mil atletas están compitiendo en Tecomatlán, Puebla; esperamos que la representación bajacaliforniana haga un buen papel, pero lo más importante es el avance en la tarea de promover el espíritu de progreso, de triunfo y desarrollo, de trabajo en equipo, de esfuerzo y disciplina entre nuestros jóvenes. Solo un pueblo más dispuesto a sumar esfuerzos, más sano, con mayor agilidad mental, como la que se requiere en el deporte, puede construir una mejor nación.
El verdadero reto es que abramos los ojos, que combatamos al dinosaurio y que logremos poner de pie a un gigantesco Argos, el pueblo consciente y organizado que, como el personaje mitológico, jamás deje de estar alerta, siempre tenga ojos atentos y despiertos.
Ignacio Acosta Montes