En su primera gira de seis días por México, el Sumo Pontífice llamó a la inclusión de los migrantes y de las comunidades indígenas que han permanecido en la marginación. Veneró a la Virgen de Guadalupe, regañó a obispos y cardenales, y advirtió que al buscarse el camino del privilegio de unos pocos en detrimento del bien común, “tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”
Fue en junio de 2015 cuando el Presidente de la República, Enrique Pena Nieto, invitó a Francisco I a visitar México. El Sumo Pontífice aceptó. Ocho meses después el nuncio identificado con las causas sociales pisó tierras mexicanas, después de elaborar sus discursos para la ocasión.
Lo hizo con base en la realidad que se sufre en México, adonde llegó el 12 de febrero y de donde partió seis días después. En todo momento puso el dedo en la llaga; habló de corrupción, migración, narcotráfico, de la marginación de los pueblos indígenas, incomodando a la clase política del país.
El Pontífice, de raigambre jesuita, no solo se convirtió en la visita molesta para Peña Nieto por los temas que abordó; también lo fue para obispos y cardenales, con quienes se reunió en el marco de su gira papal por el país, donde visitó cuatro entidades federativas y lanzó un duro mensaje, exponiendo las principales problemáticas del país.
El Papa Francisco I fue el primero en la historia de México en pisar Palacio Nacional, donde ante autoridades y el cuerpo diplomático, agradeció al mandatario la bienvenida y si bien dijo venir como misionero de misericordia y paz, “como hijo que rinde homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella”.
Arremetió contra el poder y externó que cada vez que se busca el camino del privilegio o del beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, “tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”.
Al finalizar su discurso se llevó el aplauso de los asistentes, quienes no se dieron por aludidos.
Una hora más tarde, Su Santidad arribó a la Catedral Metropolitana, donde se encontró con los obispos, a quienes reprendió y conminó a que fueran de mirada limpia, de alma transparente y rostro luminoso, además de solicitarles no caer en pugnas internas, como tampoco corromperse ni distanciarse de la sociedad.
“No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar… no pongan su confianza en los «carros y caballos de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la ‘columna de fuego’ que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor”.
Ante tal señalamiento, el Obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi, reconoció públicamente que, más que un regaño, el mensaje fue una llamada de atención.
“Nos da unas buenas revolcadas a todos, ninguno nos escapamos”, diría.
En ese punto el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, afirmó que los temas que afligen a México, como la migración, corrupción y narcotráfico mencionados por Francisco I no cambiarían después de la reunión que tuvo con Enrique Peña Nieto.
“El Papa tiene la información sobre los problemas de México, ha preparado sus discursos y va a continuar con esta línea”, acotó.
Ese mismo día, por la tarde, ya en la Basílica de Guadalupe, el Sumo Pontífice ofició su primera misa. Oró por los pobres, los ancianos, los desplazados y los “descartados”. Llamó a la inclusión y expresó que “nadie puede quedar afuera de las comunidades y culturas”.
En su misa por el primer domingo de Cuaresma celebrada ante más de 300 mil personas, en Ecatepec, Estado de México, un lugar golpeado por la violencia social y el crimen organizado, y además, cuna de Enrique Peña Nieto, explicó que en “el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabra de Dios, con las palabras de la escritura”.
Ya para el lunes 15 de febrero, el Papa arribó a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde enfocó su discurso al apoyo de las comunidades indígenas, a quienes “de modo sistemático y estructural sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad”.
El martes 16 hizo escala en Michoacán, tierra del narcotráfico. En el país han sido ejecutados 48 sacerdotes y hay dos desaparecidos, Michoacán está entre los Estados con más asesinatos y amenazas contra clérigos, según el Centro Católico Multimedial.
Fue ahí donde Francisco I ofreció su segunda misa frente a 22 mil personas y donde advirtió que en virtud a los conflictos y la violencia que se vive en la zona no les “puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación”.
En tanto que el mensaje que mandó a los jóvenes mexicanos, es que se pueden ver tentados por el dinero fácil o ante la falta de oportunidades, pero la solución no es el narcotráfico.
Y dilapidó: “Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos”, para luego invitarles a acercarse a Jesús, quien “nunca los haría mercenarios”.
El tercer y último destino del Santo Padre fue Ciudad Juárez, donde visitó el Centro de Readaptación Social (CERESO) Número 3, donde manifestó que el problema de inseguridad no se termina encarcelando, “sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales que afectan a todo el entramado social”.
Frente a tres cruces dedicadas a las diócesis de El Paso, Las Cruces y Ciudad Juárez, donde oró por los migrantes fallecidos en la línea divisoria de Estados Unidos con México, Francisco I oró ante una cruz colocada en la plataforma con orientación al vecino país, lugar donde bendijo a cientos de personas que lo veían del lado estadounidense.
Al término de sus actividades, aproximadamente a las 7:00 pm, el Papa Francisco tuvo una ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional de Ciudad Juárez; 15 minutos después despegó el avión rumbo a Roma, después de una gira donde las verdades, definitivamente incomodaron a muchos.