¿En qué país democrático un ciudadano se puede dar el lujo de insultar a una autoridad sin que existan consecuencias para él? ¿Puede estacionar sus vehículos en la banqueta, y cuando la autoridad lo llama al orden, recetarle una lluvia de insultos de referencia sexual, al tiempo de ordenar a sus guardias, impedir por la fuerza el cumplimiento de la ley? ¿En qué nación en donde impere realmente la ley y el orden, este sujeto puede castigar a un funcionario público secuestrándolo y golpeándolo por haber aplicado el reglamento? En ninguno. Esto solo puede suceder en países con democracias simuladas o fallidas, pues aunque tienen leyes que prevén castigo al comportamiento antisocial, aunque tienen poder judicial que impone penas contempladas en el ordenamiento legal, existen cierto tipo de personas acorazadas de impunidad, personas autorizadas meta constitucionalmente para violar la ley, para comportarse antisocialmente utilizando los espacios públicos como su propiedad exclusiva; para tener guardias armados con los que pueda reprimir a la autoridad cuando ésta pretenda tratarlos como ciudadanos infractores y no como la persona de casta superior, que en realidad, es lo que son, aunque la ley diga lo contrario.
México, por desgracia, no se puede llamar una democracia mientras las relaciones entre los seres humanos que lo habitan no sean reguladas por un verdadero estado de derecho, que garantice que nadie esté por encima de la ley. En este país, los delitos suelen no castigarse y las cárceles están llenas de inocentes, descuidados o pobres, pero con muy pocos verdaderos delincuentes en ellas, y existe una casta divina que no puede ser castigada porque su poderío económico y sus relaciones con el poder lo impide, este tipo de ciudadanos “distinguidos”, habitan en todos los estados de la república, pero de manera más evidente, por la exaltada prepotencia con la que se conducen, en la ciudad de México, capital nuestra mexicana y epicentro político y económico del país, en donde el resto de la sociedad, los bautizó como mirreyes.
Es, solo, gracias a la magia de las redes sociales y a la híper comunicación que hoy domina nuestra convivencia, que por lo menos podemos sancionar socialmente, exhibiendo públicamente, mediante videos virales, el comportamiento antisocial y prepotente de los mirreyes que por descuido o mala suerte fueron sorprendidos en acción, exhibición que siempre va acompañada del bullying cibernético, que fuente ovejuna aplica inmisericordemente.
El secuestro y atraco del City manager de la Miguel Hidalgo en la Ciudad de México, por parte de los guaruras de un empresario al que el funcionario había puesto en orden en días pasados, va más allá de un exceso de un mirrey, se inscribe, más bien, en una conducta extendida entre los integrantes de la clase económica encumbrada de nuestra capital, que se asumen impunes y repelentes a las obligaciones que todos los ciudadanos tenemos por igual. Este hecho representa uno de los grandes déficits de gobernanza de los gobiernos de izquierda que hemos tenido los mexicanos en nuestra capital de la República. Ya es tiempo de que esto cambie. Miguel Mancera, aunque sea porque quiere ser presidente, debería corregir esta penosa situación poniendo en orden al mirreynato que padecemos en la ciudad que gobierna, tal como lo está haciendo el valiente funcionario panista en esa demarcación plagada de mirreyes.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe fue dirigente del PRD en Baja California, ex diputado local por el mismo partido y actualmente es Rector del Centro Universitario de Tijuana en Sonora. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com