En estos días tan difusos
en que tanta cosa pasa,
viendo a mis padres confusos
decidí dejar mi casa.
Recorrí hasta medio mundo
sin dicha y con desconsuelo,
al sentir sueño profundo,
dormí en cobijo del cielo.
Curiosidades miraba
al vagar por el camino,
un gato, a un ratón cazaba
para el sustento divino.
Alguna persona estaba
alimentándose un día,
su pan nada le costaba,
a la gente le pedía.
Publicidad
En ese tiempo tan duro
mientras que yo no comía
un niño fumaba un puro
y un perro un hueso lamía.
A veces en este vida,
debes actuar al revés,
para ganar la comida
hay que utilizar los pies.
El que come no trabaja,
el que trabaja no come,
al pobre se le rebaja
y al rico se le repone.
Seguí caminando aprisa,
pero sin perder el juicio,
a veces para oír misa
o asistir a algún servicio.
En misa, se habla sin duda
lo que en la tierra acontece
y lo que aconseja el cura
es que todo el mundo rece.
Sin embargo, en los servicios
se canta con alegría,
se alejan todos los vicios
y hay hermandad día con día.
Publicidad
Después caminé hacia el bosque
a conversar con el viento,
vi gentes que sin reproche
no sabían del sufrimiento.
Nadé encima de los mares
para ver si algo pescaba,
vi un hombre que sus pesares
en la arena los dejaba.
Así llegué hasta el desierto,
donde hallé más soledad,
sin mentiras, es muy cierto,
allí encontré la verdad.
Meditar humildemente
en un lugar tan sincero
nos enseña sutilmente
lo vano y lo verdadero.
Así, regresé a mi nido,
a mi ciudad, a mi hogar,
tremendamente abatido,
pero al fin a mi lugar.
Me encontré conmigo mismo,
era lo que yo buscaba,
y con menos egoísmo
inicié lo que anhelaba.
Llegar a grande y amar,
una vida útil vivir
y a los niños ofrendar
¡un inmenso porvenir!
José Miguel Ángel Hernández – Tijuana, B. C.
