El Quelite es un poblado que recuerda los escenarios fílmicos de las películas de la época de oro del cine mexicano. Pequeño, empedrado, alberga a poco más de mil 700 habitantes. Sus casas coloridas están enmarcadas por el abundante follaje de árboles y planicies de pasto verdísimo que circundan un río. Se encuentra a 33 kilómetros de Mazatlán, Sinaloa, y de ese municipio depende en términos de gobierno, El Quelite. La mayoría de quienes viven en esa localidad trabajan en la atención al turismo. Principalmente al turismo gastronómico. La primera visita a El Quelite estará, lo más probable, motivada por el apetito. La comida casera, con sazón de pueblo y elementos de cosecha inmediata que se sirve en varios de los restaurantes que han sido abiertos para aprovechar el éxito de El Mesón de Los Laureanos, no dejará a turista alguno en la decepción. Es increíble ver cómo las callejuelas de El Quelite se van llenado de visitantes -que pueden sobrepasar la población de la localidad cualquier día- desde las 7 de la mañana y hasta el atardecer, mientras esperan turno para entrar a comer a alguno de los locales. Los pobladores son amables. Hay charros, mujeres atentas y hacendosas, vendedores de dulces a base de leche y de artesanías locales e importadas. Venden quelites y juegos para niños. Y está doña Olga, la señora que surte de chorizo a los restaurantes y que sonríe sin provocación alguna, que regala el abrazo inmediato y es feliz de recibir en su casa a quienes la buscan para comprarle sus productos y alimentos y se llevan en el ínterin una cálida plática de una mujer agradecida y simpática. A la pequeña parroquia en El Quelite sigue la plazuela con su kiosco al centro, rodeado de bancas y vendimia bajo la sobra la arboleda por los que se pueden ver las tejas de las casas. La tranquilidad en el pueblo era así… hasta antes del 2 de enero de 2016. Ese día, cuando aún no llegaban las 12, los comensales de los restaurantes, los caminantes de calles empedradas y los repentinos jinetes de caballos que dan la vuelta al pueblo, tuvieron que agazaparse para resguardar la vida. Durante 30 minutos o más, escucharon el tronar de disparos. Los hacían cerca porque los escuchaban fuerte. Algunos gritaron, otros enmudecieron pero la gran mayoría se tiró al suelo. El tronar de los disparos no cesaba. Los capitanes de meseros, los dependientes de las tiendas, intentaban tranquilizar a los visitantes y les llamaban a no abandonar el lugar en el que se encontraban. Ya pasaría, les explicaban mientras ellos mismos denotaban en sus casas el horror de la balacera. La situación comenzó a normalizarse una vez que cesaron los disparos y escucharon el ulular de las sirenas, indicativo de que la Policía se acercaba a la localidad de El Quelite, entraba por el camino rural engarzado con bugambilias, pasaba el arco de bienvenida y llegaría a dar “tranquilidad”. Lo primero que las autoridades hicieron no se sabe, pues la gente resguardada no se liberó fácilmente del trance de la balacera. Lo segundo que hicieron los policías, militares y federales, fue entrar a los lugares donde se encontraba la gente para darle ánimo, hacerle saber que todo estaba bien, que habían acudido a la alerta de llamadas anónimas reportando la balacera, pero que no había de qué preocuparse. Lo que habían escuchado no fueron tronidos de disparos, habían sido “cohetones”, explicaron a los comensales y pobladores, algunos de los cuales dijeron conocer la diferencia entre uno y otro sonido, y que ellos habían escuchado una balacera. Pero no. La autoridad insistió en la línea de los cohetones. Una vez más, la política de la manipulación de la información y el ocultamiento de los hechos impera en un suceso relacionado con la inseguridad y violencia que se vive en este país. El Alcalde de Mazatlán, Carlos Felton González, insiste: fueron cohetes “garra de tigre, que suenan igual como si fuera una detonación”. Aquí uno de los testimonios compartidos ese día: “Adentro de nuestro refugio, las bromas nerviosas empezaban a fluir sin lograr arrancar sonrisa alguna… los hombres, más por ingenuos que por valientes; nos aventuramos a la calle, sólo para regresar corriendo al ver una camioneta blanca llena de hombres armados y encapuchados que avanzaban a toda velocidad por la calle principal gritando y disparando al aire (seguramente iban a vender chanateros y luces de cantoya). “Tras regresar a ocultarnos en el interior de la casa, escuchamos cómo un grupo de sicarios bajaban de sus unidades y empezaban a gritar: “Ahora si cabrones, salgan… aquí estamos los ‘Chapitos’, no se rajen pinches ‘Zetas’, nuevos disparos y más improperios eran lanzados al aire… adentro, el nerviosismo aumentaba ya casi al punto de la histeria. Unos segundos después un grupo de sicarios llegó a la puerta de nuestro refugio gritando y demandando se les abriera, lo que hizo temblar mis dedos mientras seguía enviando mensajes a todos los amigos, funcionarios y dependencias para pedir ayuda. El silencio se volvió ensordecedor y el aire tan denso que era difícil respirar. Todos nos hacíamos señas en busca de opciones de escape o ideas para seguir a cubierto, mi hija más pequeña no dejaba de reír y buscar abrazos en todos lados, sólo ella estaba ‘a salvo’ en el refugio imaginario de su inocencia… pasaron unos minutos y los sicarios insistieron nuevamente, nuestro casero, temeroso y dubitativo, se acercó a la puerta. Le dijeron que no nos preocupáramos, que eran los ‘Chapitos’ y andaban cazando ‘Zetas’, o como ahora los llama la mayor de mis hijas: ‘Los Malos’ y ‘Los Más Malos’. Nos pidieron que estuviéramos tranquilos, que saliéramos a la calle… que no pasaba nada”. “Los minutos pasaron, los auto-denominados ‘Chapitos’ subieron a sus camionetas y se fueron a toda velocidad regresándonos la capacidad del habla y un poco de tranquilidad… en ello estábamos, cuando se escuchó lo que parecía un helicóptero y vimos cómo un grupo de élite avanzaba agazapado por el pueblo. Esperamos… esperamos… esperamos y vimos que la movilidad regresaba poco a poco a las calles, lo que nos dio el coraje suficiente para aventurarnos nuevamente a las banquetas. Allí me reuní con mis padres y en un rápido abrazo, las sonrisas con que llegamos esa mañana a El Quelite, volvieron a nuestro rostro… subimos a la camioneta y escapamos del secuestro temporal al que fuimos sometidos por esos infames ‘vendedores de pirotecnia’”. Los locales y los visitantes, una vez pasada la crisis, con calma, buscaron el escenario de la balacera pero poco encontraron. Algunos casquillos por aquí, otros por allá. Hoyos de disparos en bardas, paredes y letreros. A pesar de la versión oficial que niega la balacera, los pobladores no salen de su realidad. Lo que escucharon por más de 30 minutos fue una balacera. Con todo y que no haya cuerpos, que no se haya reportado la violencia y la autoridad municipal pretenda mantener la tranquilidad sumiendo a la población a la ignorancia de lo que a su alrededor sucede. Vulnerados desconociendo a qué o contra qué se enfrentan aun en sus casas de colores intensos, tejas y sillas en el zaguán. Al día siguiente, el 3 de enero de 2016, las calles de El Quelite estaban otra vez atiborradas, pero no eran tantos los visitantes. A pesar de la estrategia de negar la realidad, de centrarse en la hipótesis de los cohetones “para no alejar al turismo”, lo que más se ve en las calles empedradas son policías federales, estatales y elementos del Ejército Mexicano, caminando armados por todas las callejuelas. Rondan las esquinas, estacionan sus patrullas y vehículos militares en lugares céntricos en lo que parece ser una estrategia de disuasión a los criminales. El silencio se respira ante la mirada curiosa de los visitantes y la expresión instigadora de los uniformados. Sí hay turistas y comensales, no tantos como un día antes, pero los hay. Destacan algunos. Para acabar con “el rumor de la balacera en El Quelite”, el Alcalde Felton fue a desayunar al Mesón de Los Laureanos. Le acompañaba el Secretario de Turismo, Francisco Córdova Celaya, y en otra mesa del mismo lugar, acompañado de su familia, se encontraba el Secretario de Seguridad. Cuando se le pregunta por qué los rondines de la federal, la estatal y los militares, Carlos Felton asegura que están para dar tranquilidad “no porque se necesiten”. Como la de El Quelite el sábado 2 de enero de 2016, en nuestro país ocurren balaceras todos los días. En Guerrero, en Tamaulipas, en el Estado de México, en Baja California Sur, y en otras entidades, cada vez más, dominados por el narcotráfico y el crimen organizado. Tomadas sus calles por los delincuentes. No sabemos de estos lamentables incidentes porque “La Autoridad” las oculta para salvaguardar el prestigio y proteger el turismo y la inversión, pero conocemos de los hechos por los mexicanos que no se amedrentan, que toman fotografías y videos y los muestran al resto en blogs, en redes sociales, en canales públicos de la Internet. La estrategia del Gobierno, sea federal, estatal o municipal, de voltear a otro lado, de ignorar la realidad, de manipular la información y ocultarla, sólo beneficia a los criminales, quienes permanecen en el anonimato y a salvo de la persecución social, judicial y ministerial. Claro está que a quienes mal gobiernan a México y sus diferentes regiones se les olvida o tal vez ni siquiera contemplen la máxima de Abraham Lincoln: “Puedes engañar a poca gente mucho tiempo, puedes engañar a mucha gente poco tiempo, pero no puedes engañar a toda la gente todo el tiempo”.