Jhosivani Guerrero de la Cruz fue identificado a través de la muestra ósea etiquetada con el número 16-29102014 en un laboratorio de la Universidad de Innsbruck, Austria. Fracturada en dos, la pieza de 12.5 por 3.5 centímetros contenía material genético que coincidió con el de su madre, Martina de la Cruz. Los análisis partieron del ADN mitocondrial del joven de 19 años, un tipo de ADN que solo es transmitido por la madre y que debido a su mayor número de copias en las células, es utilizado para identificar restos antiguos o calcinados. Ese pedazo de humanidad de Jhosivani fue aportado por la Procuraduría General de la República (PGR) el 13 de noviembre de 2014 a los expertos de Austria, por recomendación del Equipo Argentino de Antropología Forense. La versión oficial, desde la cual partió la “verdad histórica” promulgada por el ex procurador Jesús Murillo Karam, indica que esta pieza forma parte de los más de 63 mil fragmentos óseos recolectados del río San Juan y del basurero de Cocula en Guerrero. No obstante, solo es una de las 17 muestras óseas seleccionadas por su condición para su procesamiento. Así, a diez días de que se cumpla un año de la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando estudiantes de la Normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa fueron secuestrados y desaparecidos por policías municipales y miembros del crimen organizado, Jhosivani se convirtió en el segundo normalista plenamente identificado y reconocido como asesinado por la PGR. Pero no por su familia. Vía telefónica, el 17 de septiembre, un día después de la conferencia concedida por la procuradora de la República, Arely Gómez, los familiares del joven manifestaron no haber sido informados de los hallazgos por parte de la autoridad. La lucha por el no olvido El matrimonio entre Martina de la Cruz y Margarito Guerrero dio vida a siete hijos. El menor de ellos, Jhosivani, nació un 15 de febrero en Omeapa, un pequeño poblado perteneciente a la ciudad de Tixtla, Guerrero. La familia apoyó el ingreso de Jhosivani a la Normal Rural de Ayotzinapa. En Guerrero, son pocas las oportunidades de empleo, menos las de estudio. Dos de sus hermanos habían migrado hacia Estados Unidos, donde uno de ellos murió. El otro regresaría de Texas después del 26 de septiembre de 2014, a dos semanas del nacimiento de su hija, para participar en la búsqueda de su hermano y de los normalistas. “Aquí nos la pasamos diario”, explicó Anayeli Guerrero, hermana de Jhosivani, en febrero de 2015, a cuatro meses de la desaparición del joven. La mujer se encontraba en la cancha de basquetbol de Ayotzinapa, improvisado campamento para decenas de personas, mientras sus dos hijas menores y una sobrina, saltaban y jugaban con un cachorro. “Nuestra vida ha cambiado bastante, ya es más difícil”, narró ese día a la reportera de ZETA. La familia de Jhosivani, desde padres, hermanos, sobrinos y cuñados, acudía a diario a la Normal no solo como ritual para mantener en la memoria a su desaparecido, también para apoyar en las actividades del movimiento. Por ejemplo, abordar un camión a las cuatro de la mañana hacia la Ciudad de México para asistir a reuniones, conferencias de prensa o manifestaciones. Al describir a su hermano, Anayeli inclina la cabeza a un lado y dos hoyitos se forman en sus mejillas. Quita las manos de su tejido y recuerda cómo de entre puercos, gallinas y otros animales, Jhosivani se encargaba de cuidar a las vacas. Para aportar un poco de dinero a su casa, el joven vendía contenedores de agua, marca Rotoplas, entre los poblados de Tixtla y los alrededores. Hay una última foto de él que su hermana guarda en su teléfono celular. Tomada antes de su ingreso a la Normal, en ella aparece Jhosivani, vestido con camisa clara, pantalón de mezclilla y huaraches, montado en un caballo café con manchas blancas. La gorra en su cabeza deja caer una sombra sobre su moreno rostro, pero la sonrisa de una niña, sentada frente a él y con la mirada hacia la cámara, suavizan el recuerdo del joven desaparecido. Sigue la incertidumbre La familia de Jhosivani refiere que no fueron informados de la identificación de restos del joven. Por lo tanto, no pueden negar ni aceptar que sea considerado como muerto y no desaparecido. Inclusive con el respaldo científico de la Universidad de Innsbruck en los análisis de ADN, permanece el reclamo hacia la PGR sobre el hallazgo de los restos. Una semana antes, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, informó que contrario a la versión de la Procuraduría, sus investigaciones arrojaron que los jóvenes no fueron incinerados en el basurero de Colula. El peruano José Torero, experto en seguridad y manejo de fuego, argumentó que científicamente es imposible que 43 cuerpos hayan sido calcinados en un periodo menor a 16 horas, ya que para hacerlo, se requieren 30 mil 100 kilogramos de madera, 13 mil kilos de neumáticos y 60 horas. Sin embargo, la PGR sostiene su versión y asegura que tanto la identificación de Jhosivani Guerrero como de Alexander Mora -realizada desde diciembre de 2014- serán incorporadas a la averiguación previa iniciada por la desaparición de los estudiantes. Un día después del anuncio, se informó de la detención Gildardo López Astuillo, miembro del grupo criminal Guerreros Unidos y señalado como autor material de la desaparición de los 43 normalistas.