Entonces los panistas no tenían amparo político ni económico. De México nada más les echaban muchas porras y cero billetes. Aquí los sacaban de sus carteras. No les quedaba otra. Andaban al mismo tiempo buscando y ofreciendo candidaturas. Una vez se la pusieron “en charola” a mi asociado Héctor Félix Miranda. Rápidamente les dijo no. Cuando estaba dispuesto al sí, lo mataron un trío de perversos guardaespaldas del Ingeniero Jorge Hank Rhon. Otra vez, 1989 por cierto, llegaron a ZETA Norberto Corella, Eugenio Elorduy y otros para solicitarme representarlos en la pelea por la Presidencia Municipal de Tijuana. Como el zapatero a sus zapatos, naturalmente no acepté, pero sí Don Carlos Montejo Favela. Desde 1960 era lo mismo. Acción Nacional espulgaba en el directorio telefónico o la memoria. Buscaban nombres para rellenar huecos en las boletas. Por eso muchas veces alguien era candidato a regidor. Al año siguiente por una diputación. Luego peleando la alcaldía o hasta la gubernatura. Siempre fueron para mí participaciones heroicas. Casi suicidas. Sabían muy bien: ni ganando le podían sacar la vuelta a la derrota. Unas veces por chanchullo descarado. Otras con operaciones bien zurcidas por la Secretaría de Gobernación. Luego, me consta, en los comités electorales les cantaban como strike las bolas abajo y ceñidas. Fue de película la falsificación en el desaparecido edificio de la Logia Masónica mexicalense. Otra en la escuela Alba Roja de Tijuana. Y cuando ya le conocían todos sus trastupijes al PRI, descubrieron la famosa “Operación Dragón”. Con esa y en 1986, le arrebataron a Eugenio Elourduy la Presidencia Municipal de Mexicali. Ya era una costumbre. Desde un año antes de las elecciones la prensa malabareaba con los nombres de acelerados priistas. Siempre calificaron: aparecer en la prensa pesaba mucho. Y electos estos caballeros por el Gran Dedo eran aclamados en la hipócrita “cargada” hasta por sus rivales. En el PAN esperaban a ver quiénes serían sus enemigos más que competidores. Así, del tamaño del sapo sería la pedrada. A veces ni siquiera la planilla completaban. Otras, llegaban al registro electoral como la Cenicienta, antes de la última campanada medianochera. Tanta chapuza y corrupción hartó a los bajacalifornianos. Y el voto en 1989 fue anti-priista y no panista. Lo más curioso. Los que ni al partido pertenecían como el señor Montejo y Ernesto Ruffo, llegaron a Presidente Municipal y Gobernador. No por méritos, sino porque los militantes estaban hartos de perder y gastar su dinero. Así, los panistas le entraron a la mercadotecnia política y sus “candidatos” ni siquiera sudaron la camiseta. Encaramados en el poder hubo encaprichados por la venganza y la buena vida. Pero también por seguir la doctrina panista. Al paso de los años, ganaron los primeros. Ahora los panistas cambiaron de traje o vestido con el PRI. Andan ya, peleándose por las candidaturas para el 2003. Igualito a los priistas en sus buenos tiempos. No se las ofrecen a nadie. El que tiene más saliva come más pinole. La historia del tricolor se repite en azul y blanco. Los mismos navegantes en otros mares del pasado inmediato del poder, quieren echar su barca a las aguas del 2003. Parecen gemelos de los priistas. No sueltan la nómina del poder. Hacen buena la sentencia folclórica de Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”. Dominan ya la “todología”. La transformación del panismo alcanza al PRI de sus mejores tiempos: el Gobernador del Estado se coloca como el número uno de su partido. Impone al dirigente estatal. Aparte, cuando hace años estaba en la oposición, reclamaba porque el gobierno compraba vehículos a otras concesionarias y no a la suya. Ahora es bien favorecido. En ninguno de esos casos hay ley vigente. Pero en política sobre todo, hacer cosas buenas que parecen malas, es fatídico. Otro regreso en los tiempos lo ejecuta el Presidente Municipal de Tijuana: los gobiernos priistas acostumbraban a comprar patrullas usadas. Desecho estadounidense. Al rato estaban destartaladas. Pero llegaron las administraciones panistas. Entonces sí, purititos vehículos nuevos. Ahora no. Y en tratándose de política, el amanecer lo ven a medianoche lanzando buscapiés a las botas de don Vicente: Ernesto Ruffo, dicen, puede ser Presidente de la República. Este hombre llegó en 1989 a una importante posición. El primero en la historia. Allí debió terminar. Ser el símbolo viviente político. Pero se le ocurrió competir por la dirección nacional panista y en casa lo derrotaron terriblemente. Tanto como cuando él y no Acción Nacional venció a los priistas. Nunca quiso entender que el PAN es para panistas, no para neopanistas, salvo cuando les conviene. Hace poco la historia se repitió con el Ingeniero Carlos Medina Plascencia. Entonces a Ruffo no le quedó otra: como en el pasado, se subió al tren de la revolución. Mencionarlo a estas alturas candidateándolo, es un desatino que le abre las puertas al canibalismo. Y de paso despostilla al partido. Si un bajacaliforniano fuera el candidato, ése sería Ruffo, dijo el diputado federal Cuauhtémoc Cardona. Lo que se interpreta llanamente con un “…entonces, Elorduy ni los demás bajacalifornianos sirven”. No hace falta vestirse de azul y blanco para ver la realidad. Suponiendo sin conceder que Ruffo se decidiera, su primer opositor sería Elorduy. Todo mundo sabemos que uno de los dos sobra en la habitación azul. Por hoy, el Gobernador está cercano al poder y a la vanidad central panista y federal. El ex gobernador comisionado a la frontera donde le sobran problemas que no puede resolver. Capacidad tiene, facultades le faltan. Pero está como quien dice, tan cerca de San Diego y tan lejos de Los Pinos. Con tan desafortunada candidateada ni las botas foxianas le servirán para evitar las zancadillas. Y el PRI se volvió PAN en una edición corregida. No hay el heroísmo del pasado opositor. Ni amasiato ni amor por los colores. El telón de la realidad se bajó y cubrió la vegetación para exhibir el desierto. Y uno se para en medio y no ve a nadie. Recuerdo el pasaje contado por don Carlos Alberto Madrazo. En las ferias era atractivo el oso bailando. Pero pocos sabían. Bajo la plancha de acero donde danzaba, le arrimaban fuego y el animalote subía y bajaba las patas. Así se acostumbró el PRI. Pero ahora ya no tiene ni plataforma ni fuego. Los líderes se esfumaron. Fueron una especie histórica extinguida. Si le pregunta a 10 bajacalifornianos los nombres de sus dirigentes en todo el Estado y municipios, 11 le dirán que no sabe. El PRI está hoy como antes el PAN. Ni siquiera una miradita les echan desde el Comité Ejecutivo Nacional. Tiempos cambian carácter. Antes los panistas se desgañitaban reclamando tarifas eléctricas más bajas en Mexicali y el PRI callaba. Elorduy como alcalde panista pagaba spots en televisión tirándole puyas a Ernesto Zedillo, Presidente priista. “¿Hasta cuándo?”, aparecía una hermosura alzando los brazos en señal de saber el día para modificar los cobros. Encorajinaba al mandatario. Ahora cuando viene Vicente Fox, no le dice nada. Contrario a lo bravucón que fue en sexenio zedillista, Elorduy declaró a inicios de semana al periodista Fernando del Monte en un programa tijuanense de radio. No puede pelearse con el presidente panista. En los años setentas se manifestaban en orden hasta 20 mil mexicalenses. Ahora, con más población, no se reúnen ni la décima parte de reclamantes por tarifas justas. A pesar de las convocatorias y mayor comunicación. No se me olvida Lolita de Méndez y distinguidas damas panistas o simpatizantes de Acción Nacional. Eran un alboroto. Cierta ocasión y por razones de emergencia, aterrizó el helicóptero del presidente priista Miguel de la Madrid en el rancho de una de ellas. Lo agarraron en corto. Ya le andaba al mandatario. Otra vez se pusieron frente a él con enormes mantas a la salida del Hotel Lucerna en Mexicali. La gritería lo aturdió. Ahora, Lolita no tiene las seguidoras ni acompañantes cuando el PAN era oposición. Los hechos hablan: el poder es capaz de silenciar hasta las cacerolas. O como decía don Salvador Rosas Magallón: “No se puede estar en misa y andar en la procesión”. El pasado vuelve. En 1960 Braulio Maldonado terminó el sexenio angustiosamente. Primer gobernador electo y primer gran pasivo económico. A ese escándalo sumose la divisa de su administración: desapego. La creencia de haber sepultado a sus enemigos en la Laguna Salada. Una fama negra llamada “Los Chemitas” que así identificó la plebe a sus guardaespaldas. Parlanchín y dicharachero. Siempre sonriente. Lo vivaracho no le alcanzó para atinarle al sucesor cayendo en pecado político mortal. Ni lo simpático pudo quitarle tan rancio sabor a su gobierno. Por eso de puritito coraje escribió un libro. Repartió errores y culpas. Naturalmente, incluyó a los periodistas de la época. Y hasta garrapateó cómo lo escogieron para gobernar. Ahora el ex sustituto panista también hará lo que el priista Braulio hace 42 años. El cambio, pues…. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicada en agosto del 2002.