Uno de los compañeros se bajó enfadado del camión a hablar con uno de los oficiales quien inmediatamente sacó a relucir las armas de alto poder y cagando cartucho. ¿Qué rayos le pasaba? Si solo éramos un grupo de estudiantes inconformes que hasta donde yo sé, estábamos completamente desarmados. En eso, una caravana de camionetas con varios sujetos encapuchados sin insignias apareció. Iban armados como mercenarios de guerra y nos cerraron el paso por detrás del camión… No había para dónde hacerse. Por primera vez yo y mis colegas, presentimos que esto podía fácilmente terminar en tragedia. Quizá nos mandarían encarcelar unas horas o someternos a un interrogatorio aunque… en el peor de los casos nos darían, a la usanza de la autoridad de este país, una soberbia paliza como advertencia. Me costaba mucho entender que esto realmente estuviera pasando. Se me olvidaba que el mío es un país donde resulta habitual encontrarse partes de cuerpos humanos, descabezados, desmembrados frente a escuelas y calles, todo lo que nos podía pasar hoy nos iba a suceder. Yo lo último que recuerdo es cómo nos arrastraron a todos del camión y nos golpearon con saña inenarrable. Mientras nos molían a golpes aquellos desconocidos, vi de reojo los rostros de aquellos policías, traidores y faltos de agallas, indiferentes, uno o dos tratando de enmascarar el horror en su rostro ante lo que nos estaban haciendo. Yo debo haber quedado inconsciente después de que uno de esos encapuchados me tomó del cuello y me apretó hasta que oí cómo se me partían las vértebras. Sentí mi espíritu me era arrancado del cuerpo. ¿Me habría asesinado son tal frialdad aquel inhumano individuo? Como si fuera una macabra película, vi perfectamente cómo arrojó mi cuerpo al piso, cayendo como un muñeco de trapo, lívido. Aquel individuo, no contento con ello sacó una navaja. ¡Pude imaginar el filo helado de aquella navaja rebanando mi rostro! Aún se podía aspirar la pólvora en el aire. Se alcanzaba a escuchar el crujir de huesos… Los gritos desgarradores de mis colegas rogando inútilmente por su vida… El olor a gasolina era punzante y la carne quemada simplemente nauseabunda. Podía ver los riachuelos de sangre roja y fresca siendo absorbidos por hondas raíces del suelo. Tres de esos tipos con ayuda de policías, tomaron lo que quedaba de mi carcasa humana, mancillada e inerte y simplemente la arrojaron a una fosa de basura, como si fuera yo un perro de la calle con lepra… Yo era un ser humano con derechos, ¡no un simple objeto desechable! ¡Nadie estaba ahí para defender mi humanidad ni para salvar un ápice de mi vida! En ese momento me di cuenta qué tan lastimosamente perdida estaba la humanidad más elemental y junto con ella, condenado estaba mi pueblo a abrazar la crueldad. Me doy cuenta que en verdad soy un espectro errante de Ayotzinapa. Un fantasma creado a través de la insensibilidad y la vileza más aterradora. Condenado a permanecer en ese lugar hasta que se nos haga justicia. Instigado a revivir cada instante de este horrendo sacrificio de jóvenes inocentes y a observar mi propio asesinato. Estoy destinado a rondar en la diabólica conciencia de quien ordenó pulverizar nuestros huesos, perforar nuestras sienes, colocar nuestras vísceras en bolsas de plástico, prendernos fuego y enterrarnos en una tumba sin nombre. Seré el recuerdo que torture sin descanso, la mente de un Presidente incapaz de detener la carnicería y zozobra humana de su país. Seré usado tal vez, como una estadística sangrienta en la libreta de un político. Seré un clavo más en el ataúd de este remedo de justicia social que perece lentamente con cada acto impune que no se castiga. ¿Tú serás capaz de hablar por mí? ¿De levantar la voz por mis compañeros y limpiar la podredumbre de este país sin recurrir a la feroz violencia? ¡Retoma tu país o sé condenado tú mismo a ser un espectro que busca sin descanso esa justicia que nunca te permiten alcanzar! Dedicado a los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, víctimas de un sistema de justicia inservible y corrupto, así como de un gobierno incapaz de cumplir con su pueblo su promesa de bienestar y paz social. ¡El espíritu de los que buscan Justicia nunca será vencido ni olvidado! Muchas gracias. Toraijin Arendori Tijuana, B.C.
Espectros de Ayotzinapa (Ultima Parte)
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