Hasta la entrada del lobby del hotel Ticuán, el arzobispo de Tijuana Rafael Romo Muñoz se apersonó la tarde del 29 de octubre para encontrarse con el dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional, César Camacho. El líder priista iba rumbo al informe del primer año legislativo de René Mendívil, David Ruvalcaba y Miriam Ayón convocado en el Antiguo palacio Jai Alai en la avenida Revolución. Pero antes, concedió una entrevista con la codirectora de ZETA, Adela Navarro Bello y con quien escribe esta columna, en el último piso del mencionado hotel. En el traslado, Camacho se topó con Romo. El sacerdote había ido en su búsqueda y la escena fue ante muchos: abrazo y golpecillo de espada. Afectuosos, se agasajaron con cariño. Palabras más palabras menos, el prelado pidió una reunión personal y privada con el que lleva las riendas del tricolor. En ese momento sin confesarle el interés. Camacho se disculpó y le explicó su compromiso con la prensa y quedó formalmente de visitarlo la próxima vez en que visitara el Estado, hasta donde el obispo le dijera. Eso calmó al parroquiano de Jorge Hank Rhon y lo dejó ir. Camacho subió a la entrevista; Romo se entretuvo con tanto priista de alto vuelo, diputados, ex alcaldes y funcionarios federales. Al rato, el de la sotana –que en ese momento la cambió por saco y un pantalón– anunció su partida. Miguel Ángel Badiola, presidente de COTUCO y publirrelacionista de Hank pidió a los organizadores en voz alta que interrumpieran la entrevista con ZETA para que Romo pudiera pasar a despedirse, no solo eso sino que sacaran a los periodistas para que el padre entrara. Aparentemente al monseñor le molesta la presencia de quienes escribimos en este medio, o el presidente del Comité de Turismo, creyó que así era. Serenísima ocurrencia. Los dirigentes nacionales del PRI, y los locales, se negaron a la petición de Badiola.