Érase una vez una niña que preguntaba todo el tiempo a su papá ¿por qué? ¿Por qué sale el Sol? ¿Por qué vuelan los aviones? ¿Dónde viven el Lobo Feroz y la Caperucita? ¿Todas las buenas personas al morir se van al Cielo? Sin saber por mi corta edad, que muchas veces sobran preguntas y faltan respuestas. Esa niña creció y se convirtió en una adolescente, pero su curiosidad no solo no disminuyó con los años, sino que se convirtió en una constante en su vida, llegó a la edad adulta y por un tiempo, las preguntas se congelaron, pues todo su tiempo se ocupó en cuidar de sus hijos pequeños, ellos llenaban por completo la necesidad de asombro que tenía, cada día había una nueva experiencia, un aprendizaje, una anécdota, un problema que resolver, risas y juegos. Sin embargo esos hijos crecieron más rápido de lo que ella hubiera querido y de repente empezó a sentir que sus manos y su mente ya no estaban tan ocupadas, fue entonces que sus ganas de descubrir y descubrirse regresaron. ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué vine a hacer al mundo? ¿Realmente tiene relevancia mi vida más allá de la procreación? ¿Por qué si ya estoy entrando a la madurez a veces creo que apenas estoy empezando a conocerme? ¿Será que esto les pasa a todos? Esa mujer madura soy yo y una pregunta tras otra viene a visitarme cada día, como si todas hubieran estado esperando a que me desocupara de vivir tan apresuradamente, como si me estuvieran dando la oportunidad ahora de encontrar el verdadero sentido de la vida. Vivir, qué privilegio tan inmerecido, si tantos otros no lograron ni siquiera ser concebidos. Vivir, qué gran responsabilidad, porque cada acción u omisión, cada palabra de aliento o desaliento, cada decisión o indecisión, pueden cambiar por completo el curso de muchas historias, la nuestra, la de nuestros hijos, la de nuestra pareja y hasta la de algunos desconocidos, ya que a veces un sí o un no, pueden marcar la diferencia. Tratemos de caminar despacio, pero con pasos firmes hacia el auto descubrimiento, tenemos tanto para dar y en la medida que demos, recibiremos, sobre todo cuando lo hagamos desinteresadamente. Cada uno somos como un cofre lleno de tesoros, a veces cuesta trabajo seguir el mapa que lleva a encontrarlo, habrá algunos cofres más enterrados que otros, pero todos podemos llegar a él si realmente nos lo proponemos. Ese cofre es el lugar donde brillan los sentimientos, los anhelos, la autoestima, la realización, la vocación y sobre todo el amor, ese amor que se renueva a cada instante y que entre más se entrega, más se reproduce. A veces no es fácil dejarnos llevar y aventurarnos en esa búsqueda sin sentir dudas, puede que haya tropiezos que nos causen heridas, heridas tan profundas que parece que nunca sanarán. Pero hay algo que siempre debemos tener presente: si estamos vivos, es para vivir; si estamos enfermos hay que buscar la cura; si estamos solos, busquemos compañía; si necesitamos ayuda, dejemos el orgullo de lado y atrevámonos a pedirla y cuando intentemos algo en lugar de preguntarnos ¿por qué?, hay que preguntarnos ¿por qué no?, ya que lo único que no debemos hacer mientras nuestro corazón palpite, es rendirnos. Silvia Elena Amaral Torres Tijuana, B.C.