Nevaba profusamente, chimeneas encendidas mitigaban el intenso frío que, a pesar de los abrigos, calaba hasta los huesos. El aeropuerto estaba cerrado y, ante el desolador panorama, todo indicaba que la corrida se cancelaría; tenía cuatro horas sentada en el lobby del hotel y, al filo de la madrugada, sin esperarlo siquiera, tenía ante mí al gran Joselito Adame. De inmediato lo abordé, lo senté junto a mí, y surgió la entrevista. Él solamente vestía una camiseta amarilla y una bolsa de viaje en el hombro, durante la plática no cesaba de sonreír y le pregunté, ¿de qué se ríe? Contestó: “Es que burló mi equipo de seguridad”, y respondí: “Yo no burlé a nadie, estoy hospedada aquí y todo esperé menos encontrarlo, mucho menos tan tarde”. A lo que replicó: “Hasta este momento pudimos aterrizar”.