En otras circunstancias podría ser hasta un cierto estereotipo de belleza. Rubia, grandes ojos verdes, lacio el cabello y bronceada la piel, con tacones levantaría un metro setenta. Pero la realidad dista mucho: Mugre sobre la mugre delatan meses de no tocar agua ni jabón, pantalones enroscados hasta forzarlos a “shorts” con cinco tallas más grande de la suya. En lugar de cinto un cordel anudado, desaparecido en partes donde se desparrama la panza. Un top negro que ya tuvo mejor vida y tenis de hombre sin agujetas y evidentemente más grandes que lo necesario. La joven mujer se bambolea con un cuarto de tequila en cada mano, se detiene del poste, mira a la nada y una mueca en la cara remeda una sonrisa. No son ni las siete de la tarde en la esquina de López Mateos y Bravo –en pleno centro de Mexicali–, por ahí recorren niños, empleados recién salidos de trabajar, familias a la espera del camión, mientras la mujer sigue meciéndose, retando al equilibrio. “Ya tiene rato ahí –explica una empleada del Oxxo– le hablamos a la policía y nada que vienen”. La mujer es una de las decenas de indigentes que como zombis deambulan por Mexicali –sobre todo en la zona centro–, pero igual recorren Centro Cívico, Palaco, Nuevo Mexicali y hasta la Colonia Nueva. Son una singular mezcla entre migrantes, alcohólicos, drogadictos y enfermos mentales que comen lo que encuentran, duermen donde pueden, “hacen del cuerpo” en cualquier rincón, en suma, sobreviven de milagro. Una suerte de escoria que nadie reclama, que ninguna instancia atiende cabalmente, que en términos de políticas públicas parecen no existir, pero ahí están en el paisaje urbano. Además el calor de Mexicali que cada verano mata a algunos de estos “zombis” sin casa. Hace una semana el titular de seguridad pública, Alejandro Montreal, se reunió con directores de Centros de Rehabilitación para abordar varios temas; analizar la propuesta de que sean ellos quienes acojan a este sector de indigentes urbanos, propuesta que aún se discute aunque algunos ya levantaron la mano, como José Luis Aviña de la casa de asistencia CACE, de las pocas que recibe a pacientes psiquiátricos. Ahora el problema será el dinero para mantenerlos. No imputables Una docena de directores de centros de rehabilitación y mandos de seguridad pública encabezados por su titular, se reunieron en las instalaciones del Carad en la colonia Santa Clara, el tema de los indigentes estuvo en la mesa. “En verano tenemos el problema de las personas que son adictas y que ya pierden el sentido mental y empiezan a deambular en las calles”, refiere Montreal sobre indigentes con problemas de drogas y donde se requiere la autorización –y pago– de familiares para internarlos. “Pero hay centros que ofrecen esa ayuda, en los casos donde estas personas pierden el sentido y pueden quedar muertas en la calle. Es algo inhumano”, comenta el jefe policíaco. La idea es que los centros los reciban y a su vez canalizarlos al Centro de Salud Mental –que depende del sector salud– en Mexicali, “me dicen que en uno de los centros tienen personas que no tienen la solvencia económica para poderse rehabilitar, tienen hasta extranjeros. Ahí tienen médicos, tienen psicólogos, psiquiatras, le hacen la valoración inicial y lo canalizan al Cesam”. “Actualmente –explica Montreal– lo que hacen es trasladar a estos indigentes ante el Juez Calificador, los presentan por alguna falta administrativa. Lo que pasa es que aquí solo pueden estar un rato, no tenemos la posibilidad de estarlos cuidando y darles un tratamiento como es debido. Aquí es estancia y salen a las calles nuevamente”, y aclara de las faltas cometidas: deambular en vía pública, escandalizar, molestar a persona. Montreal explica, no los puede retener porque son gente que no está bien de sus facultades mentales, no está consciente de lo que están haciendo. “Me voy a los casos extremos, donde la persona esta desnutrida, deshidratada, es verano y no tarda en caer. En ese tipo de casos es importante hacer algo”. Comenta que no hay un padrón de indigencia y considera que sobre todo en la zona centro es más común encontrarlos. Sobre a cuáles dependencias corresponde involucrarse en el tema, menciona en primera instancia al sector salud. “Hay una laguna muy grande”, considera el jefe policiaco. 20 pa’l peso… CACE Asociación Civil es una casa de asistencia que recibe a pacientes psiquiátricos, algunos “imperativos” –agresivos–, otros calmados, unos que apoyan como servidores, “que entrecomillas están bien”, explica Silvia Isela Batista, una de los encargados del lugar enclavado en la colonia Santa Clara, frente a la barda metálica que separa con Estados Unidos. En el terreno hay enfiladas siete pequeñas casitas que pueden albergar a siete, ocho internos cada una, lo que suma cerca de 80 espacios; ahora está a la mitad de su capacidad. Tiene cerca de cinco meses funcionando y el ingreso lo obtienen del pago por pacientes que envía el Centro de Salud Mental, y de aquellos que tienen familiares para cubrir los 2 mil pesos al mes. El ingreso lo completan con la venta de donas, hielos, tortillas de harina. Son 10 mil pesos mensuales por renta. Silvia se queja de la falta de apoyo, que Desarrollo Social les pone muchos candados, aparte reciben críticas de algunos centros de rehabilitación donde les cuestionan lo barato del cobro, o el que reciban a mentales. Refiere un caso: Vinieron familiares de un joven que deambulaba en las calles de la zona, insistieron que lo aceptara, que su mamá desde Estados Unidos pagaría la cuota. Lo levantaron de la calle y ahí lo tienen, pero la mamá se negó a pagar. “Dijo que no era su obligación…”, comenta Silvia Isela. José Luis Aviña comenta que están a la espera de un apoyo de la Secretaría de Desarrollo Social de 20 mil pesos para la compra de un equipo de cocina. Él es el tesorero de la Unión de Centros que aglutina a cerca de una docena de grupos de rehabilitación, algunos en el Valle, otros en la ciudad. Frente a las diminutas casas se ubica un gran patio en-cementado y en la fila de habitaciones la primera es para la oficina, luego el comedor y al este los dormitorios, el primero para mujeres más o menos en buen estado. “Les falta un veinte pa’l peso…”, refiere Silvia Isela a manera de explicación sintetizada sobre la salud mental. Luego viene otro de mujeres con problemas más graves; una joven delgadísima, Daniela, tiene retraso mental, usa pañales y debe ser asistida en todo. A un lado el dormitorio de varones no tan deteriorados, ahí en uno de los camastros –son las nueve de la mañana– se ubica un interno quien pasa el día dormido. Los del lado son los más graves, un joven con síndrome de Down, otros que parecen tranquilos, uno mira el futbol, los otros lo miran a él. “Me lo embrujaron…” “Las personas indigentes que vemos en Mexicali son fundamentalmente de dos tipos: unas meramente psiquiátricas y otros son los deportados, muchos de éstos por las condiciones en que están, tarde o temprano terminarán siendo pacientes psiquiátricos”, explica el médico psiquiatra Salvador Rico, ex funcionario en el Instituto de Psiquiatría y ahora involucrado en un proyecto privado, Vida Plena. Entre los males psiquiátricos ubica la esquizofrenia y la psicosis; el deterioro por el consumo de drogas. “La esquizofrenia es una enfermedad mental donde la principal característica es que están fuera de la realidad, viven en otro mundo, tienen alucinaciones, ideas delirantes y conforme va evolucionando va siendo más deteriorante”. En esta enfermedad otra de las características es la llamada dromomanía, que consiste en un caminar exagerado y que implica que pierdan a sus familias, o en casos la familia ya no quiere saber nada de ellos. Esta enfermedad puede ser hereditaria y los síntomas empiezan a mostrarse alrededor de los 25 años, cuando al paciente a esa edad ya tuvo hijos, quizá hasta terminó una carrera universitaria. Son gente que nos traen a consulta y la mamá nos dice: “Nos lo embrujaron, antes estaba muy bien…”. Este tipo de enfermedad mental –explica Rico– se controla pero no se cura, son personas que ya no tienen la capacidad para laborar, se aíslan y se dedican a actividades mínimas. “Se le llama el cáncer de las enfermedades mentales”, refiere. Debido al consumo de drogas, sobre todo de cristal, se produce un deterioro rápido y cuando el paciente tiene alucinaciones resulta difícil distinguir un paciente esquizofrénico de uno con psicosis por consumo de drogas. “Se quedan en lo que comúnmente le llaman arriba, avionados”, dice el médico sobre adictos que deambulan en condición de calle. Otro rubro son los migrantes. Los deportados, ya que desde 2013 inició una deportación masiva por Mexicali: “Por las condiciones paupérrimas en las que están, de no tener una casa, una alimentación adecuada, bajo el agresivo clima, producen un deterioro a nivel del pensamiento y hay pacientes que llegan a presentar trastornos psiquiátricos”. Sobre quién debería atender esta situación, Rico Hernández considera ésta una pregunta muy difícil, pues no se trata de una sola dependencia, sino involucrar a varias instituciones como Isesalud, Sedesoe, el DIF. Explica que la tendencia con los pacientes mentales no es hacia el encierro, sino a reinsertarlos familiarmente. Y en cuanto a la intervención institucional pone el caso de San Diego, California, donde hay muchos indigentes y han abierto albergues donde comen, reciben medicamente y duermen. “No los tienen presos pero sí los tienen controlados”. En Mexicali no hay un censo, ya que primero se tendría que ver a quién le toca, “hay una especie de hueco, al final de cuentas no estamos conjuntados…”, comenta el médico psiquiatra, quien calcula que un paciente cuesta mantenerlo alrededor de 4 mil 500 pesos mensuales, más otros 10 mil de medicamentos. Derecho a la libertad Al Instituto de Psiquiatría los indigentes llegan trasladados por agentes de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal y en caso que lo requieran son hospitalizados y pueden estar dos o tres meses, explica la psiquiatra Rosa Isela Villagómez Bedoya, Directora Médica del Instituto de Psiquiatría de Baja California. Cuando se estabilizan pueden estar en condiciones de aportar información, así han localizado familiares y llevado pacientes a la Ciudad de México, Michoacán, Nayarit. La psiquiatra explica que en la dependencia no hay albergue, sino un hospital que cuenta con 60 camas –generalmente llenas, hoy con 55 ocupadas–, donde se atienden a pacientes que llegan agitados, psicóticos, con depresión o intentos suicidas. Ya estabilizados se dan a la tarea de localizar a familiares y de no encontrarlos, son canalizados al Refugio de Amor, una casa hogar para pacientes psiquiátricos en Mexicali. A los indigentes –sin familia– no se les cobra nada, aunque en el hospital reciben a derechohabientes del Seguro Popular, Issste, Issstecali. “No tengo ni personal ni las medidas para ir a recoger pacientes a la calle y traerlos aquí”, dice Villagómez, además que no se puede retener a una persona en un albergue u hospital a menos que sea requerido por su situación médica. “Ellos tienen el derecho a la libertad”, sostiene la doctora. Menciona el caso de algunas ciudades de Estados Unidos donde existen hospitales o albergues de día donde pacientes comen, duermen, reciben su medicamento, en el día salen a la calle y regresan por la noche. “No los puedes privar de su libertad, no han cometido ningún delito”, insiste la médico general por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y especializada en Psiquiatría por la UABC. Para atender esa problemática de indigencia y trastornos mentales, la directora médica del IPBC considera que primero se debe quitar el estigma de los pacientes psiquiátricos, diferenciar entre éstos y los migrantes en situación de calle y toda esa población flotante. “Creo que nos toca a todos, incluyendo a los familiares de estas personas, quienes tienen la responsabilidad inicial…”, finalizó.