Más de veinte años, pasó; en mi memoria lo tengo, la vida que Dios me dio, son mis primeros recuerdos. Con mi abuelita paterna comiendo yo tierra del cerro, la tarde se me hizo eterna, con una cuchara y el perro. Pasaron unos cuantos años, mi madre tuvo más hijas y mi padre, con “extraños”, A una quería dar por migas. En casa de mi otra abuela sufríamos un poco menos, con los jalones de greñas nos íbamos con piojos menos. Madre, ¿por qué cierras puertas y ventanas? si el monstruo está dentro de casa, no quisiste protegernos, ni a mí ni a mis hermanas ¿y todo por miedo a mantener la casa? Cinco hijas les dio Dios, a este gran matrimonio, él siempre esperando un varón, ¡a todas nos llevó el demonio! Yo por ser de más edad me tocó el papel de niño, cuando empecé a menstruar fue un verdadero martirio. Pobrecitas mis hermanas, tratando de protegerlas, cuatro viditas humanas, cómo no poder quererlas. El Señor de la casa, siempre fue buen proveedor, pero ¿qué es lo que le pasa?, ¡con golpes no se demuestra amor! Siempre cuidando apariencias, la familia vivió así, no me gustan las novelas, pero en una yo viví. Yo ya aprendí a perdonar, en mi corazón están, no los dejaré de amar aunque con los recuerdos tenga que luchar. Y ya hablando del presente las vivencias deben ayudar eres tu propio oponente, no te debes escudar para hacer daño a tu gente. Claudia Vizcaíno, Tijuana, B. C.