Ante Curro Romero pasaron siete u ocho generaciones de toreros, sin que ninguno lo derrocara. Mantuvo intacta su creatividad, su cotización a sus privilegios y su categoría, por encima del bien y del mal, al margen de competencias e intereses de un mercado tan vapuleado por los miles de seguidores, como odiado por otros miles de detractores. Cada una de sus faenas, se presentaba como una agradable sorpresa, como una fresca novedad surgida del gastado cuerpo de un sexagenario. Periodistas, escritores, sociólogos, psiquiatras y hasta filósofos, han intentado hallar la clave del prodigio, pero todo el análisis del “Currismo” que no adentre también los matices de lo puramente taurino, estará siempre condenado al fracaso. Son otros los valores que hacen grande el estilo del Faraón de Camas, como el ritmo, la perezosa cadencia de su cintura, de sus brazos, manejando los diminutos engaños como la arrogancia de su pecho, siempre dado a la embestida. Pero añade un empaque singular a cada una de las mágicas verónicas a sus medias o a cada muletazo, dilatado en el tiempo, todo ello unido al pellizco de sus adornos. Un artista singular ajeno a la clasificación mundana. Nunca fue un lidiador combativo, pero tampoco lo ha pretendido. Le ha bastado ser un sabio conocedor del toro y de sus reacciones. Unas muñecas privilegiadas capaces de sutilizar el temple a leves insinuaciones del trapo. Por eso Curro nunca engañó, ni se engañó. Siempre fue consciente, antes que nadie, en la plaza de sus posibilidades con cualquiera de sus enemigos. Es cierto que su irregularidad le ayudó a solventar el mito, tanto como sus grandes obras. La fórmula de la bofetada y la caricia, tuvo en Curro la mejor de sus aplicaciones. Siempre requirió su toro, un toro que quiera tomar el engaño, sin regatear esfuerzos. En tanto, el burel se volvió cada vez más exigente. Francisco Romero López nació en Camas, el 19 de diciembre de 1933. Hijo de labradores, a los 13 años resultó herido de la primera becerra que toreaba. Debutó en 1959, trabajaba de mozo en una farmacia y fue gracias a la recomendación del boticario, que el 25 de julio de ese año logró torear de luces, en La Pañoleta, una plaza de oportunidad. El 8 de septiembre del año siguiente, con solo seis actuaciones en festejos menores, se presentó con picadores en Utrera, acompañado de Juan Galves, Curro Romero, Paco Cortas y Ruperto de los Reyes, con novillos de Esteban González. Se presentó en La Maestranza el 26 de mayo de 1957. Tomó la alternativa en Valencia, el 18 de marzo de 1959, y confirmó en Las Ventas el 19 de mayo. Toreó 40 años ininterrumpidos en la plaza más importante del mundo.