Tendría que ser un jueves nada común, con el mundo católico y cristiano recreando las últimas escenas de Jesús, el nazareno, en esta Tierra, entre granizadas, terremotos y lunas rojas, cuando Gabriel García Márquez habría de decirnos adiós. Con una muerte anunciada, después de una hospitalización días antes del deceso con la que se confirmó que en el cuerpo debilitado del escritor de 87 años de edad recién cumplidos, de nuevo el cáncer declaraba una batalla para la cual ya no habría tregua, fue necesario y hasta urgente prepararse mentalmente para el desenlace del que nadie se escapa. Pero emocionalmente la historia es otra. Para los lectores la noticia de que el adorado “Gabo” no andaría más entre los mortales cayó de golpe. Y a la hora de confirmarse lo sucedido, el sentimiento de orfandad creció como un mal endémico, las ventas de la obra de García Márquez explotaron hasta en sus versiones digitales, llovieron los pésames más sinceros pronunciados por estadistas, intelectuales, y fieles seguidores de su vida y de su literatura. En octubre de 1996, ZETA tuvo oportunidad de seguir los pasos de Gabriel García Márquez por el Hotel Ritz-Carlton de Pasadena, California, cuando, al ser invitado por la Sociedad Interamericana de Prensa para ofrecer una conferencia magistral, el autor decidió jalarle las orejas a quienes se dicen comprometidos con el quehacer periodístico que lo formó. A continuación se reproduce íntegra la crónica de un Premio Nobel que le jugó el dedo en la boca a quienes pensaron que sería fácil entrevistarlo y, en cambio, les ofreció una verdadera cátedra sobre lo que el periodismo es y cómo debe ejercerse. La obsesión de Gabriel García Márquez: “Demostrar que el periodismo es un género literario” Pasadena, California.- Por el andar jacarandoso advertir la llegada de Gabriel García Márquez al vestíbulo del Hotel Ritz-Carlton, no es tan fácil como podría suponerse. De hecho, solo al escuchar las voces al fondo, como una colmena que se agita, se descubre la presencia del Premio Nobel de Literatura 1982 que llega una media hora antes de su conferencia magistral, quizás para ambientarse, tal vez con el afán de precisar detalles. Pero el ser desapercibido es momentáneo. En un parpadeo la gente rodea al escritor; lectores y periodistas, en su mayoría, se amontonan con un objetivo en común: conseguir la firma del Nobel colombiano en uno de sus libros. Así, en el breve espacio comienzan a chocar las ediciones más diversas en lengua castellana de “Cien Años de Soledad”, “El Amor en los Tiempos del Cólera” y, por supuesto, “Noticia de un Secuestro”, el título más reciente del autor donde convergen la novela y el reportaje. A veces García Márquez traza una flor para acompañar el nombre de la dama que observa detenidamente cómo la pluma se desliza en el papel. Luego prefiere jugar con las palabras sin escatimar tiempo e imaginación. Es claro que los reporteros, además, tienen una segunda misión, imposible para la mayoría: lograr la entrevista con un periodista de corazón que ya no quiere dialogar con los colegas que no conoce. Al fin alguien enseña la grabadora y se atreve a abordarlo, no sin cierta reserva: “¿También me podría responder unas preguntas?”, medio balbucea. La expresión en el rostro de “Gabo” se marchita; en una mezcla de seriedad, perturbada por la sonrisa maliciosa con la que responde de tajo: “Por supuesto que no”. Y se da la media vuelta entre el crujir de las cámaras fotográficas. Lejos del bullicio, el creador de “Crónica de una Muerte Anunciada” se relaja en un salón privado, escenario de una charla informal con los organizadores del SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), que le han extendido la invitación a Pasadena, el lunes 7 de octubre. Sin embargo, el escritor no está a salvo. Uno tras uno, con torpe disimulo, los fotógrafos de prensa se deslizan por la puerta, que se intuye prohibida para un gremio que se aferra a alimentar el acervo de imágenes. Gracias a la primera y rotunda negativa, por el momento nadie insiste en la entrevista. “Hay que esperar a que termine la plática, al salir nos juntamos todos y le hacemos un motín, seguro que así no se niega”, recomienda con una ingenuidad dolorosa una periodista que presume de astuta. Mientras tanto Gabriel García Márquez bromea un poco, habla sobre la traducción de “Noticia de un Secuestro” al inglés y califica de triunfo el hecho de que la conferencia a punto de realizarse se dice en español, siendo California el escenario. Sin escatimar un minuto más, obsesionado por la puntualidad, el autor revisa su reloj y rápidamente retoma el camino rumbo a la sala en donde ya lo espera un público numeroso. En el pasillo la reportera exhibe su carácter empecinado: “¿Por qué no quiere responder unas cuatro preguntitas?” “Porque no me gusta declarar”, dice. “Me asusta declarar”. Hasta ese momento resulta difícil entender esa postura, pero luego de su apasionada exposición en torno a “El Mejor Oficio del Mundo”, el misterio queda despejado. El periodismo no se aprende sino haciéndolo Fundamentado en la certidumbre de que el periodismo es un género literario, Gabriel García Márquez desarrolló una visión de oficio que confronta la generación de la cual formó parte, en los tiempos de El Espectador, con la parvada que actualmente lucha por poblar las páginas de la prensa escrita. “Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafecito de enfrente, en las parrandas de los viernes”, introduce. En sus remembranzas cuenta de la vida en común que unía al gremio acostumbrado a respirar en tertulias insustituibles alrededor del café de las cinco de la tarde; citas espontáneas en donde se discutían los temas de las tres grandes secciones que entonces componían el periódico: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. “Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de 24 horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran”. En esa dinámica la formación de una base cultural se veía favorecida. “La lectura era una adicción laboral”, recuerda. “Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo, como nosotros mismo lo llamábamos”. A la hora de trasladar el discurso al presente, el tono de voz de García Márquez se torna grave, sobre todo al referirse a la creación de las escuelas de periodismo como una reacción contra un oficio que en el pasado carecía de respaldo académico. Con el tiempo y la expansión, esto se transformó en lo que hoy se conoce como Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social: “El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y predomina un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica”. Otro de los aspectos que subraya con energía es la raquítica moral de los periodistas contemporáneos que persiguen la primicia “a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”. En gran medida, un agravante es el auge de las herramientas tecnológicas que rebasan al periodismo en su sentido más humano: “Las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado”. En suma, la distancia entre editores y reporteros se transforma en un abismo. “La deshumanización es galopante”, advierte el narrador. Por supuesto, los efectos se perciben en el contenido periodístico: “Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere de más tiempo, más investigación, más reflexión y un dominio certero del arte de escribir”. Más adelante, García Márquez denuncia lo que él considera “un tercer culpable en este drama: la grabadora”. “Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno solo. La libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían”. A diferencia, “la grabadora oye, pero no escucha, repite como un loro digital, pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral”. Considerado como el motivo de la “magnificación viciosa de la entrevista” este aparato, cuyo manejo profesional y ético aún está por inventarse, es el responsable de lo que “Gabo” llama “la magnificación viciosa de la entrevista”, traducida en el “género supremo”. De tal suerte que “la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio sino la del entrevistado que declaró”. Además, las manipulaciones y tergiversaciones suelen ser el fruto de un profesionalismo dudoso: “Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis”. García Márquez enfatiza: “De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional”. Responsabilidad que también comparten las facultades de Comunicación que “enseñan cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo”. “Toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”, argumenta el conferencista. En esta dirección marcha, en Cartagena de Indias, la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, cimentada en la idea de “rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde”. La manera de alcanzar la meta es a través de mesas redondas de no más de una docena de reporteros que se reúnen con ejercicios prácticos en lo que viene a ser “la carpintería del oficio”, dado a que “el periodismo no se aprende sino haciéndolo”. Vale la pena mencionar que apenas en un año y medio de trabajo dicho esfuerzo reunió a 320 periodistas jóvenes de 11 países en 27 talleres coordinados por autores independientes como Tomás Eloy Martínez, Phil Bennet, Tim Golden, Miguel Ángel Basternier y, claro, Gabriel García Márquez. “Realmente lo que más nos emociona es el entusiasmo de los muchachos que se nos presentan como si por primera vez fueran a hacer periodismo y tienen tres años de estar trabajando en un periódico en donde no les dan tiempo de expresarse”, comenta el escritor ya en la sesión de preguntas y respuestas en la que recupera la ocurrencia, según el diálogo en el cual se rescatan los puntos medulares de su intervención. En este sentido “Gabo” da un ejemplo personal de cómo utiliza la famosa grabadora, incluso admite que viaja con dos: “La uso cuando me están haciendo una entrevista con la cual no estoy muy seguro qué va a suceder, el solo hecho de que el mal reportero en esta caso sepa que yo tengo la grabación lo va a obligar a ser lo más fiel posible y creo que eso vale también para el mismo buen reportero que está tranquilo porque saber que él se queda con un respaldo de lo que oyó”. Excepto dicho paréntesis, el núcleo de los cuestionamientos es la enseñanza del quehacer periodístico: “Yo creo que una condición básica es que haya algún método no solo a nivel de la universidad sino prácticamente en la casa donde uno nace, de saber captar a tiempo las vocaciones y las aptitudes”. Porque “si estamos hablando solamente del periodismo hay un factor que es muy peligroso. El periodismo está de moda, el periodismo da status, el periodismo da la credencial que sirve para entrar gratis al estadio”. Contrario a esta tendencia, los requerimientos propios del ejercicio periodístico deben tomarse a conciencia: “Ya es duro ser escritor, no hay nada más difícil en este mundo que escribir bien, hay que escribir bien como periodista, con todo el problema de ser periodista, con las limitaciones del periodista, con los riesgos del periodista de hoy. “Hay que tener una verdadera vocación, una verdadera aptitud y un par de otras cosas que también son muy urgentes en América Latina, perdón, tanto para hombres como para mujeres, no vamos a hacer discriminaciones ahora”. Dicho de otra forma: “Lo único que sé es que sin una base cultural sólida no se puede ser periodista y son muy pocas cosas”. “Yo, por ejemplo, hice un buen bachillerato, pero realmente todo lo que he aprendido para mi oficio, o sea para el oficio del periodista o del escritor, ha sido leyendo, la única manera de aprender a escribir es viendo cómo escriben los otros, observándolos, volteando el libro al revés, desbaratándolo para saber cómo está hecho”. En cambio, el intelectual opina que en las escuelas de Comunicación se imparten cursos de gramática y “si a mí me hacen un examen de gramática me rajan desde la primera pregunta, no puedo entender qué cosa es una gramática estructural, pero les puedo asegurar que no cometo un solo error porque he leído muchísimo y sobre todo porque tengo un oído primario de músico sin el cual no se puede escribir”. A estas alturas la deducción se antoja razonable: entre la academia y la práctica no hay competencia. Gabriel García Márquez es una prueba en sí mismo: “Yo soy incapaz de dictar una clase teórica de nada. Pero soy capaz de transmitir experiencias. Soy un autodidacta puro de periodismo y de la literatura, y el gran problema de los autodidactas es que después se nos va la vida tapando huecos porque como no tenemos una formación académica que nos cierre todas las grietas, siempre estamos tapando huecos, ésa también es una manera de estar vivos”. Minutos después el intercambio de ideas alcanza su punto y aparte. Ahora, los periodistas siguen en silencio el trayecto de García Márquez que no acaba de despedirse. Por ahí habrá algún impertinente que todavía solicite la entrevista sin éxito. El resto, con la grabadora y la libreta bien guardadas en el maletín, suelta preguntas al azar y desliza los ejemplares de las obras literarias que aún no tienen el tan codiciado autógrafo. “Gabo” pide que la multitud se ordene en una fila. El ritmo de las fotografías resucita. Surge también alguien que le reclama por qué no abordó el tema de la ficción. El escritor contesta que todo lo dicho también se aplica en literatura, que el periodismo cuando está bien escrito se vuelve literatura y que bajo esta perspectiva “Crónica de una Muerte Anunciada” y “El General en su Laberinto” son periodismo. Finalmente, al observarlo a distancia y contrastar la persona con las ideas, queda en la memoria uno de los últimos consejos que Gabriel García Márquez pronunció esa mañana de octubre en el Hotel Ritz-Carlton de Pasadena: “Todos los días de la vida estoy aterrorizado de lo que voy a hacer, el día en que todos los periodistas lleguemos al periódico aterrorizados de cómo diablos nos va a salir el día, ese día el periodismo será mejor”. El Nobel de Aracataca En un pueblo perdido entre bananales, donde los únicos en gozar del hielo para apaciguar el inclemente calor tropical eran los empresarios de la compañía United Fruit, nació Gabriel García Márquez un 6 de marzo de 1927. Aracataca daría entonces a luz al colombiano más célebre del mundo a la fecha. “Cuando Gabriel nació, todavía quedaban rastros de la fiebre del banano que años atrás había sacudido toda la zona. Aracataca parecía un pueblo del lejano Oeste, no solo por su tren, sus viejas casas de madera y sus hirvientes calles de polvo, sino también por sus mitos y leyendas. Hacia 1910, cuando la ‘United Fruit’ había erigido sus campamentos en el corazón de las sombreadas plantaciones de banano, el pueblo había conocido una era de esplendor y derroche”, contó Plinio Apuleyo Mendoza en “El Olor de la Guayaba” (Oveja Negra, 1982). En aquel esplendor de Aracataca de principios del Siglo XX, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Márquez tuvieron a “Gabito”, como le decían, quien vivió hasta los 8 años con sus abuelos maternos, especialmente bajo el cuidado y cariño de su abuelo: “El coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, que era su nombre completo, es tal vez la persona con quien mejor me he entendido y con quien mejor comunicación he tenido jamás”, confesó el narrador en “El Olor de la Guayaba” sobre su abuelo. Lo demás es historia afortunada para la literatura universal: Gabriel García Márquez ganó todos los premios habidos en torno a la literatura escrita en español. Hasta que, apenas con 55 años de edad, recibió el 8 de diciembre de 1982, el Premio Nobel de Literatura. Después de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra, García Márquez es el único escritor en español con más de 40 millones de ejemplares vendidos en más de 30 idiomas, incluida su obra maestra “Cien Años de Soledad”. El legado a las letras universales es inmenso: es autor de las novelas “La Hojarasca” (1955), “El Coronel No Tiene Quien le Escriba” (1957), “La Mala Hora” (1961), “Cien Años de Soledad” (1967), “El Otoño del Patriarca” (1975), “Crónica de una Muerte Anunciada” (1981), “El Amor en los Tiempos del Cólera” (1985), “El General en su Laberinto” (1989), “Del Amor y Otros Demonios” (1994) y “Memoria de mis Putas Tristes” (2004). En el rubro de cuento, escribió “Ojos de Perro Azul” (1955), “Los Funerales de la Mamá Grande” (1962), “La Irresistible y Triste Historia de la Cándida Eréndira y de su Abuela Desalmada” (1972) y “Doce Cuentos Peregrinos” (1992). En periodismo heredó “Relato de un Náufrago” (1970), “Noticia de un Secuestro” (1996), “Obra Periodística Completa” (1999) y “Vivir para Contarla” (2002). De igual manera, “Gabo” escribió el guión para cine “Tiempo de Morir “(1966), y fungió como coautor de los guiones “Los Niños Invisibles” (2001), “Edipo Alcalde” (1996), “Cartas del Parque” (1988), “Fábula de la Bella Palomera” (1988), “'Milagro en Roma” (1988), “Tiempo de Morir” (1985), “El Año de la Peste” (1979), “Presagio” (1974) y “Juego Peligroso” (1966). (Enrique Mendoza Hernández/ZETA) “Hay dolores que se dicen callando. Se dicen callando, pero duelen igual”: Eduardo Galeano Las reacciones no tardaron en surgir ante el lamentable fallecimiento de Gabriel García Márquez, el jueves 17 de abril de 2014 en la Ciudad de México, a la edad de 87 años. Como era de esperarse, debido a la figura del narrador, presidentes, intelectuales y otros personajes de los cinco continentes expresaron pésames y memorables mensajes a manera de homenajes que quedarán para la historia tras la partida de “Gabo”: *“La última vez que estuve con el escritor fui testigo de su deterioro. Su cabeza ya no era la máquina perfecta que había revolucionado la literatura”, confesó Don Julio Scherer García en su texto “Se abrió el tiempo para llorar a Gabriel García Márquez”, publicado el domingo 20 de abril de 2014 en la revista Proceso número 1955. *“Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos. Solidaridad y condolencias a la ‘Gaba’ (Mercedes Barcha) y familia”, expresó el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. * “Con el fallecimiento de Gabriel García Márquez, el mundo ha perdido a uno de sus escritores más visionarios, y uno de mis favoritos desde que era joven. Tuve el privilegio de conocerlo en México, donde me presentó una copia (de ‘Cien años de Soledad’) con su firma que hoy atesoro”, reveló el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama. * “Con García Márquez desaparece un gigante de la escritura que dio una proyección mundial a las representaciones imaginarias de todo un continente”, reconoció el mandatario de Francia, François Hollande, a través de un comunicado. * Vladimir Putin, Presidente de Rusia, envió una misiva a Mercedes Barcha, viuda de García Márquez: “Perdió la vida un gran escritor y pensador, quien en todo tiempo guardaba su lealtad a los ideales luminosos del humanismo y la justicia. Sus obras literarias inspiraban a generaciones enteras no solo en América Latina, sino también en todo el mundo”. * Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, que por cierto se encontraba vacacionando en Perú, refirió a Canal N: “Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua. Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier; envío mis condolencias a su familia”. * Previo al recibimiento del Premio Cervantes 2014 otorgado el 23 de abril, Elena Poniatowska refirió en conferencia de prensa en Madrid: “Lo que ha hecho Gabriel García Márquez es único, porque echó a volar e hizo despegar a América Latina. Igual que Remedios la Bella (personaje de ‘Cien Años de Soledad’) se va volando por la ventana; eso es lo que hizo ‘Gabo’ para América Latina: darle las alas que antes no tenía”. * “Macondo es ya parte de la cultura popular. Algo que solo había logrado Cervantes con ‘El Quijote’. García Márquez es el continuador y renovador de la tarea literaria cervantina”, expresó Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y la Artes (CONACULTA), durante el homenaje realizado a “Gabo” en el Palacio de Bellas Artes. * Asimismo, el escritor Eduardo Galeano expuso desde Río de Janeiro a Canal El Trece: “Hay dolores que se dicen callando. Se dicen callando, pero duelen igual. Cómo nos duele la muerte del ‘Gabo’ García Márquez. Lo que más duele está en las bellas palabras que la muerte nos ganó de mano y nos robó. Yo creo que ellas, las palabras robadas, se escapan a la menor distracción, huyen de las páginas de los libros de ‘Gabo’ y se nos sientan al lado en algún café de Cartagena, o Buenos Aires o Montevideo. O aquí, en Río de Janeiro”. * Finalmente, Jaime Abello Banfi, director de Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), sentenció: “Gracias, maestro ‘Gabo’. Viaja tranquilo, que seguirás vivo entre nosotros”. (Enrique Mendoza Hernández/ZETA) La novela póstuma Para fortuna de sus millones de lectores en todo el mundo, “En Agosto Nos Vemos” es el título de la novela que Gabriel García Márquez habría concluido. De acuerdo con Cristóbal Pera, editor de Penguin Random House (sello que por cierto editó “Memoria de mis Putas Tristes” y “Yo No Vengo a Decir un Discurso”), la novela del narrador de Aracataca podría publicarse próximamente: “Podría ser una novela póstuma, no lo sé”, expresó a los medios el editor, el domingo 20 de abril de 2014, durante la visita que hizo a la familia de García Márquez para ofrecer su pésame. No obstante, Cristóbal Pera aclaró que sobre la publicación de “En Agosto Nos Vemos”, “la decisión será de la familia”. De acuerdo con La Vanguardia de España (www.lavanguardia.com), “García Márquez leyó en público en 1999 el primer capítulo de ‘En Agosto Nos Vemos’, título provisional de su novela inédita, que fue escribiendo desde entonces y cuyo final no le dejaba satisfecho, por lo que decidió no publicarla”. El rotativo español publicó el fragmento que habría leído “Gabo” de “En Agosto Nos Vemos”: “Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las dos de la tarde. Llevaba una camisa de cuadros escoceses, pantalones de vaquero, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso y, como único equipaje, un maletín de playa. En la fila de taxis del muelle fue directo a un modelo antiguo carcomido por el salitre. El chofer la recibió con un saludo de antiguo conocido y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque y techos de palma, y calles de arenas blancas frente a un mar ardiente. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos, que lo burlaban con pases de toreros. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales, donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido…”. Por otra parte, Gerald Martin declaró a El Tiempo de Colombia (www.eltiempo.com) que prepara una segunda biografía de García Márquez: “Estoy preparando otra biografía de ‘Gabo’. En la actual solo usé un tres por ciento de la información que recopilé, le debo al mundo todo eso”, aseguró al cotidiano de Bogotá. De acuerdo con El Tiempo, García Márquez le preguntó al biógrafo: “¿Por qué quieres escribir una biografía, si las biografías significan la muerte? Además, no vas a poder decir todo lo que quieres”. “Entonces, yo le contesté que lo publicaría en la segunda edición después de su muerte, y eso, en vez de enajenarlo, le gustó. Creo que pensó que era una persona sincera. Yo siempre trabajé con buena fe. Hoy es un día muy triste”, refirió Martin. De acuerdo con el biógrafo “loco”, como lo llamó “Gabo”, fueron “mil 196 notas, 300 entrevistas, más de 2 mil páginas y 17 años “obsesionado con García Márquez”. Entonces, los millones de lectores de “Gabo” habrán de estar pendientes de “En Agosto Nos Vemos” y de la segunda biografía del entrañable Nobel. (Enrique Mendoza Hernández/ZETA) Una generación mágica En la historia de las letras universales, se le conoce como “Boom” a la literatura latinoamericana que se escribió entre 1950 y 1970, misma que deslumbró a los lectores de los cinco continentes y que se convirtió tanto en una revolución estética, como un éxito editorial-comercial. Consideremos que “Cien Años de Soledad” ha vendido más de 50 millones de ejemplares, y que títulos como “Rayuela” de Julio Cortázar; “La Ciudad y los Perros”, de Mario Vargas Llosa; “La Región más Transparente”, de Carlos Fuentes; “El Aleph”, de Jorge Luis Borges; por citas algunas obras maestras de la narrativa en castellano, ganaron un espacio de honor en los principales acervos bibliográficos del mundo. Cinco fueron los principales escritores latinoamericanos que alcanzaron el prestigio a nivel mundial: los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, el primero nacido en 1914, y el segundo en 1899, el colombiano Gabriel García Márquez en 1927, el mexicano Carlos Fuentes en 1928 y Mario Vargas Llosa (el menor de los cinco), de Perú, en 1936. Aunque ellos iniciaron su producción literaria antes de 1950, su creación más valiosa se dio a lo largo de los años 50 y 60. Fue en ese lapso cuando Julio Cortázar publicó su obra maestra, “Rayuela”, en 1963; Gabriel García Márquez dio a conocer “Cien Años de Soledad”, su obra más célebre, en 1967; igualmente, Vargas Llosa presentó en esas dos décadas “La Ciudad y los Perros” (1963) y “Los Cachorros” (1967); mientras tanto, Carlos Fuentes destacó en 1958 con “La Región más Transparente”, “Aura” y “La Muerte de Artemio Cruz” en 1962. De este grupo solo Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa obtuvieron el Premio Nobel de Literatura. En el caso de “Gabo”, el máximo honor de la Academia Sueca llegó a sus manos en 1982, y el narrador peruano gozó esta distinción 28 años después, en 2010. García Márquez sobresalió por su exploración del “realismo mágico” que se hizo notoria desde sus incursiones periodísticas, hasta consolidarse en “Cien Años de Soledad”. “Encontramos rastros de su paso por la Facultad de Derecho de la capital colombiana, y por la de Cartagena de Indias, así como las primeras huellas de un escritor-periodista. Realidad y ficción. Ficción-realidad. Realidad transformada en ficción-reportaje que restituye lo cotidiano a través de filtros mágicos y metálicos: la dura y maravillosa aventura de las palabras. Los primeros cuentos, los primeros reportajes escritos en Colombia ya aparecieron, vistos desde nuestra altura ‘histórica’, marcados por un sello de nuestra primera y última facultad: la imaginación”, explica Jacques Joset en su ensayo introductorio a “Cien Años de Soledad” para la edición conmemorativa de colección que el sello Cátedra publicó en 2001. Pero a propósito del realismo mágico en su obra, “Gabo” aclaró en “El Olor de la Guayaba” (Oveja Negra, 1982) que “no hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”. Incluso, ejemplificó sobre la imagen más simbólica del “realismo mágico”, aquella cuando Remedios la Bella empezaba a elevarse “en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”: “Remedios se me iba a quedar de todas maneras por allí. Entonces se me ocurrió hacerla subir al cielo en cuerpo y alma. ¿El hecho real? Una señora cuya nieta se había fugado en la madrugada y que para ocultar esta fuga, decidió correr la voz de que su nieta se había ido al cielo”. Esta célebre imagen, que de algún modo sintetiza el “realismo mágico”, fue evocada por Elena Poniatowska días antes de recibir el Premio Cervantes 2014: “Lo que ha hecho Gabriel García Márquez es único, porque echó a volar e hizo despegar a América Latina. Igual que Remedios la Bella se va volando por la ventana; eso es lo que hizo ‘Gabo’ para América Latina: darle las alas que antes no tenía”. De ahí que se le recordará siempre como figura protagónica de una generación imprescindible para la literatura universal, a la que también pertenecen Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos, Jorge Amado, José Donoso, y hay quienes incluso ubican aquí a Juan Rulfo, desde el terreno de los precursores. Durante el programa radiofónico “De 1 a 3”, conducido por Jacobo Zabludowsky, García Márquez contó cómo había sido su encuentro con la prosa rulfiana. En un texto que escribió y leyó en voz alta al micrófono ese 18 de septiembre de 2003, a propósito del cincuentenario de la primera edición de “El Llano en Llamas”, explicó que fue su amigo, el también colombiano Álvaro Mutis, quien le dijo en referencia a “Pedro Páramo”: “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”. “Gabo” recordó haber leído la novela dos veces consecutivas y al día siguiente ya recorría las páginas de “El Llano en Llamas”. En aquel entonces el Premio Nobel había publicado “La Hojarasca”, y tenía en su versión inédita “El Coronel No Tiene Quien le Escriba”, “La Mala Hora” y “Los Funerales de la Mamá Grande”, sin embargo, se sentía “metido en un callejón sin salida, buscando por todos los lados una brecha para escapar”. Escapatoria que, sin duda y como él mismo luego admitió, encontró en Rulfo. Intercambios como éstos se antojan cotidianos en una época de grandes plumas, amistades largas, en algunos casos enemistades apasionadas, pero todo producto de una época de cambio -en muchos casos hacia las dictaduras- en América Latina que indudablemente recogió la obra del “Boom”. Detrás de esta generación llegaron las figuras del llamado “Post-boom”, con Alfredo Bryce-Echenique, Manuel Puig, Severo Sarduy, Reynaldo Arenas, Mario Benedetti, Antonio Skármeta, Roberto Bolaño y Fernando del Paso, entre una larga lista de autores, muchos de los cuales también ya se fueron, dejándonos sus libros. Fueron ellos quienes se encargaron de recrear por medio de la palabra escrita eso que Sábato describió como el momento “en que se ha dislocado la imagen del mundo”, y a consecuencia de su visión y de su capacidad crítica, los lectores por siempre estaremos en deuda con ellos. A lo largo de los últimos años, particularmente en el México que el PRI recuperó y que colocó en la Presidencia a Enrique Peña Nieto, se ha tenido la sensible pérdida de muchos de los gestores de esa cruzada literaria. Dentro de la lista están Andrés Henestrosa (1906-2008), Emilio Carballido (1925-2008), Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008), Carlos Monsiváis (1938-2010) Carlos Fuentes (1928-2012), José Emilio Pacheco (1939-2014), Arturo Azuela (1938-2012), Alí Chumacero (1918-2010), Carlos Montemayor (1947-2010), Daniel Sada (1953-2011), José María Pérez Gay (1944-2013), Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013), Ernesto de la Peña (1927-2012), el colombiano radicado en México Álvaro Mutis (1923-2013), el argentino que vivía en México Juan Gelman (1930-2014), los españoles que residían en México Tomás Segovia (1927-2011) y Luis Villoro (1922-2014). El hueco que dejan en la literatura en español, sobre todo en las letras mexicanas, no encuentra aún voces suficientemente poderosas, inventivas y comprometidas, pese a las cada vez más ricas aportaciones de escritores como Mario Bellatin, Élmer Mendoza y Juan Villoro, por citar algunos ejemplos. Mientras tanto, los anaqueles de las librerías se enriquecen con la genialidad de propuestas como la del argentino Ricardo Piglia, y miembros de esa generación mágica siguen acumulando merecidos reconocimientos, tal es el caso de Elena Poniatowska que recibió el Premio Cervantes 2014 justo cuando el mundo le decía adiós a García Márquez. Ahora se está a la espera de quiénes vendrán detrás, sin ver aún con claridad a esos escritores sesudos, arriesgados y comprometidos, dispuestos a hacer de la actual crisis latinoamericana una fuente de literatura capaz de estremecer conciencias y alterar la visión de una realidad que nos rebasa. (Gabriela Olivares Torres/Enrique Mendoza Hernández/ZETA) De su boca… * “En general, un escritor no escribe sino un solo libro, aunque ese libro aparezca en muchos tomos con títulos diversos”. * “Mi compromiso no era con la realidad política y social de mi país, sino con toda la realidad de este mundo y del otro, sin preferir ni menospreciar ninguno de sus aspectos”. * “No estoy muy seguro de que la historia de ‘Cien Años de Soledad’ dure en realidad 100 años”. * “Macondo, más que un lugar del mundo, es un estado de ánimo”. * “Durante muchos años, como ocurre con todos mis libros, tuve el problema de la estructura. Nunca los empiezo mientras no lo tengo resuelto”. * “En toda mi vida de adulto, cada vez que me ocurre algo, sobre todo cada vez que me sucede algo bueno, siento que lo único que me falta para que la alegría sea completa, es que lo sepa el abuelo”. * “(La fama) Me estorba, lo peor que le puede ocurrir a un hombre que no tiene vocación para el éxito literario, en un continente que no estaba preparado para tener escritores de éxito, es que sus libros se vendan como salchichas”. * “Detesto convertirme en espectáculo público”. * “No creo en el mito romántico de que el escritor debe pasar hambre, debe estar jodido, para producir. Se escribe mejor habiendo comido bien y con una máquina eléctrica”. * “No he podido sobreponerme a la manía de que un error mecanográfico me parece un error de creación”. * “Creo, en realidad, que en el trabajo literario uno siempre está solo”. * “Con el tiempo descubrí, no obstante, que uno no puede inventar o imaginar lo que le da la gana, porque corre el riesgo de decir mentiras, y las mentiras son más graves en la literatura que en la vida real”. * “La inspiración es una palabra desprestigiada por los románticos. Yo no la concibo como un estado de gracia ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de tenacidad y dominio”. * “Compré un libro sobre cacería en el África porque me interesaba el prólogo escrito por Hemingway”. * “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”. * “Los domingos no tenía nada que hacer, y para no aburrirme, me metía en la biblioteca del colegio”. * “El hallazgo que me permitió escribir ‘Cien Años de Soledad’ fue simplemente el de una realidad, la nuestra, observada sin las limitaciones que racionalistas y stalinistas de todos los tiempos han tratado de imponerle para que les cueste menos trabajo entenderla”. * “Literariamente hablando, el trabajo más importante, el que puede salvarme del olvido, es ‘El Otoño del Patriarca’”. * “La historia de América Latina es también una suma de esfuerzos desmesurados e inútiles y de dramas condenados de antemano al olvido. La peste del olvido existe también entre nosotros”. * “Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia (de ‘Cien Años de Soledad’) como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo”. * “Creo que las mujeres sostienen el mundo en vilo, para que no se desbarate mientras los hombres tratan de empujar la historia. Al final, uno se pregunta cuál de las dos cosas será la menos sensata”. Fuente: “El Olor de la Guayaba” (Oveja Negra, 1982) Recopilación: Enrique Mendoza Hernández Homenaje en amarillo Una larga peregrinación de vehículos y motociclistas de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal escoltaba los restos de Gabriel García Márquez, mientras la insólita procesión se dirigía desde la casa del escritor en Jardines del Pedregal, hasta el Palacio de Bellas Artes. Era el día en que México se unía a los homenajes póstumos al entrañable narrador, mientras simultáneamente en Aracataca y Colombia sucedían misas, conferencias, mesas de análisis y lecturas en voz alta de “Cien Años de Soledad” y otras célebres obras heredadas por el mítico novelista a la literatura universal. En México, luego de más de una hora de recorrido por las avenidas del Distrito Federal, el lunes 21 de abril de 2014, afuera del recinto histórico, una perenne fila de lectores de “Gabo” esperaba al convoy que traía sus cenizas. Coronas, libros, sombreros, ramos, pancartas, globos, listones, rosas y mariposas de papel amarillas, eran llevadas al recinto cultural más importante de México para despedirlo. Los organizadores instalaron una inmensa alfombra roja por donde Mercedes Barcha y Rafael Tovar y de Teresa llevaron las cenizas de García Márquez en un estuche oscuro. En un pasaje inaudito en la historia del país, las cenizas del Premio Nobel de Literatura 1982 contenidas en una urna no mayor a 20 centímetros de alta, fueron expuestas en el icónico Palacio blanco que se tornó amarillo desde las 4:30 de la tarde hasta las 8:00 de aquella lluviosa noche. Durante el tributo con ritmo de vallenato y obras de Mozart, Bartok, Liszt y Lehar, algunas imágenes evidenciaban la época en que el narrador partió. Sus lectores caminaban por cinco segundos frente a las escoltadas exequias, y con celular en mano fotografiaban la urna, algunos se tomaban la popular “selfie” con las cenizas del narrador de fondo, otros le arrojaban flores amarillas y, para que no quedara duda de que se estaba ante un hito del “realismo mágico”, había incluso quienes se santiguaban frente a los restos de “Gabo”. Después de las ocho de la noche, el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y su homólogo mexicano, Enrique Peña Nieto, leyeron sendos discursos, mientras Mercedes Barcha y familia escuchaban desde un costado de la vasija, para instantes después montar una guardia presidencial. El mandatario colombiano homenajeó a Gabriel García Márquez declarando tres días de luto nacional en su país y pronunciado en suelo mexicano su deseo de “gloria eterna, a quien más gloria nos ha dado”. Un día después de la despedida, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) que preside Rafael Tovar y de Teresa, informó que al homenaje al autor de “El Otoño del Patriarca” y “Cien Años de Soledad”, acudieron aproximadamente 50 mil personas. Lo cierto es que el color amarillo estuvo siempre presente en la vida de Gabriel García Márquez, incluso desde que era “Gabito”: “A mi casa de Aracataca, cuando yo tenía unos cinco años de edad, vino un día un electricista para cambiar el contador. Lo recuerdo como si fuera ayer porque me fascinó la correa con que se amarraba a los postes para no caerse. Volvió varias veces. Una de ellas, encontré a mi abuela tratando de espantar una mariposa con un trapo y diciendo: ‘Siempre que este hombre viene a casa se mete esa mariposa amarilla’”, contó el escritor a Plinio Apuleyo en “El Olor de la Guayaba”. Y el día de su despedida, no pudo faltar una escena repleta de “realismo mágico”: mariposas amarillas por todo lo alto inundaron la explanada del Palacio antes blanco en el histórico homenaje a “Gabo”. (Enrique Mendoza Hernández/ZETA)