El cartero estaba desesperado, harto de dar vueltas, tratando de encontrar al destinatario de aquel giro postal. Por enésima vez leyó las señas y, como en las anteriores, comprobó que fielmente correspondían a la casa de vecinos en cuya puerta se encontraba. Sin embargo, había preguntado a todos los inquilinos que se hallaban en el inmueble, sin que ninguno pareciera conocer a aquel José Luis Buzón Bernal. Rendido a la evidencia, se dispuso a seguir su ruta cuando vio a un hombrecillo cetrino y vivaracho penetrar en el patio de la casa. – “¡Oiga!”, le inquirió con premura, “¿Vive usted aquí?”. “Sí, señor”, le respondió. – “¿Conoce a José Luis Buzón, por casualidad?”. “No, señor, ¿por qué habría de conocerlo?”. – “Es que según mis datos, también tiene aquí su domicilio, pero nadie me da referencias”. “Bueno, solo el dueño del bar de la esquina dice conocerle, creo que le llaman ‘Pajarito’”. – “¿`Pajarito’? Pero hombre de Dios, hubiera empezado por ahí… ‘Pajarito’ soy yo”. La anécdota viene a ilustrar el arraigo que los motes o apodos continúan teniendo. Inclusive en el mundo gitano es habitual que se les conozca por su apodo. Gentilicios y oficios han generado multitud de ellos: “El Chiclanero”, “El Cordobés”, “Palomo” “Linares”, “El Viti”, “Los Bienvenida”, “Espartacos, “Los Panaderos”, “Carniceritos”, “Sombrereros”, “Esparteros”, componen un brevísimo muestrario de todo lo que el lugar de origen o las labores desempeñadas antes de dedicarse por entero a la lidia, han dado de sí en materia de apodos. Otros obedecen a distintas causas; la suerte dio origen al apodo del célebre torero vasco Diego Mazquiarán, quien debió su alias de “Fortuna” a un accidente de ferrocarril, pues siendo todavía un simple torerillo, cruzaba las vías junto a otro compañero para coger furtivamente unas mercancías, en esas estaban cuando fueron sorprendidos por un tren rápido que irrumpió en la estación, precipitándose sobre ellos. Al amigo de Diego lo despedazó, y a éste solo le produjo lesiones de cierta importancia que fueron curadas tras larga estancia hospitalaria. Algunos apodos célebres se han prestado a malentendidos, como a Manuel Domínguez, al que no pocos aficionados atribuyen su apodo de “Desperdicios”, a la grave cornada por el toro “Barrabás”, a resultas de la cual perdió el ojo derecho, que según la fábula, se acabó de arrancar él mismo, arrojándolo lejos de sí con un “éstos son desperdicios”. Sin embargo, el verdadero origen que él jamás quiso utilizar, le viene de cuando era apenas alumno de la escuela de Tauromaquia, siendo admirado por Pedro Romero por sus aptitudes, exclamó: “Este niño no tiene desperdicio”, y “Desperdicio” se le quedó. También el del gitano Joaquín Rodríguez “Cagancho” es causa de equívoco. Circula por ahí que el apodo del torero proviene de la fragua familiar, en la cual se jactaban de hacer “cada gancho”, esto es, “hacían ca' gancho”, que “Cagancho” se le quedó a uno de sus propietarios para herencia de su prole. La explicación no solo resulta forzada e inverosímil, sino absolutamente falsa. El origen del apelativo nada tiene que ver con los ganchos de la fragua, pero sí con el canto y posiblemente, también con su color moreno oscuro, el gitano negro va vestido de blanco, escribió un célebre cronista, porque sepan ustedes: “Cagancho” es el nombre de un pájaro cantor de Andalucía también conocido como chivirraque, de color negro y café. Y los Cagancho de Triana, ascendentes del torero Joaquín, no solo contaban con ese obscuro tono de piel, sino que se distinguieron por ser una ilustre dinastía cantaora del Siglo XIX. De ellos, de su arte, su alcurnia y su tragedia, heredó Joaquín el apodo, que él haría célebre. “Cagancho” sigue vivo en las páginas de oro que escribiera para los anaqueles de la Tauromaquia. En la década de los años cuarenta del siglo pasado, Carlos Arruza fue conocido como “El Ciclón” porque arrasaba en la taquilla, toros y toreros. En la actualidad a Eulalio López se le admira como “El Zotoluco”, por haber nacido y crecido en la legendaria ganadería de “Zotoluca”. Rafael Gil obedece al mote de “Rafaelillo”, que es el diminutivo de Rafael. Rodolfo Rodríguez, radicado en Apizaco, Tlaxcala, circula con el sobrenombre de “El Pana”, debido a su oficio de panadero. arruzina@gmail.com