Un sueño profundo me venció. Solo me encontraba navegando sobre las aguas tranquilas de la vida. Comencé a sentir sed. Busqué saciarla en el pozo del amor. Cuando llegué ya había fila. Firme esperé. Desde niño me habían hablado de ese pozo mágico. Libros, canciones y películas narraban sus hazañas. Cuando llegó mi turno, probé el elíxir cotizado. Lleno me sentí. Por la vida continué seguro de haber alcanzado la cima del mundo. Era como ser el rey de mi propio destino. Todo me empezó a resultar pequeño, diminuto. Quería más, siempre algo más. Comencé a dudar del agua milagrosa. Una tormenta me derribó. Me sentía solo en aquella inmensidad. Volví a tener sed y regresé al pozo mágico. En cuanto bebía, mi sed se saciaba; pero duraba poco tiempo. De vez en vez tenía que regresar a beber del mágico líquido. Hasta que me cansé. No era la solución. Me sentía solo y con una sed cada vez mayor. Fue cuando descubrí el éxito. Resultó que aún sin beber del pozo mágico podía aspirar a la felicidad. Seguro de mí mismo, caminé por la vida, sin importarme el agua milagrosa. No me importaba otra cosa en la vida. Eso era. No había sido tan difícil después de todo. El problema era que todos querían lo mismo. Había una gran competencia. Todos caminábamos por el mismo sendero. Corrí como atleta de maratón. Había que dar uno que otro empujón, trastabillar a uno que otro; pero qué importaba, después de todo el fin justifica los medios. Con esa mentalidad competitiva, empecé a dejar a uno que otro por el camino y comencé a sobresalir. Nada más que ahora tenía que cuidarme de los caídos en el sendero, porque resultaban muy rencorosos. Me alejé de ellos y seguí corriendo. Después de mucho camino me di cuenta que no había fin. Siempre que llegaba a una meta, aparecía otra en el horizonte. Cansado, solo, con sed, volví al pozo mágico. Estaba haciendo fila cuando alguien gritó mi nombre. Me desperté. Estaba solo en la playa. Me llamó por mi nombre. Me explicó que estaba dormido, por eso no lo podía ver, así que gritó para despertarme. Me dijo que mientras estaba dormido las dudas se habían apoderado de mi corazón y lo habían cubierto de maleza. ¿Qué es la maleza? –le pregunté–. El egoísmo –me contestó–. Con una sonrisa en los labios me dijo: Cuando bebas del agua viva que yo te daré, no volverás a tener sed. José Antonio Cortés Guedea Correo: josecortes601@gmail.com