Los encastes antiguos y asolerados deben permanecer fieles a sus orígenes, porque las modas pasan, pero lo auténtico perdura. El semental es muy torpe en cuanto a ‘’puntería’’, y cuando lo consigue, todo sucede muy rápido. Dos o tres oscilaciones de sus riñones y una convulsión que coincide con otra de la vaca, indica que el toro ‘’ha vaciado’’. Unos días antes, se han loteado las vacas, pensando ya en el semental que les será adjudicado. Los cercados donde se apartan las vacas para cada toro, deben estar bien cerrados para evitar que éstos peleen. Lo primero que hace el semental al entrar en su lote de vacas, es recorrerlas una a una. La vaca en celo emite un olor característico. Hasta la mitad de ese período, la vaca no permite que el toro la monte. Los minutos posteriores a la eyaculación son de reposo para el semental, que abandona por unos instantes a la vaca. Pero antes de una hora, dependiendo si el semental es nuevo o viejo, vuelve a la vaca, cubriéndola dos o tres veces durante las horas que sigue en celo. Si la vaca no ha quedado preñada, el celo vuelve a aparecer a los 21 días, cubriendo así su ciclo ovárico. Sobre el comportamiento de los sementales se observa que, como en otras especies animales, los nuevos son inexpertos y fogosos, pero dejan más vacas ‘’llenas’’ que los veteranos, más tranquilos, aunque menos efectivos. Un problema que se presenta en muchas ocasiones, es cuando en el mismo cercado coinciden dos o tres vacas en celo al tiempo. Entonces el toro ’se vuelve “loco’’, quiere atenderlas a todas y no puede. Algunos ganaderos gustan de dejar becerros adultos con las vacas madres en pleno proceso de cubrición. La ventaja es que los becerros adelantados ‘’rastrean’’ o ‘’husmean’’ a las vacas continuamente, detectando al instante cualquier indicio de celo y avisando así al semental. Pero esto tiene el inconveniente de que, si dos o tres vacas coinciden en el celo, puede que alguna sea cubierta por el becerro antes de que se entere el semental entretenido con las demás. Si esto ocurre, se produce un grave perjuicio genealógico en la selección ganadera. Un antiguo y característico encaste es el de Saltillo, que con más de un siglo y medio de solera, se mantiene fiel a su característico tipo de toros. En 1854, la ganadería adquiere el Marqués de Saltillo, pariente del Conde de Santa Coloma, que la conserva durante casi treinta años. En este tiempo sus toros, cárdenos, cortos de cuello y muy encastados, se lidiaron en las principales plazas españolas. En 1880 la ganadería pasa a la viuda y su hijo. En 1918, Don Félix Moreno Arda, agricultor sevillano, compra la vaca y la mantiene durante más de cuarenta años sin cruzamientos ni mezclas, fue la época de las exportaciones de reses astilladas a México y otros países sudamericanos. A principios del Siglo XX, los miuras eran los bureles más temidos y difíciles de torear, pero a finales del mismo siglo se puede pensar que, tanto en España como en México, las ganaderías tienen un gran aporte de sangre proveniente de vacadas andaluzas, concretamente de lo que se llama casta de Vistahermosa. Una de sus principales ramas, es la procedente del Marqués de Saltillo, que en México es la base de prácticamente todo. Una verdadera ganadería brava, pensada y organizada a través de años de selección. La historia habla de las primeras vacadas, y nos evoca por ejemplo a las reses bravas que poseían los frailes de la Cartuja de Jeréz. Éstos aportaban toros para celebraciones populares en Andalucía, allá por el Siglo XVIII. De los toros bravos llegados a México provenientes de España, se fundó la ganadería de Atenco; en 1849 surgió San Diego de Los Padres, que fue con mezcla de vacas criollas y toros de El Salitre. El nombre de Saltillo es el que con más ilustres resonancias se conserva en la ganadería brava mexicana. Se considera hasta aristocrático y de garantía que el ganado sea de puro origen saltillense. Otro fiel a su origen, a su casta, es la ganadería de San Mateo, al igual que Piedras Negras. Además de estos nombres de gran tradición, se pueden agregar muchos de casta brava, como El Rocío, Cabrera, Matancillas, Pastejé, Tequisquiapan, entre otros que pastan bien cuidados en los campos de Aguascalientes, Guanajuato e Hidalgo, entre otras entidades. Así fue el proceso para que por fin, en México, se diera la primera corrida de toros, allá por 1526, en el puerto de Veracruz; en 1529 se instituyó oficialmente la Fiesta de los Toros, posteriormente y hasta la Independencia, en la Ciudad de México celebraban la corrida de toros para conmemorar las festividades de San Hipólito. El primer escenario de las corridas de toros fue la Plaza del Marqués, en el centro de la ciudad. La historia registra los nombres de varios virreyes taurinos, alguno de los cuales, en su soberbia, hasta toreros se creyeron y lanceaban a como Dios les daba a entender. Uno de estos folclóricos personajes fue Don Luis de Velasco, quien organizó una corrida con ochenta toros y, aunque la cantidad de bureles llama la atención, hay que recordar que en esa época no se mataba a los animales.