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martes, octubre 1, 2024
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El silencio

Saca la cajetilla “Marlboro” roja. Esculca por encima bolsas de camisa y pantalón. Al no encontrar le sale natural la pregunta casi suplicante: “¿…tiene un cerillito?”. Entonces no para de fumar y contestar su celular. Chupada por llamada. Cuando la lumbre le llega al filtro apachurra el cigarrillo en un cenicero. Entonces prende otro. Le suena el bíper pero nunca apaga el teléfono. Así, su palique es impensadamente entre paréntesis. De origen y en su actual talacha le viene esa mezcla de inquietud y desconfianza. Desparrama la mirada al teléfono o la ventana. A mis ojos o la puerta. Al aparato de refrigeración o la mesa de centro. Como que hunde su cabeza entre los hombros, remate de cuerpo fortachón y alto. Le conocí atlético y joven Teniente Coronel en 1974. Ahora General de División, como canta Vicente Fernández “…en cada arruga, hay una historia”. Su sequedad y desagrado con los periodistas no se le quita. Pero en charla y no entrevista, sin uniforme militar o de Comandante Federal Preventivo, Francisco Arellano Noblecía es otro. En una de esas me platicó cuando estuvo hace meses en Sinaloa. Cierta noche armó su estrategia. Al día siguiente le caerían en la sierra a los narcos y con suerte a “El Mayo”, sí, Ismael Zambada. Todo iba bien. Salieron del cuartel en silencio y espichaditos. Cuando se aparecieron de repente donde aterrizaban y despegaban avionetas repletas de droga, no las había ni de juguete. Los cristianos por allí cerquita ni santo ni seña. “¿Marihuana?… no señor, aquí todos somos campesinos. Ni la conocemos. Es pura fama”. De todos modos Arellano Noblecía y su tropa, disfrazaron la retirada. Cerquita se escondieron. Pero nada. “Allí sí está canijo”, me dijo el General. La gente encubre, protege y previene a los narcos cuando la autoridad va tras sus pasos y avionetas. Recordé a Pablo Escobar Gaviria, el narco colombiano. Sus paisanos lo adoraban. A unos les daba billetes para remendar o construir una casita. Sacaba de apuros a la familia con enfermos. Conseguía tierra a los desposeídos. A nadie desdeñaba y con todos partía y repartía a la hora de festejar. Así son también por naturaleza los narco sinaloenses. Por eso son protegidos y queridos. Más o menos lo mismo en Nueva York. El lunes 10 murió prisionero y encancerado el famoso capo de capos John Gotti. Cuando la esplendorosa carroza llevaba su cadáver en féretro de bronce, miles de personas lanzaban flores y tocaban amorosa, delicadamente el carro fúnebre. Todo lo contrario a la familia Arellano Félix. Nunca se rozan con la chusma. Les importa poco el necesitado. No se les emblandece el corazón ante la tragedia y necesidad ajenas. Sucede entonces algo dramático: Si alguien los ve, no dice nada. Pero nada de alcahuetería. Les tienen pavor por matones. Ya veo al General de División Francisco Arellano Noblecía en una primera fila imaginaria. Sábado por la mañana en Culiacán. “Marlboro” entre los dedos, sentado y viendo, sonriendo con malicia. Tal vez rayamadreando y pensando al ver la parvada de agentes federales de investigación y de la torpe UEDO: “Tarados… no saben a lo que le tiran” o la clásica frase “…les va a salir el tiro por la culata”. Y así fue. Más de la centena de policías terminó en el fracaso. Según eso iban por Joaquín Guzmán “El Chapo” y “El Mayo” Ismael Zambada. Primero, no sé a quién se le ocurre suponer a estos capos en el mismo lugar. Los rumores que bajan de la sierra cerquita de Durango y terminan en las playas mazatlecas se escuchan hasta Baja California. “Chance que ‘El Mayo’ sí ande por acá, pero ‘El Chapo’ ni sus luces”. Y segundo, bajo el supuesto no concedido de reunirse Guzmán y Zambada, más tardarían en salir los agentes de su cuartel que saber Joaquín e Ismael por dónde venían. Cuántos eran. Quién los comandaba y a qué horas llegarían a Sinaloa. La Agencia Federal de Investigación (AFI) y la Unidad Especializada contra Delincuencia Organizada (UEDO) no tienen remedio. La primera formada en este sexenio difícilmente gatea. La otra ni recomponiéndola funciona. Sus recientes ridículos en Baja California y Sinaloa exhiben el arcaico y único recurso: Fuerza y cantidad. Es inexplicable el desuso de la inteligencia. Pero además innegable: Llegaron como auditores de Hacienda a casas y negocios de ex-esposa e hija de “El Mayo”. El lugar menos indicado y más ilógico. Primero, por la situación familiar. Y segundo, por la hora. Me da la impresión que quisieron imitar al Ejército capturando mafiosos con la familia. Pero los militares navegan en la inteligencia. Para muestra los casos de Jesús “Don Chuy” Labra, Ismael Higuera “El Mayel”, Everardo “Kitty” Páez, “El June”, Albino Quintero Meza “El Señor de los Trailers”, Benjamín Arellano y “El Metro”. He sabido cómo los narco sinaloenses se pasean por las calles. Van a taquerías. Se relajan en bares y todo mundo sabe dónde y con quién duermen. Pero jamás son tocados por los policías. La PGR navega en el mar de la incapacidad y sospecha. Todavía queda un mal recuerdo: El fiscal golpeándose con la palma de la mano la frente, y no precisamente por alegría, al reconocer tirado y muerto a Ramón Arellano en Mazatlán. Recuerdo hace meses cuando escribí en este mismo espacio sobre el narco y los presagios en Sinaloa. La delegada de la PGR los menospreció y tildó de ignorantes. Después surgieron las terribles matazones en la serranía. Tranquilamente Ramón Arellano llegó a Mazatlán precisamente con una credencial de la Procuraduría. Ejecuciones citadinas al por mayor. Nada de eso ha sido investigado ni aclarado. Los hechos apachurran a los pretextos de la delegada. Muchas palabras, pocas capturas. Lo malo de todo esto es cuando la política se revuelve con el narco y viceversa. Muchos oficiales federales, estatales y municipales prefieren plata y no plomo. Y los mafiosos encantados. Alimentan de billetes a políticos o disfrazados de tales para ayudarlos a encaramarse en el poder. Normalmente esta clase de tratos terminan fatalmente. Y los menos, en un ridículo que provoca asco. No conozco un gobierno en México capaz de frenar al narco. Ni federal, ni estatal ni municipal. Unos por honestos no tienen los recursos. Otros por deshonestos se hacen malamente de ellos. Miguel Angel Félix Gallardo, el patriarca de los narcos sinaloenses, inauguró retacar de dólares bolsillos de gobernantes, policías, jueces y periodistas. También contrató buenos abogados para la defensa. Su enseñanza se multiplicó y desgraciadamente se degeneró con los asesinatos por rencor, venganza o gusto. Pero el principio de estar cerca de los paisanos y ayudarles no se ha borrado en Sinaloa. Miguel Ángel Félix Gallardo sabía dos cosas: No podía renegar ni alejarse de los suyos. Y ayudándoles, le ayudarían. Por eso a “El Mayo” Zambada y a Joaquín Guzmán “El Chapo” sus paisanos los seguirán ayudando. Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas y publicado el 18 de junio de 2002.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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