Ya asumiendo seriedad, Castro tomó el sonido. No sin antes ser anunciado por la chica del vestido dibujado: “El momento tan esperado ha llegado… le pedimos al licenciado si viene para que nos exprese sus emociones y sentimientos”. Primero justificó su ausencia: se la pasó leyendo, preparándose, siendo buen esposo y padre. Luego lo que se puede considerar su desquite. Reconoció que los senadores que tanto lo vituperaron en campaña, en la actualidad le dieron su voto para ser ratificado como embajador. Especialmente de Ernesto Ruffo, quien lo acusó en campaña de haber sido detenido durante su gobierno con armas y drogas; “a la vez implica haberme reconstruido, reconstituido moralmente con los míos y reconstruido políticamente, avalado por una clase política nacional multipartidista y plural, pero arriba de la mesa recibí sus votos, su apoyo y su confianza”. Castro planeó su cierre maestro con indirectas muy fáciles de adivinar: “Hay quienes pueden haber claudicado a sus ideales, haber cambiado futuro por el deludo de un cargo público inmerecido; hay quienes pueden haber abandonado sus ideales y sus causas y haberse despojado de lo más genuino en el ser humano: la decencia y la honestidad para gozar de una victoria pírrica que los lleve en el presente a engrandecerse muy despacio, pero que la vergüenza y la deshonestidad, los acompañará para siempre”. Aquello reventó en aplausos y proas para el nuevo embajador enviado a la Argentina.