La noche del jueves 17 de octubre, Joaquín Sabina transformó su crisis personal en música sobre el escenario del Centro Cultural Tijuana. Puntualmente las bocinas dejaron escapar la armonía de aquel primer tema del cantautor español, extraído del álbum “Física y Química”, que editara “El Flaco de Úbeda” en 1992. Entre alaridos y rostros atónitos, “Y Nos Dieron las Diez” marcó su larga vereda orquestal en el fondo. Abierto el telón, se asomaron cuatro multi-instrumentistas y una corista que juntos vistieron el primer episodio con luz blanca, hasta que el trovador de las desgracias etílicas, de pie en medio de ovaciones y aplausos infinitos, interpretó con su ronca voz el erotismo de “Esta Noche Contigo”. El bosquejo de una ciudad en el fondo recobró su vida entre los tejados, luego pintó un solo de Jaime Asúa, quien hizo dialogar las cuerdas eléctricas entre sí, entrelazándolas con los tambores, el bajo, un piano y los coros celestiales de Marita Barros, al mismo tiempo que Sabina brindó el respeto por un regalo floral. Sujeto al ritmo y a una orgía itinerante, el hijo de Jerónimo Martínez Gallego y Adela Sabina del Campo paseó el tripié de su micrófono de lado a lado, lo llevó contra el suelo en repetidas ocasiones, acertando la simetría de los músicos que llevaron la velada por el rock, la rumba, el blues y lo ranchero, hasta dispersar su primer saludo: “Buenas noches América, buenas noches Baja California, buenas noches México, buenas noches Tijuana”, preludio de “Tiramisú de Limón”, acotado del disco “Vinagres y Rosas”, publicado en 2009. Las luces pintaron la escena de azules y blancos, mientras el regocijo de un teatro a reventar arropó los “Te amo Sabina” desde las butacas. Al ibérico le aplaudieron todo, desde los gestos, aquellos versos, los cánticos, las miradas y hasta el caminar de aquel hombre de 64 años de edad que afilado al templete, detenía su paso para escuchar la tormenta de títulos solicitados por sus seguidores, a quienes asintió: “Vuestros enormes deseos son órdenes para nosotros”, escapándose al instante las primeras estrofas de “Virgen de la Amargura”. Alineado a una camiseta negra cuya leyenda en verde olivo, “La cosa esta muy mala”, marcó el inicio de la gira “Canciones para una Crisis”, Joaquín Ramón Martínez Sabina se tomó el tiempo para escenificar una de las noches más bohemias, exactamente igual a como lo hiciera dos años atrás en el Nokia Theatre de Los Ángeles, California. Con la miel en los labios, el poeta español tomó la guitarra negra con sutileza y aquello se volvió un festín con “Viridiana”, al tiempo que los coros celestiales de Marita inquietaron tanto como aquel vestido azabache entallado a su figura espiral, cubierto por el rojizo grácil que enfocó la prosa y la exquisita estructura del ensamble orquestal. Las cuerdas estallaron una y otra vez como las anécdotas de múltiples pasiones: “Hoy conocimos el Adelita (Bar, ubicado en el Callejón Coahuila, la zona de tolerancia en Tijuana) y la canción nos quedó muy pequeñita… también fuimos a San Diego para agradecerle a los gringos que por primera vez nos dejaron pasar al Mundial (de futbol). Claro, yo ayer le iba a México, porque yo sé qué le conviene a mi carrera”, dijo Sabina sonriente. Luego de declamar por minutos, las luces tornaron de azul el acto para enmudecer las miradas y dar pie a los agónicos suspiros de una noche confabulada: “Es un lujo volver a Tijuana”, subrayó con el rostro desgastado, previo a reestructurar en el aire las “Medias Negras”, entre los certeros disparos de las luces amarillas, rojas y blancas que apuñalaron los minutos, mientras la leyenda de la lírica inyectó las estrofas de sus vivencias, los versos y las metáforas contemporáneas. Escoltado por su bajista Pancho Varona, Sabina matizó los acordes de “Aves de Paso”, extraído del disco “Yo, Mí, Me, Contigo”, que compuso en 1996 junto a su entrañable amigo Varona, dejando el paso de la armónica sobre el entarimado como los incesantes “Te amo Joaquín” que mostraban el deleite de los presentes. Entre un ambiente morado y el teatro desvivido en gritos, llegó el turno de “Siete Crisantemos”, del álbum “Esta Boca es Mía” (1994), cuyos coros fueron seguidos de inicio a fin, de igual forma que lo instituyera la sensual Marita, quien cantó espalda con espalda junto al sabor a blues, rock y jazz de Madrid. Los aplausos se volvieron infinitos, como si anunciaran el final de un recital precipitado. Palpando molestias, Sabina tomó su brazo, caminando al filo del escenario para conversar con su público y presentar “El Bulevar de los Sueños Rotos”, pariente del disco del tema previo: “Escribí esta canción para celebrar el intensísimo sentir de la vida. La escribí para mi amiga Chavela Vargas, pero no habla de muerte”, precisó “El Flaco de Úbeda”, feliz mientras los coros del público se agigantaban en el recinto, momento en que se dejó cobijar por una bandera mexicana para caminar de esquina a esquina sobre el estrado que emuló la escena de una película de circo. Inquieto, el intérprete de “19 Días y 500 noches” y “Princesa”, tomó su silla para sentarse y recordar a su amigo Serrat: “Después de una gira (‘La Orquesta del Titanic’) tan larga como la que hicimos Joan Manuel Serrat y yo, uno lo echa de menos del escenario, por ello cantaré una canción que escribimos juntos, que es una metáfora de cómo están los tiempos; los músicos combatimos con la crisis como los músicos del Titanic”, anotó sin prisa. Entre los silbidos de Varona y los riffs de Jaime Asúa, “La Orquesta del Titanic” embarcó al público a los bailes de Marita (sin un gramo de silicón) y la sonrisa del poeta que protagonizó “Llueve sobre Mojado”, mismo que escribió junto a Fito Páez en 1998 para el disco “Enemigos Íntimos”, y que aprovechó entre tonos naranjas y blancos, y otro tanto de luces flasheando, para presentar a sus músicos mientras el teclado de Antonio García de Diego ganaba intensidad con la estructura musical. Como guión de película, Joaquín Sabina alabó a su orquesta para luego despedirse tras bambalinas sin retorno: “Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”. Sin sospecha, músicos y público entendieron aquel despido como un descanso, un intermedio común que la banda aprovechó para interpretar “El Caso de la Rubia Platino”, “Yo Quiero Ser una Chica Almodóvar”, y “A la Orilla de la Chimenea”, en la que Antonio García de Diego anunció lo inesperado: “Creo que eso es todo, me acaban de decir que Joaquín se sintió un poco mal, y se lo llevaron a un centro médico; gracias”, despidiéndose juntos a sus compañeros músicos, mientras los rostros en las butacas denotaban tristeza y asombro. A la noche siguiente… “Les debo un poco, alguna explicación…”, inició Sabina después de las primeras dos canciones, ya recuperado el viernes 18 de octubre de lo que pareció ser apenas una contractura muscular. Su público respondió con un colectivo “¡Nooo!”, quitándole momentáneamente la palabra, pero el cantautor andaluz prosiguió: “Una explicación y algunos muy grandes agradecimientos. Anoche, a la mitad del concierto, tal vez producto de que era mi primer concierto de la gira, los nervios, las tensiones y la emoción de estar en México, empecé a notar un dolor. Hay gente que dice que no tengo corazón, pero ayer me dolía el corazón. Me dolía y no me dejaba respirar, entonces me asustó y pensé que podía ser un infarto, que debía ir a un hospital. Me llevaron al Ángeles, donde por primera vez me di cuenta que en sanidad no tiene que aprender nada México, y menos de los gringos, a pesar que a los gringos les debemos el partido contra Panamá”, expresó Sabina entre los aplausos y gritos del público, su público. “El caso es que me tuvieron un par de horas haciéndome todo tipo de pruebas, creo que el hospital se llama Ángeles porque tienen un ángel maravilloso, la doctora Cabrales”, refirió el cantautor entre aplausos, para continuar: “El caso es que no era un infarto, debe ser que no tengo corazón… era más bien un espasmo muscular. Me atendieron maravillosamente, me dieron unos masajes que no puedo contarles…”, bromeó en alusión a lo sucedido apenas 24 horas antes. “Le ha rezado a la Virgen de Guadalupe y a Quetzalcóatl, y como creo más en la ciencia que en los milagros, le he vuelto a rezar a la doctora”, expuso antes de continuar con “Viridiana… la que en Tijuana trabajaba tres noches por semana”. La siguiente pausa la aprovechó para agradecer al público de la noche anterior, quienes “en lugar de quemar el teatro, nos obsequió un aplauso y se fueron tranquilamente a su casa”, citó antes de su poema “del niño con cara de viejo, del poeta borracho, del teclado mellado del acordeón, del pecado mortal sin excusa…”, antes de que se escucharan los acordes del blues “Medias Negras”. “Si la hubiera tratado la doctora Cabrales, a lo mejor seguiría viva mi comadre, la señora Chavela Vargas”, comentó Joaquín Sabina antes de arrancar con “Boulevard de los Sueños Rotos” -coreada por todos – en homenaje a la cantante costarricense de origen, mexicana por elección, ciudadana de la música y amante del tequila. Luego volvió a bromear sobre lo sucedido en el concierto inicial: “Hoy me ha hablado Juan Manuel Serrat, me dijo que no dijera que me había enfermado, que era mejor o para mi fama decir que andaba drogado”, compartió ante las risas de los asistentes, para dar continuidad al emotivo concierto en la Sala de Espectáculos del CECUT. Jovial, sonriente, emotivo, disfrutando en pleno su madurez musical se vio a Joaquín Sabina, apenas horas después del malogrado rumor de su “infarto” que no resultó tal. Al final, los asistentes el viernes salieron ganando por lo sucedido un día antes, por Sabina y su espléndidos músicos, el coro de Marita, las luces y todo el repertorio del cantautor en un emotivo concierto donde regresó dos veces para complacer a su público, que se negaba a abandonar sus lugares, para luego ovacionar de pie a Sabina, quien pisó Tijuana en el arranque de su gira con un tema muy coyuntural: “Canciones para una Crisis”.