“Evasión en psicología… eximirse de sentimientos molestos no afrontando las debidas exigencias de la realidad, cuando el sujeto no acepta ser, ni aparecer como es, ni ser así apreciado por otros, o no empeña valerosamente sus potencialidades para superarse debidamente”.- J. Muñoz Pérez-Vizcaíno Crear fantasías para protagonizarlas y obligar a los mexicanos a vivirlas con él, no puede seguir siendo la estrategia central del gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto y su gabinete. Hechos tan importantes como los suscitados en el Zócalo de la Ciudad de México -el desalojo de maestros de la CNTE para “celebrar” la Independencia y el abucheo al mandatario mientras daba el “Grito”- entre los días 13 y 15 de septiembre de 2013, fueron convertidos por la manipulación mediática y la mercadotecnia política en otro circo de encubrimientos oficiales, que presentó de forma indigna a un Presidente de telenovelas y mentiras. Un personaje que junto a su cuadro de mando, por egoísmo y vanidad, se mostró más preocupado por la percepción ciudadana, que ocupado en las crisis que exhiben la realidad social. Conforme transcurrieron las imágenes y declaraciones de los funcionarios, la verdad oficial se iba empañando. Primero el secretario general del Distrito Federal, reconoció que los maestros debían desalojar el Zócalo para poder celebrar las fiestas patrias. El Presidente no quería que nada le echara a perder su primera ceremonia de Grito de Independencia. Más tarde, para que no se viera como un acto de mero lucimiento, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, argumentó que se trataba de defender “la voluntad de la mayoría” que quería celebrar. En este punto la pregunta obligada es, ¿por qué no hicieron nada durante los cinco meses, del 8 de mayo al 13 de septiembre, tiempo en el que este plantón de maestros afectó a otra numerosa mayoría, turistas, estudiantes, comerciantes, en temas económicos mil veces más serios que una fiesta? En todo caso, si de todos modos iban a usar a la fuerza pública, ¿por qué los dejaron llegar al Zócalo? Si se iban a sentar a negociar ¿por qué no lo hicieron antes del 8 de mayo? Si los van a ignorar, ¿por qué el gobierno de las simulaciones finge que los está escuchando? En estas condiciones, no importa cuanto lo publiciten como éxito, el desalojo de la plancha capitalina con las pérdidas generadas, la destrucción y la violencia consumadas se suma a la lista de fracasos de la política del gabinete Peñista. Por si alguna duda quedaba, el mismo gabinete dejó ver que no habían salido victoriosos. Sí organizaron su fiesta, y para evitar problemas y maquillar la realidad, decidieron manipular la ceremonia del “Grito”. Como en producción cinematográfica o de telenovela, establecieron su escenario -uno humilde en la plaza para el pueblo, y otro lujoso en el interior de Palacio Nacional para embajadores y funcionarios-, lo cercaron con cientos de policías federales que revisaron minuciosamente las pertenencias de cada uno de los asistentes, porque aunque se trataba de que los mexicanos festejaran el movimiento de Independencia, evidentemente no todos tenían derechos a la fiesta, porque no querían colados incómodos que entorpecieran el guión. Ellos pusieron al protagonista, a los actores secundarios y a los acarreados o personajes comparsas, simpatizantes priistas que fueron trasladados desde el Estado de México a cambio de comida y un lugar preferencial en la plancha. Su función era apoyar a todo pulmón al Presidente y estar al frente como valla humana contra los detractores, o los antagonistas de esta puesta en escena. Así de natural y real fue el festejo. Al narrador -televisoras y medios nacionales amigos del Presidente que han sido favorecidos con jugosos contratos por las trasmisiones-, le correspondió hablar de lo bonito, eludir la obviedad del acarreo e ignorar a los disconformes que desde atrás gritaban “¡Fuera Peña Nieto!”, mientras el mandatario cumplía con el protocolo de los “¡Viva México!”. Si Usted fue de los que vio el Grito de Independencia por televisión, seguramente la verborrea de los presentadores y el alto volumen intencional de la música de fondo, le impidió informarse de los disidentes y ver más allá del protocolo y montaje de la luminosa y festiva pirotecnia. Mientras esto ocurría, la sátira nacional se completaba en el corazón del país, con los panista dando un grito en el Ángel de la Independencia, y los maestros de la CNTE, representantes del ESME, perredistas que defienden el petróleo nacional y estudiantes, dando otro grito de insurgencia y resistencia en el Monumento a la Revolución. La disgregación y ausencia de un rumbo en común, de una real operación política del Gobierno de la República, no pudo estar más evidenciada, con todo y la publicitada unidad alrededor del Pacto por México, que cada vez luce menos real. El licenciado peña y sus funcionarios están confundiendo la popularidad con capacidad de gobierno, pero más grave es que parecen creer que la percepción es más importante que los resultados o la realidad. La narrativa del Gobierno Federal en materia de seguridad, que evita, ordena (a sus funcionarios), pide (a los gobiernos estatales y prensa en general) y paga (a los medios de comunicación de mayor penetración) para que dejen de hablar de crimen organizado, es la misma que está usando para combatir las opiniones negativas en sus áreas problemáticas, que al final son todas: económica, política y social. Han transcurrido casi diez meses de gobierno, la economía sigue en picada, el número de homicidios se incrementa, las reformas se estancan y el país vive una crisis de credibilidad por lo que sería un excelente momento para abandonar las tácticas de autoengaño y manipulación. Ese México imaginario creado por un millonario gasto en publicidad no existe, la realidad nos está atropellando, y al Gobierno de la República le llegó el tiempo de dejar de rehuir sus responsabilidades, de enfrentar los problemas, tomar posiciones concretas y dar explicaciones claras, convincentes.
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