“Six Feet Under” es una excelente serie de televisión. En nuestro lenguaje le acomodaría cualquiera de estos dos títulos: “Tres Metros Bajo Tierra” o “Sobre el Muerto las Coronas”. Cada semana la transmite Home Box Office (HBO) con subtítulos en español. Trata sobre la familia propietaria de una funeraria. Opera en la misma casa donde viven. La planta baja abarca amplio velatorio, cuartito adjunto encortinado para atender dolientes en crisis. También pequeña oficina donde reciben clientes. Pasillo y al fondo espaciosa zona mortuoria. Dos que tres planchas para tender cadáveres y prepararlos a honras o cremación. No hay problema en eso de reconstrucción si los cuerpos están golpeados o destrozados. Allí tienen todo para restaurar el rostro de los fallecidos hasta lograr “…un aspecto aterciopelado y aparentemente lleno de vida”. Nariz, quijada, frente, cabeza, hombros, senos o cualquier otra parte. En ocasiones la restauración deja el cuerpo mejor que en vida. Tienen toda clase de artilugios para maquillar golpes, cuchilladas o balazos. Utilizan algo así como tornillos o clavos de plástico. También tapones color carne para hoyos por disparo. En fin, la serie televisiva está muy empatada con lo auténtico. Trata de una ficticia familia Fisher. El señor murió precisamente en un funeral. La viuda tiene dos pretendientes. El hijo Nate anda noviando. David es homosexual y Claire está en la Universidad. Cada uno es como sistema solar. A su alrededor giran como satélites amantes, hombres, mujeres y aparecen circunstancialmente otros personajes. Todos protagonizan episodios muy alejados de las empalagosas y refriteadas telenovelas mexicanas. Destaca en ese florilegio un joven chaparrito. Según eso hispano. Simplemente le llaman Rico. Es embalsamador y único no pariente en el negocio. Treintañero casado. Hace tan bien su trabajo como si fuera artista. Algo así como cirujano plástico de primera sin necesidad de bisturí. Por eso es famoso. Entonces, dueños de funerarias más importantes quieren pero no pueden contratarlo. Le ofrecen mejor paga. Pero debe atender un cadáver tras otro, como en serie. Aprisa. No tiene ocasión para lucimiento. Y eso le empuja a seguir empleado en el negocio de los Fisher. A propósito conocí a una simpática dama de la vida real. Embalsamadora en Tijuana. Cuando la vi por vez primera no imaginé que tenía esa ocupación. La creí enfermera. Delgada, pelo castaño, piel blanca, ojos azules y pulcra. La inteligencia se le notaba claramente. La conocí porque llevaba cartas para publicar en el semanario donde trabajo. Trataba asuntos importantes. Con un tono simpático y al mismo tiempo enérgico. Sin quererlo, empezaron a buscarla para quejarse y le dio por cartear más: “…aquel policía es un 'mordelón' descarado”. “Por la calle Fulana de Tal no pasa el camión de la basura”. “El Presidente Municipal nada más no la hace” y cosas por el estilo. Normalmente mezclaba dos que tres palabrotas. No como grosería rayando en lo corriente. Las ubicaba en lo simpático. Llegó a popularizarse. Hasta el Gobernador la recibió. Pero así como llegó se ausentó. Y por eso sus cartas se extrañan. Era aparte certera fuente de información. Desde su tarea reportaba con harta discreción: “Me acaban de traer el cadáver de…..” y pronunciaba un nombre muy importante. Pero hubo ocasiones cuando fue personalmente a contarme: “Zutanito se murió de SIDA, pero el doctor Perengano certificó paro cardíaco”. Me contó otras calificaciones: Enfisema pulmonar o bronco-aspiración. Naturalmente se trataba de personas emparentadas con pudientes. De prosapia. Casados o solteros. El propósito para esconder el terrible mal era claro: Que no se enteraran amigos, conocidos y la famosa sociedad. Le encorajinaba ver durante el velorio a familiares acercándose al féretro. Se inclinaban para besar el cadáver o simplemente acariciar el rostro. Mi amiga etiquetaba de peligrosas esas besuqueadas o acariciadas porque decía, unas ni son sinceras y aparte, no sabían del riesgo contagioso. Total, ya no he visto a mi amiga. No voy a escribir siempre, pero sí de cuando en vez la extraño. También sus cartas. Además, se esfumó una valiosa fuente de información. Otros compañeros suyos me informan ahora de casos patéticos. Fallecimientos por consumo exagerado de cocaína. Igual como en las desventuras provocadas por el SIDA, los doctores de las familias ricachas certifican su muerte por otras causas. Todo para esconder la realidad. Aparte en los velorios es un secreteo machacante. Tanto hasta todo mundo saberlo. “Iban a Estados Unidos a comprar su 'podredumbre' y cuando regresaban ya estaban muy bien 'servidos' todos”. Luego tuvieron problemas para cruzar la frontera o sus alcahuetes ante la policía. Entonces se reunieron con viciosillos corrientes “y vaya Usted a saber que se metían por las narices”. Leí estadísticas estremecedoras: Unos 50 mil estadounidenses han muerto cada año por “pasarse de la raya”. Formaron y forman dos mayorías y una minoría: La primera de adolescentes, adinerados y empobrecidos. La segunda, viciosos de tiempo. Y la tercera, consumidores ocasionales. Fueron a una fiesta. No sabían de los límites y parecían aspiradoras. En España la cifra anda entre siete mil y ocho mil muertes por año. Pero hay dos opiniones del Observatorio Europeo de la Droga y Toxicomanía (OEDT): 1.- En todo el mundo no se notifican cifras reales. No conviene a parientes ni gobierno. 2.- Los reportes oficiales son siempre más bajos. Ningún país quiere aparecer en primeros lugares. En México estamos más o menos enterados de las ejecuciones por narcotráfico. Un promedio anual de 500 en Baja California. Otras tantas en Sinaloa. Menos en Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Guadalajara y el Distrito Federal. De cuando en vez otros Estados. Pero los números son aproximaciones. Así, tampoco tenemos un cuadro verdadero. No hay organismo ajeno al gobierno para esta tarea de conteo. Pero lo más importante. Ni siquiera un plan realista para salvar a miles de jóvenes antes de morir enviciados. Los anuncios y programas especiales en televisión, prensa y radio no tienen efecto. Son puritito adorno oficial. El consumo aumenta. Nos están maquillando las cifras y los embalsamadores siguen tratando sus cadáveres con certificados falsos. Texto tomado de la colección Conversaciones Privadas y publicado el 29 de octubre de 2002, propiedad de Jesús Blancornelas