Por lo general, los humanos tenemos la percepción de que el pertenecer a una familia nos asegura un lugar privilegiado dentro de ésta y creemos que tenemos acceso libre a la casa del tío, primo, sobrino, hermano, etcétera. Nos involucramos en sus vidas y participamos en sus peleas y fiestas, nos sentamos a su mesa y compartimos el pan y el vino, disfrutamos de su alegrías y sufrimos con sus tristezas, intentamos apoyar y que nos apoyen, damos consejos y esperamos recibirlos, compartimos la navidad, semana santa, día de la madre, así como el minimizado día del padre. Opinamos sobre el nombre de los nuevos miembros de la familia y estamos presentes en las bodas y bautizos, de igual manera que lloramos en los velorios y los funerales de nuestros seres queridos. Así transcurre la vida, entre alegrías y tristezas, entre bienvenidas y despedidas, entre disgustos y reconciliaciones, pero siempre unidos por el lazo de sangre y las costumbres. Recordamos la historia de nuestros antepasados y nos sentimos orgullosos de pertenecer a una estirpe de aguerridos colonizadores de nuestra tierra. Buscamos el lugar de nuestros apellidos en nuestro árbol genealógico y así quedamos incluidos en la historia familiar para conocimiento de las generaciones futuras. Pero no siempre la historia se escribe con la misma letra, no todas las familias manejan el mismo criterio ni poseen igualdad en sentimientos, no nos todos manejamos con imparcialidad y equidad en cuanto a lazos sanguíneos. No siempre el parentesco nos brinda igualdad ante los demás miembros de la familia, aun cuando intentamos tener una conducta y actitud similar a la de nuestros congéneres. La naturaleza formó a cada ser diferente de pensamiento y anatomía, pero el razonamiento nos brinda la posibilidad de igualarnos, al menos con quienes convivimos y mantenemos una relación afectiva permanente. La vida cotidiana nos muestra día con día quiénes somos y qué representamos para nuestra familia; y no todo el tiempo el resultado de nuestras observaciones es favorable. Cuando nos damos cuenta que no siempre somos invitados a los festejos, cuando alguien no recuerda nuestro número de teléfono para saludarnos, cuando percibes que res diferente para el resto de la familia, cuando no encajas en sus reuniones e incomodas a sus amistades, cuando estás en un lugar que no te corresponde o no eres bienvenido, es en ese momento cuando comprendemos que solo somos parte de esa familia por parentesco, pero no por afinidad ni convivencia. Los problemas familiares, la mala salud, la necesidad económica, la apariencia, etcétera, son factores comunes que provocan el distanciamiento familiar, nadie quiere estar cerca del que requiere apoyo permanente, todos evaden el cargar con responsabilidades y dificultades ajenas, todos con sutileza marcan la distancia con el aludido. Es comprensible que todos queramos llevar una vida tranquila y apacible, sin que nadie altere la sosegada pasividad de una existencia sin alteraciones ni complicaciones; y solo deseamos continuar con la monótona rutina diaria sin que nadie cambie el curso de los eventos. Tal vez donde no estoy de acuerdo con esta conducta es en la actitud hipócrita y falsa con que nos conducimos al interactuar con los parientes indeseables, las palabras y las acciones vacías y superficiales con que mostramos un afecto inexistente hacia quienes creen en nosotros, la mirada comprensiva cuando estamos de frente y la burla a sus espaldas. El gesto de bondad con la mano extendida ofreciendo dádivas baratas al menesteroso. El aprecio latente hacia quien posee una mica de residente en E. U., cual si fuera título nobiliario, que se muestre y presuma ante los súbditos plebeyos. El apoyo esporádico que se ofrece a escondidas como soborno a la necesidad, que se agradece, pero también confirma que la buena voluntad en ocasiones ofende. La discriminación humillante del trato entre el invitado extranjero y el pariente ingenuo que se piensa bienvenido. La indiferencia permanente ante quien no reúne las condiciones y méritos necesarios para pertenecer al clan. Y así, un sinfín de circunstancias que marcan radicalmente la diferencia entre unos parientes y otros, algunos en el mundo opulento de los dólares y otros en la lucha constante por los pesos, en ambos casos, tratando de sobrevivir, unos en la realidad, otros en la fantasía, unos mirando sobre el hombro, otros estirando el cuello para tratar de alcanzar y mirar el horizonte. Unos unidos codo con codo frente a la vida y otros tratando de dejar de ser… simplemente el hermano incómodo. Juan Alberto Vega Parra Tijuana, B. C. ingjuanvega@hotmail.com