Es la coleta, que proviene del Siglo XVII, lo más liviano de la indumentaria que porta un torero, incluso puede pasar hasta desapercibida, pero ese pequeño añadido, lo representa todo. Son innumerables aquellos que quisieran poseerla, y los más, creen merecerla. La coleta se utiliza desde que se inicia de novillero, por reglamento y tradición debe llevarse siempre, en el momento de vestirse algunos se la colocan antes, otros al final, dependiendo de la rutina o superstición de cada alternante. En lo que coinciden los participantes de la Fiesta, es que al instante de cortársela, se arrancan de tajo el alma, calificando el episodio como un suicidio espiritual y profesional. Jamás se ha visto a un torero que se despida sin derramar lágrimas a granel, es cuando los hombres considerados los más valientes del mundo, muestran sus sentimientos abiertamente. El corte de coleta es una ceremonia llena de sobriedad y nostalgia, el acto es siempre de rodillas, en representación de la santidad. Es el instante donde un artista renuncia a lo espiritual, para regresar a lo terrenal. Son tan poderosos e indisolubles los vínculos del diestro con los toros, el ruedo y los públicos, que se convierten en hambre y sed insaciables, agonía difícil de superar a grado tal, que la mayoría de los matadores tienen que volver, aunque ya no necesiten ni fama, ni dinero. Regresan a las feroces batallas de instinto contra inteligencia, a las noches de insomnio, a la rigurosa dieta, a la disciplina, al entrenamiento, al apostolado, a los públicos ingratos que de un toro a otro, convierten a un torero de rey a esclavo. Los diestros se resisten a cortarse la coleta, aunque las empresas o aficionados ya ni se acuerden de ellos. Los matadores son siempre matadores, con o sin coleta. Existe un caso inusual, Rafael Molina “Lagartijo”, sobrado de dignidad, quien decidió sin protocolo, sin ovaciones, sin alamares y en la intimidad de su hogar, vestido de civil y sentado en vetusto mueble, que su “barbero” le cortara su larga coleta natural. Dicho sacramento fue atestiguado por su sirvienta. Eso ocurrió cuando el esteta tenía 52 años, un 4 de junio de 1893. En 1892, Molina había emprendido su campaña de despedida, que constó de cinco importantes fechas en Zaragoza, Bilbao, Barcelona, Valencia y Madrid. En la última corrida, en 1893, las circunstancias le fueron adversas y tuvo que abandonar el coso escoltado por la Guardia Civil. “Lagartijo” nació en Córdoba, el 27 de noviembre de 1841, y falleció ahí, el primero de agosto de 1900. arruzina@gmail.com