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martes, octubre 1, 2024
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Primera salida, primera

Realmente no tienen cargo oficial, no fueron electas por el pueblo ni se les paga un sueldo. Lo suyo es acompañar a su esposo en actos protocolarios, sociales, de inauguración y beneficencia; pero eso sí, a las primeras damas de México se les critica como si tuvieran responsabilidad y cobraran por ello. Al pensar en el tema, es inevitable no recordar a Marta Sahagún de Fox. Ha sido quizá la Primera Dama más politizada, polémica, activa y social de la historia reciente de México. No solo se le llegó a considerar el poder tras la silla del águila cuando su marido, Vicente Fox Quesada, era Presidente de México, incluso se le consideró -a propósito de filtraciones de ella misma- como aspirante a la sucesión presidencial inmediata a Fox. Ciertamente, cuando el de Guanajuato llegó a la Presidencia de México, ella no era su esposa. Ambos estaban casados con otras parejas, pero la cercanía, la confianza y el mutuo interés político los acercaron a grado de, después de sendos divorcios -escándalos rosas incluidos- la que era directora de Comunicación Social de la Presidencia, pasó a ser Primera Dama de la Nación. La señora Sahagún, activísima hasta el día de hoy, no se concentró en el Desarrollo Integral de la Familia federal o el voluntariado de la institución, sino que conformó su propia organización, “Vamos México” -que a la fecha subsiste-, para apoyar al desarrollo de la clase marginada del país. Se promovió para suceder a su marido, y a Don Jesús Blancornelas le declaró en una entrevista que ella sería candidata a la Presidencia solo si un hombre se lo pedía. Inseparable de su marido, ella lleva las riendas, por entusiasmo y acción, del rancho y la agenda pública del ex Presidente Fox. Aparte de protagonista política, Marta lo ha sido del escándalo y la sospecha a través del actuar de sus hijos. Antes de ella, en la historia moderna, dos primeras damas cuyos esposos eran del PRI, destacaron en México. Primero Cecilia Occelli González, quien fue esposa de Carlos Salinas de Gortari hasta concluida su presidencia. La señora Occelli trabajó mucho en labores asistencialistas y fue ella la promotora del Museo El Papalote en la Ciudad de México, el primero de esa magnitud y especializado para niños. Hace algún tiempo autorizó a la escritora Rosa María Valles para escribir su biografía, “El Encanto de la Discreción, Cecilia Occelli”, fue el título y quizá la frase que mejor la defina. Alejada de los escándalos, de la política y del activismo, la señora Cecilia se remite a su vida y no a la de su ex marido. La otra Primera Dama en referencia es Nilda Patricia Velasco de Zedillo. Discretísima, los seis años se dedicó a educar en Los Pinos a sus hijos, a pasar las vacaciones en Mexicali o en Colima, de donde es su familia, y a no meterse en asuntos de gobierno, de política o – como escribiera Catón- cosas peores. Seria, Nilda Patricia se involucró con el voluntariado del DIF para apoyar a las familias que lo perdieron todo o casi todo, en el paso de huracanes, ciclones y otros desastres naturales por México, que en el sexenio de su marido, Ernesto Zedillo Ponce de León, el más terrible fue el caos dejado por el huracán “Gilberto” en 1997. Velasco sería, hasta la actual Primera Dama, la última priista en Los Pinos. Después de Marta Sahagún siguió la mujer de Felipe Calderón Hinojosa, Margarita Zavala. Quizá la más políticamente correcta y socialmente comprometida con sus causas y su género. Antes que su esposo ganara la Presidencia de la República, Margarita y Felipe llevaban una carrera de iguales. Los dos habían ocupado cargos públicos -ella fue asambleísta en el Distrito Federal y diputada federal-, ambos panistas de convicción y activos. Pero una vez en Los Pinos, Zavala se dedicó al DIF, al Voluntariado Nacional y a promover el desarrollo social para combatir los fenómenos de violencia contra mujeres y niños; atacar las adicciones y suscitar la convivencia y el desarrollo familiar. Muy activa en lo suyo, trabajadora, ha sido quizá la menos criticada precisamente por el evidente compromiso que tuvo con la sociedad que su marido gobernó durante seis años. Además se le recuerda por llevar siempre, en actos protocolarios, oficiales, inauguraciones, partidistas, sociales y familiares, un rebozo al hombro, símbolo de su mexicanidad. Y así llegamos al presente, donde la señora Angélica Rivera pasó de ser una estrella más del Canal de las Estrellas, a protagonista de telenovelas, a ser apodada “La Gaviota”, a ser vocera del Gobierno del Estado de México, a ser novia de un gobernador, esposa de candidato y hoy Primera Dama del país. Justo cuando sectores sociales comenzaban a percibir una inactividad en la Primera Dama, quien no se ha comprometido con el DIF, ni con el Voluntariado, ni con los afectados de explosiones o con las víctimas de la violencia, ni con los marginados, y su falta de apariciones públicas era ya un tema, la esposa de Enrique Peña Nieto hizo una de sus primeras apariciones en público sin su marido. Como Primera Dama, sola, acudió al Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México, pero no a inaugurar obra alguna, dictar conferencia o apoyar a una causa, sino para solidarizarse con los suyos, con su gremio de actores, en el funeral del histrión Joaquín Cordero. Ni hablar, los tiempos y las tradiciones cambian. Y la política también.

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