Con 19 exitosos festejos se dio fin, el 17 de febrero, a la temporada grande 2012-2013 en la Plaza México, coso máximo que permanecerá cerrado hasta julio, cuando arranquen las 12 novilladas que obliga el Reglamento Taurino vigente en el Distrito Federal. En la corrida del brillante colofón se lidiaron ocho toros de las dehesas de San Diego de los Padres (1853, ganadería madre), blanco y rojo; Xajay (1923), verde y rojo; La Soledad (1977), morado y celeste; Campo Hermoso (1982), morado, blanco y rey; Marrón (1986), marrón, verde oscuro y naranja; Barralva (1989), celeste, canario y rosa; además de Los Encinos (1990), verde, rosa y azul; siendo dos de estos últimos para Pablo Hermoso de Mendoza. Haciendo honor a su linaje, destacó “Centinela”, número 857, de 488 kilos, cárdeno claro, bragado, meano, caribello y cornivuelto, de San Diego de los Padres, al que Spínola (burdeos y oro) saludó con gaoneras y banderilleó, dejando dos pares al cuarteo y uno al quiebro. Empezó su trasteo de rodillas en el centro del redondel. De pie la vitolita, varias series de derechazos y naturales que fueron coreados efusivamente. El ejemplar tenía bastante transmisión, así como el matador de agradar, realizando una faena emotiva y de manera particular de calidad, ejecutando el circurret (creación de su suegro, “Curro” Rivera) y la dosantina, en un ejercicio lleno de entrega y pundonor, culminado de estocada para cobrar merecida oreja. “Centinela” demandaba honores que no recibió, en tanto Fermín Spínola, exhibió el mármol de su valor y lo más importante: que con sus buenas hechuras ha logrado romper el hielo con los públicos, una vez que es catalogado como diestro técnico y en consecuencia frío, pero siempre llega el momento que comulgan toro, torero y público, entonces surge la magia. Ése ha sido el mérito de Spínola, en este renacer de su carrera. La algarabía que imperó en el embudo de Insurgentes, contrastó con el luto que lleva la Fiesta por el deceso del cronista en la materia, Francisco Lazo. Alejandro Talavante aprovechó que tiene el público a su favor y que todo le celebran, por lo tanto se dedicó a hilvanar el toreo a su estilo, que no por eso deja de ser valiente y puro, aunque un poco arrebatado, haciendo suyas las célebres arruzinas. Mató de estocada defectuosa y le regalaron el rabo 128 en la historia de la Plaza México, mismo que ante el repudio general no aceptó, devolviéndoselo al alguacil. A eso se le llama vergüenza torera. Por cierto, a su subalterno, Fernando Plaza, lo cubrió el manto de “La Providencia” de una mortal cornada, al no acertar su llegada al burladero y ser un peón muy alto y pesado. A Pablo le correspondió “Quijote”, quien saltó al callejón, sorprendiendo a los monosabios César Sánchez y Adrián Pérez, sin consecuencias. Con excelente monta, a Hermoso se le reconoce los terrenos que hace pisar a sus cabalgaduras. Le regalaron dos orejas, ocasionando abucheos. El caballista ni se inmutó y recorrió el anillo como si estuviera sordo. “Quijote”, de Los Encinos, mereció arrastre lento. Es diferente el Toreo a pie que a caballo, porque el toro para rejones no humilla, y en la lidia ordinaria, es una obligación. Por otra parte, el mérito de Víctor Mora (verde pistache y oro) fue el brindis al multimillonario Carlos Slim. Ningún torero que se precie de serlo, tiene justificación de quedar mal, hay que recordar que primero fueron niños toreros, que pasan su vida en el campo, luego son becerristas, enseguida novilleros y posteriormente matadores. Y lo que bien se aprende, no se olvida. arruzina@gmail.com