La fiesta es ahora global y no regional. En la búsqueda de importaciones y exportaciones, el ganado bravo ha transitado en un mar de prohibiciones, y hasta la fecha sigue el freno, por la desmedida burocracia, falta de visión y exageradas regulaciones sanitarias. Hace más de treinta años fue una corrida completa de Mimiahuapam a España. En 1899, Antonio Llaguno (San Mateo) logró traer ganado de Europa, y el último que lo hizo en noviembre de 1996, fue Eduardo Martínez Urquidi (Los Encinos). Lo demás ha sido a través de semen, afortunadamente con buenos resultados, incluso en México ya hubo hasta un toro que fue clonado en un laboratorio canadiense para reproducir embriones. Se trató de “Salamero”, propiedad de Manolo Martínez e indultado por Manolo Mejía el 27 de noviembre de 1994 en la Plaza México. Luego lo compró José Manuel Fernández Castañeda, dueño de El Rocío. Por ello se garantiza que el toro mexicano puede acceder fácilmente al mercado internacional. Son infinitas las posibilidades para el desarrollo de la crianza del toro en nuestro país, donde los ganaderos pretenden un ejemplar que igualmente se pueda lidiar en México, España, Francia y Sudamérica, y que su camada interese. Los aficionados disfrutan las corridas de abril a octubre en Europa, y de noviembre a marzo en México y Sudamérica. Los toreros mexicanos están acostumbrados a lidiar tres o cuatro diferentes encastes y embestidas. Hay toros, plazas, toreros, ganado, afición y ambiente que obliga al ganado azteca a concurrir a los mercados internacionales, y así entrar de lleno a la globalización. Para ello es menester apoyar a los hombres que en el campo dedican su vida y capital a la crianza del toro. Los espadas españoles y franceses vienen aquí a gozar del toro mexicano para torear con sentimiento y temple que no permite el fiero ganado español, a esa sangre le falta un refresco mexicano que de sobra ha demostrado sus cualidades en fuerza, codicia, movilidad, aunado a la raza y casta. No hay faena que encuentre respuesta en los tendidos y que haga palpar el miedo y peligro que conllevan a la emoción. Si a esto se agrega al animal, clase y recorrido, se logra la toreabilidad, que no es otra cosa que seguir los giros de la pañosa. La Plaza México muchas veces se llena solo con que el cartel despierte una ilusión, y la actual pujante empresa no escatima en combinaciones, publicidad y, particularmente, oferta temporadas de 20 o más festejos. En tanto los ganaderos buscan afanosamente recuperar la raza y la casta perdida en las décadas setenta y ochenta, cuando las figuras exigieron un toro más dulce. Los ganaderos mexicanos actuales tratan que sus pupilos mejoren su salida, evitando que sean abantos, sueltos y sin fuerza. Intentan las embestidas largas, repitiendo con celo en la suerte de varas, que acudan a galope al caballo, que acepte las puyas con fijeza, creciéndose al castigo, que empuje con los riñones y con los pitones clavados en el peto. Cierto que esta escena debe ser en todas las plazas la regla, y no la excepción. El conjunto de dicha acción resulta hermosa y pinta al toro de cuerpo entero. Si José Antonio Llaguno, dueño de San Mateo, José Julián Llaguno y Torrecilla logró lo que logró con 16 vacas y dos toros, que se convirtieron en seis líneas ganaderas, se puede hacer todo. Y ahí se tiene el ejemplo. El banco genético de nuestro país se centra en cinco grupos o lotes de refresco y de nuevos encastes. Del año 40 al 50, se podía disfrutar de los Saltillos de San Mateo y Piedras Negras, los Parladés de La Punta y los Murubes de Pastejé. La promoción de la Fiesta y en la defensa de sus valores más genuinos, se centra en la integridad de su protagonista, el toro, al que no se le puede comprometer el futuro, ni mucho menos apuntarle al corazón. Hay quienes en su contra quieren imponer su voluntad, conveniencia o ignorancia, y ven a la Fiesta sin verla, o lo peor, sin conocerla. A lo largo de la historia, en las ganaderías todo proceso selectivo ha ido vinculado de modo permanente a la evolución del Toreo, y ésta siempre ha sido marcada por los toreros de época. En su tiempo, Juan Belmonte indujo la primera revolución en el comportamiento del toro y sentó la directriz de la modernidad, fue entonces cuando el toro empezó a perder su nativa fiereza, pero mejoró en sus efectos. Otro punto por tratar es la controversia de quienes afirman que las corridas por televisión no se sienten. Tal vez se sienten más, porque se encuentra el espectador en la tranquilidad de su hogar. Con la actual tecnología, hay cámaras hasta en el piso y en cualquier rincón, lo cual permite observar al toro a plenitud. La función del público en una plaza es actoral, el público condiciona al Toreo, lo calienta, enfría, impulsa o destruye. Lo determina de manera decisiva, su diálogo constante durante la lidia va premiándolo, censurándolo, afirmándolo y, cuando el arte de torear alborota, el clamor le pone su matiz. La televisión es una milagrosa capacidad informativa, y una oportunidad de asistir a citas donde se pasea la muerte, en aras de un atinado muletero. La muerte se encuentra invitada todas las tardes, pero el día que asiste, no hay parámetros, en salvaguarda existen tan excelsos médicos que los toreros logran salvarse, derrumbando la trillada frase que los matadores quieren morirse en una plaza. Eso, hoy es casi imposible, como no lleven una pistola fajada. Morir en un ruedo es una gloria; una gloria que muy pocos obtienen. arruzina@gmail.com