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martes, octubre 1, 2024
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Tijuana, su segundo hogar

Hace 44 años que Oaxaca la vio nacer, pero en el último lustro, Tijuana se le ha clavado en el corazón. Con influencia norteamericana por sus estudios musicales en Nueva York y de idioma en Los Ángeles, California, su condición de mujer fronteriza la atormentó durante una época. Sentirse traidora a sus raíces fue el auto flagelo del que se desprendió conviviendo con tijuanenses, durante sus continuas visitas a la zona. Por eso, el sábado 20 de octubre, las palabras de agradecimiento sobraron entre canción y canción. Lila Downs estaba en la que también considera su tierra, y venía dispuesta a apapachar a los habitantes. “Tijuana es mi segundo hogar, después de Oaxaca tengo a Tijuana. Aquí me pasan muchas cosas que a mí me encantan, con las que me identifico mucho. Más ahorita que estamos en una renovación en muchas partes de nuestro país, especialmente aquí. Es una reinvención de nosotros mismos”, declaró la cantante a  ZETA.  Treinta segundos de palabras que expresó entre su salida del Hotel Nelson hasta el escenario postrado en plena Calle Primera de la Avenida Revolución. Allí, los destellos en su cuerpo pasaron a segundo plano, ante el brillo de su sola presencia. De corsé con falda corta y cola amplia bordada en tonos morados y azules, cabello recogido con girasoles de adorno y tacones altos, el torneado cuerpo moreno de Downs apareció pocos minutos antes de las 8:00 pm. Alrededor de 2 mil 800 personas la esperaban arremolinadas de acera a acera, en la cuadra que no rebasó sus límites. “Mezcalito” abrió el repertorio para ver a Lila pasear en el entablado con una botella del licor en la mano, que además del baile, pronto le quitaría el frío. La suerte contraria sería para los presentes, que estando al aire libre sin un techado, aguantaron las constantes lloviznas y el aire fresco. Pero nada de eso pareció importarles con tal de escuchar la poderosa voz de la oaxaqueña. “Tu Cárcel”, “Los Pollos”, “Fallaste Corazón”, “Zapata se Queda” y “La Reina del Inframundo”, prosiguieron en el espectáculo que mostraba dinamismo, gracias a que la intérprete cambiaba sus complementos en vestimenta y pasaba de un rebozo rosa a un sombrero vaquero en color blanco. La noche, como ella lo había dicho en sus primeras canciones, era una celebración a la identidad en su plenitud. La que conjuga lo americano con lo mexicano, los “Pecados y Milagros”, las alegrías y las penas. La sanación: “Tijuana es una ciudad tan importante como la sangre que corre por mis venas, porque aquí yo también me acepté a mí misma”,  prosiguió la artista para uno de los momentos cumbre con “Cucurrucucú Paloma”. “Palomo del Comalito”, donde se ejecutó el güiro y “Dios Nunca Muere”, en la que lució como una completa tehuana, antecedieron a “Vámonos”, homenaje a José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas. “Ustedes son mi milagro, bendita Tijuana”, expresó Downs en la emotividad del momento que cerró con “Pecadora”, “La Cumbia del Mole” y “Cruz de Olvido”.   Pecó de diva y se reivindicó   Programado para las 7:00 pm, el concierto gratuito de Lila Downs en el centro de Tijuana se retrasó por alrededor de una hora. Con gente esperándola puntualmente, la cantante no daba señal de pronta presencia. A decir de Ava Ordorica, miembro organizador de Festival Interzona, desde el jueves 18 la cantante había llegado a la ciudad, pero no contestaba el teléfono, correos o mensajes. Lo único que sabían de ella era lo que su personal les hacía llegar. “Estamos lamentando haberla traído”, diría Ordorica entre su ir y venir por solucionar que una de las plantas de luz se había quedado sin diesel, afectando momentáneamente la proyección de imágenes en la pantalla del escenario. Y efectivamente, hablar con Lila era toda una odisea que implicaba someterse a la arrogancia del staff y el maltrato de los guardias de seguridad, con todo y que ella diera el visto bueno a una charla. Quizá por ello su opción fue ampliar a más de una hora su canto, saliéndose de lo programado al entonar de regreso piezas como “Naila” y “La Llorona”. Casi una hora y media después de culminada su participación, ZETA tuvo oportunidad de entrevistarla, recluida en una habitación arrinconada del cuarto piso del Hotel Nelson, donde bebía vino y platicaba con algunos amigos. Se le cuestionó sobre su responsabilidad extra en el canto, luego de que la recién fallecida Chavela Vargas, la nombrara su heredera, a lo que contestó: “¡Ay, Dios! Yo creo que ella tenía su opinión y el respeto de todo el público, pero también yo creo que el público decide las cosas. A ella le gustó lo que nosotros hacemos y se identificaba un poco con mi historia”. En un tono menos formal, a sus allegados ya les había dicho que eso se debía a que Chavela “era muy mañosa”, pero a la vez auténtica en su carrera, como pocas personas en la actualidad. Catalogó de grave el pronunciamiento que hizo en vida “La Chamana”, pero complementó: “A veces me puse a pensar qué le llamaba la atención de mí, y también se lo pregunté. Le dije: ‘¿Y Usted qué onda, por qué le caímos bien?’. Y me dijo: ‘Fíjate Lila que yo me perdí en el alcohol en una época de mi vida, y fui al estado de Morelos y ahí una familia indígena me adoptó. No me preguntó nada y no me pidió nada. Me ayudaron hasta que yo me levanté, y yo le debo mi vida a la raíz indígena, que me hizo saber’. Siento que por ahí era la conexión, y también porque yo me he sentido al margen”. Coincidir en que a través del canto también se pueden criticar los males de la sociedad, como lo es la hipocresía hacia la propia cultura y el mestizaje, terminó siendo el hilo conductor entre ambas que, llevadas por el misticismo de las raíces indígenas, lograron sanarse en el aspecto personal. Chavela Vargas librando su mala racha con la bebida y Lila Downs aceptando su infertilidad. Una trascendiendo en los cielos, y la otra siguiendo su legado en la tierra. 

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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