Para muchos los 15 años fue una edad de primeras veces. El primer día de preparatoria, el primer trabajo, el primer amor. A los 15 años Carlos cometió su primer asesinato. “Yo me crié entre pandillas; todos mis primos son cholos, he sido sureño desde que nací”. Las calles del sur de California fueron su escuela criminal y tenía muchos profesores que le enseñaron a pelear por su barrio, ganar dinero fácil, respetar y obedecer a los jefes. Aprendió a delinquir pero nunca a trabajar. Su madre no estaba en casa para educarlo, vivía en Tijuana y la visitaba muy de vez en cuando. Fue durante una de esas visitas cuando cometió el homicidio. Asumió otra identidad y se regresó a Los Ángeles, desde entonces fue un hombre buscado por la justicia mexicana y permaneció prófugo cinco años hasta que lo detuvieron. Había venido a visitar a su mamá. Ahora se encuentra recluido en el Centro de Diagnóstico para Adolescentes. Ha cumplido la mitad de su condena de seis años y podrá salir libre cuando cumpla los 26, pero el homicidio lo llevará toda su vida en el rostro plasmado en un tatuaje de tres puntos debajo del ojo simulando una lágrima. Un punto por cada palabra: mi vida loca. Aun internado no está alejado de las pandillas, su vida ahí adentro se sigue desenvolviendo alrededor de las bandas. Juan Enrique Méndez, director del Centro, calcula que entre una población de 278 internos el 80 por ciento pertenece a una pandilla de barrio. Ahora Carlos pertenece a la Pandilla 13. Pero él no es un interno promedio, se le presta atención especial, no solo porque tiene 23 años, cometió un crimen violento y pertenece a una de las pandillas más grandes de Estados Unidos, sino porque pasó tres años recluido en la penitenciaría de La Mesa mientras se resolvía el complejo proceso judicial de comprobar su verdadera identidad. A pesar de ser mayor de edad cumple su condena en el Centro porque su delito lo cometió cuando era menor. Este tipo de situaciones complican el ambiente en el Centro. Algunos jóvenes llegan muy influenciados por lo que vivieron en la prisión para adultos, donde por su protección se ven orillados a incorporarse a una de las pandillas carcelarias. “Aquí tenemos riñas con los de la (Pandilla) 18, son nuestros enemigos”, dijo otro interno, que al igual que Carlos pertenece a la Pandilla 13. “Nos agarramos en los pasillos cuando bajamos al comedor”. El joven aseguró que la mayoría de las peleas inician cuando algún pandillero insulta o le roba algo a un rival. “Aquí como en la calle tienes que brincar (pelear) por tu barrio, no los tienes que dejar abajo”. Un robo con violencia es el motivo por el que este interno pasará 15 meses encerrado, los cargos incluyen la agravante de pandillerismo. Éste es el segundo delito más común en el Centro para Adolescentes, superado solamente por el robo a domicilio. El robo de vehículo ocupa el lugar número tres, los homicidios el cuarto y en quinto lugar los delitos contra la salud, en particular el narcomenudeo. Ésta es la segunda ocasión que lo detienen robando. A los 13 años cometió su primer asalto acompañado de otros pandilleros, “en bola”. Había participado en más de 15 asaltos cuando fue arrestado por primera vez. Se le impuso una condena de 15 meses en el centro para menores y salió libre, sintiéndose reformado y motivado para seguir estudiando y entrenando box. Su madre lo motivó para que entrenara y se disciplinara en el deporte, pero el regresar al mismo ambiente y con las mismas amistades lo llevó de vuelta a las drogas. Consumidor desde los 13 años, comenzó fumando marihuana, de ahí los solventes, las pastillas y finalmente las metanfetaminas. “Yo siempre he puesto todo lo que puedo pero algo me domina y me vuelvo a destrampar y a robar o asaltar”, atestigua el adolescente, empuñando la mano derecha, con la que antes noqueaba a los rivales y que ahora lleva un tatuaje de la Santa Muerte, su protectora. “Creo que por algo Dios me dio este castigo, para que vuelva a agarrar el rollo”, dijo el joven Delincuente reincidente. Alrededor del tres por ciento de los liberados vuelven al Centro para Menores. “Son ellos los que nos hacen preguntarnos ¿qué estamos haciendo mal?”, cuestionó Méndez. Una de las propuestas del Director es ampliar los cursos de capacitación laboral que actualmente imparte a las internas el Instituto Municipal de la Mujer para integrar a los internos. También desea colaborar con la Universidad Pedagógica Nacional para llevar talleres artísticos como teatro y música. “Esas clases son muy buenas, porque te ponen a hacer dibujos para que expreses lo que sientes y te imagines”, expresó otro interno, un miembro de la Pandilla 18, que cumple una condena por el delito de robo con violencia. Lo que también lo motiva a cambiar son los testimonios de rehabilitación de las drogas y pandillas que algunos ex presidiarios comparten con ellos los fines de semana, en su mayoría afiliados a grupos religiosos. “Lo que ellos pasaron nosotros lo estamos pasando y nos están diciendo que no hagamos lo que ellos ya pasaron porque ellos terminaron mal, con balazos y todo eso”, sostuvo el Muchacho, confiado en el cambio que ha experimentado en su tiempo de reclusión. “Mi barrio siempre va a ser mi barrio, pero ya no quiero andar con la pandilla, porque eso no te deja nada bueno”. Pero no todos son tan optimistas. Para el joven boxeador el futuro no es tan prometedor. “He pensado que voy a salir a lo mismo, mi pandilla siempre va a estar conmigo, aquí la traigo tatuada y siempre voy a tener que brincar por ella, no hay vuelta atrás”. En Tijuana el 80 por ciento de los menores delincuentes son pandilleros. Roban, venden droga y asesinan porque no pueden o no quieren estudiar ni trabajar. Delinquen para ganar dinero, mantener sus adicciones o por lealtad a su barrio. Sus crímenes son lo único que los hace destacar; su agresividad, la única manera de hacerse respetar. Solo conocen las agrupaciones delictivas, porque ninguna asociación ciudadana ni de gobierno ha llevado deporte, educación o arte a sus colonias. Para algunos su única posibilidad de abandonar las pandillas es estando tras las rejas, porque ni en sus casas ni en la calle hay un buen ejemplo de vida a seguir. En el mundo existen muchas estrategias exitosas para reformar a los adolescentes pandilleros y prevenir que menores en situación de riesgo caigan en el ciclo de adicción, crimen y violencia, pero en Tijuana ese tipo de proyectos sociales apenas despegan. Problema local, solución internacional El crecimiento de los cárteles de la droga en América ha transformado a las pandillas callejeras en la principal red de distribución de droga. Los pandilleros, adolescentes socialmente marginados, inadecuadamente educados y con pocas oportunidades de desarrollo, son ahora el último eslabón de estas lucrativas empresas criminales que se extienden y emigran hacia otros países. Al ser un problema internacional, es necesaria una solución compartida entre las naciones involucradas. El Gobierno de Estados Unidos, país que consume la mayor cantidad de drogas y exporta la mayor cantidad de armas en el continente, mantiene dos grandes proyectos internacionales de combate al narcotráfico y el crimen organizado: la Iniciativa Mérida, tratado de seguridad signado con el Gobierno de México, y la Iniciativa Regional de Seguridad para América Central (Carsi). Durante su reciente participación en el seminario Drogas, Pandillas Adolescentes, Crimen y Violencia organizado por el Instituto de las Américas de San Diego, el ex embajador de Estados Unidos en Colombia, William Brownfield, habló sobre los dos frentes de acción. Por un lado una estrategia reactiva, equipando y entrenando a las policías locales; compartiendo información de inteligencia sobre las actividades delictivas de los pandilleros, e implementando programas de vigilancia comunitaria. Al mismo tiempo el programa Educación y Entrenamiento para Resistir las Pandillas, que ha llegado a 12 mil estudiantes centroamericanos fomentando el aprendizaje de oficios y actividades productivas para conseguir un trabajo en sus comunidades. “Los adolescentes no se unen a pandillas por predisposición genética a ser criminales, lo hacen porque a su edad ven que las pandillas les ofrecen las mejores opciones de vida”, explicó Brownfield, quien funge como Secretario de Estado adjunto de la Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos de Estados Unidos. El estadounidense enfatizó que para ser efectivos en la prevención, miembros de las pandillas rehabilitados, deben involucrarse en este esfuerzo. Uno de los participantes del seminario, el activista peruano José Ignacio Mantecón, puede corroborar la efectividad de integrar a pandilleros rehabilitados a prevenir que las nuevas generaciones cometan los errores que ellos ya cometieron. “¿Quiénes mejor que ellos saben qué es lo que necesitan estos niños para no repetir ese círculo de violencia y de muerte?”, cuestionó el veterano de 18 años de trabajo en El Agustino, una barriada de 180 mil personas de la ciudad de Lima, Perú. Mejor conocido como Chiqui, el sacerdote jesuita considera que existen tres necesidades universales de los adolescentes: educación, trabajo y tiempo libre. Sin embargo todos los jóvenes son diferentes, por ese motivo precisa que “ellos mismos son quienes tienen que decir qué es lo que necesitan”. Años atrás se inició en El Agustino un programa de educación alternativa no escolarizada para que los adolescentes estudiaran la primaria y secundaria, así como talleres de capacitación laboral con una bolsa de trabajo para los egresados. “Más de 120 muchachos se integraron y convivieron entre ellos, incluso entre antiguos rivales que se habían querido matar. Les interesaba tener un trabajo y eso rompió la lógica de violencia que existía”, señaló Mantecón. Además de los programas de estudio y trabajo, el fomento al deporte es una de las mejores estrategias para combatir el pandillerismo; ayuda a relacionarse mejor con la autoridad, a respetar las normas, desarrollar disciplina, aprender a trabajar en equipo, a manejar el coraje y a superar la frustración ante la derrota. El arte y la cultura son dos elementos formativos comúnmente relegados en la prevención, pero los resultados suelen ser positivos. Esto lo sabe muy bien otro de los participantes del Seminario, Francisco Lima. Mejor conocido como “Preto Zeze”, Lima es el presidente de la Central Única de las Favelas (CUFA), una agrupación juvenil formada la afamada Ciudad de Dios de Río de Janeiro, uno de los barrios más violentos y de mayor marginación social de Brasil. A través actividades culturales, artísticas y deportivas atractivas para la población juvenil como el futbol, basquetbol, graffitti, rap y break dance, CUFA intenta transformar el estigma del pandillerismo en acciones “positivas y carismáticas, para así poder hacer un diálogo con el mundo externo”, sostuvo el Activista. Consciente del potencial de la juventud bien encauzada, Lima asegura que los adolescentes tienen capacidad para hacer todo lo que se propongan, “pero nos hace falta tener conocimiento y principalmente entrar en su corazón”. Tijuana: escasa prevención del pandillerismo En materia de prevención del riesgo de pandillerismo entre los adolescentes, Tijuana aún tiene mucho camino por recorrer. La unidad especializada de Prevención del Delito de la Policía Municipal, creada hace seis años, es una de las pocas entidades de gobierno dedicadas a este trabajo, y aunque han diversificado sus estrategias desde pláticas preventivas hasta operativos de detección de drogas en las escuelas, son una unidad relativamente pequeña para las necesidades de una población de más de un millón y medio de habitantes. Una de las estrategias con mejores resultados son los denominados Operativos Mochila, mediante los cuales detectan droga u objetos prohibidos como latas de pintura o armas en las aulas de secundaria de la ciudad. Estas acciones se realizan previo análisis de los directivos de cada plantel y con el consentimiento de los padres de familia, la participación de ambos es clave para crear conciencia en los adolescentes de los riesgos del consumo de drogas y las pandillas. Otro de los proyectos que ha logrado cambios positivos en la comunidad es el programa Patrulla Juvenil, que integra a niños y adolescentes en situación de riesgo a actividades deportivas, de educación vial y de trabajo comunitario, mediante los cuales se refuerzan los valores cívicos y humanos, además de que les brindan a los participantes un sentido de pertenencia y orgullo que los mantienen alejados de las pandillas. Sin embargo es mediante una participación más activa de los padres de familia y de la sociedad en su conjunto como la verdadera prevención tendrá efecto. Para la titular de Prevención del Delito, Lot Priscila García, la clave siempre será la comunicación.