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domingo, abril 7, 2024
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La fina ironía de David Toscana

David Toscana no pierde el sentido del humor negro ni entre la muerte. Precisamente, con un tono irónico plasmado en su más reciente novela, el narrador norteño (Monterrey, 1961) trae de Varsovia a México “La Ciudad que el Diablo se Llevó” (Alfaguara, 2012). Además de la Feria Internacional del Libro de Monterrey y la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el narrador regio hará escala en Tijuana para presentar su obra el 1 de noviembre, a eso de las 7:00 de la noche, en el marco del Festival de Literatura del Noroeste (FELINO) que organiza la Gerencia de Literatura del Centro Cultural Tijuana. David Toscana explota inteligentemente el humor negro en su novelística donde abunda la muerte y condiciones humanas como la miseria, la soledad, la devastación: “Santa María del Circo” (Plaza y Janés, 1998),  “Estación Tula” (Sudamericana, 2001), “Lontananza” (Sudamericana, 2003), “Duelo por Miguel Pruneda” (Plaza y Janés, 2003), “El Ejército Iluminado”(Tusquets, 2007), “Los Puentes de Königsberg” (Alfaguara, 2009) y “El Último Lector” (Alfaguara, 2010). Su obra le ha merecido reconocimientos como José María Arguedas, Antonin Artaud, Colima y José Fuentes Mares. Obviamente, “La Ciudad que el Diablo se Llevó” no está exenta de ironía aún entre la muerte y decadencia de la Varsovia recién ocupada por los nazis. Entre el oprobio de la Segunda Guerra Mundial, David Toscana no solamente entreteje las historias de un padre, sepulturero, novelista y un comerciante, sino que recurre a la fina ironía para reflexionar en torno a la condición humana sin llegar a ser grotesco, sin perder la elegancia en su escritura, sin llegar a ser ofensivo de la desgracia ajena. Antes de presumir su novela en Monterrey, Tijuana y Guadalajara, el narrador también considera un lapso para conversar con ZETA en torno a su obra. Para empezar, el narrador confiesa a este Semanario que por motivos personales el destino lo llevó en 2008 de Monterrey a Varsovia. Aquella ciudad, al igual que el norte mexicano en sus primeras novelas, ha determinado el rumbo de su narrativa. De hecho desde Varsovia, entregó a Alfaguara en 2010 “Los Puentes de Königsberg” y en 2012 “La Ciudad que el Diablo se Llevó”. “Más allá de vivir allá, Varsovia es un terreno muy natural para mis historias: Me gusta hablar de muerte, de decadencia, de destrucción”, expresa a este Semanario a propósito de su reciente novela. Cuenta a este Semanario que Varsovia le pareció fascinante tanto que empezó una inevitable indagación que lo condujo a “La Ciudad que el Diablo se Llevó”: “Empecé a investigar mucho la historia de este lugar a través de historiadores, pero sobre todo a través de gente que había dejado escrito sus memorias, para poderme ambientar y crear una historia fantasiosa que tiene como escenario real la Varsovia de guerra, cuando estaba prácticamente toda destruida, y entonces me interesó mucho contar esto, cómo se habita una ciudad destruida”. Se le plantea a Toscana que en la “Revista Comala” expresó a Rubén Eduardo: “Mis novelas nacen de una vaga idea que tengo que explorar, que hay que encontrar una historia que la interprete, en el caso de Königsberg es la historia de dos ciudades que se llaman prácticamente igual. En ‘El Último Lector’ me pregunté qué pasaría si hubiera una biblioteca en Icamole”, por lo se le pregunta cuál fue la premisa o la idea que se planteó antes de emprender la escritura de “La Ciudad que el Diablo se Llevó”: “Desde el primer día que llegué a vivir a Varsovia me topé con que había muchas placas conmemorativas en los edificios que decían: ‘en este lugar se ejecutaron 7 polacos por parte de las fuerzas nazis’; ‘acá a mataron a no sé quién’, ‘por acá mataron a no sé cuántos’. Ante la ineludible catarsis, emergieron las primeras líneas de la novela: “Y entonces, surgió la primera frase, que pensé que iba a ser la primera frase de la novela: ‘En Varsovia hay muchos muertos’. A partir de esa idea empecé a investigar esta parte de la ciudad, caminé por las calles donde todavía se nota la destrucción que se generó hace más de 60 años. Pensé que ésta iba a ser la primera frase de la novela, al final, cambió; comienza con una idea parecida donde un personaje habla de que en Varsovia hay muchos cementerios”. El narrador norteño explica cómo es que su residencia está presente en su escritura: “Siempre había escrito sobre el norte, sobre mi entorno y ahora resulta que el que había cambiado era mi entorno, entonces, ¿cómo hacer para que esta ciudad fuera mía?, para poder narrarla sin la visión de un turista o de un recién llegado. “Lo primero –consideró–, era cambiar, por decirlo, de patria literaria y segundo ver hasta qué punto esta sensibilidad mexicana, esta forma que tenemos para contar cosas desacralizándolas, podía ser compatible con una de las historias más trágicas de la humanidad, una historia que nunca se ha visto con ironía, hasta que todo este sentir mexicano podía adaptarse a esta historia”. La ironía no se desprende de Toscana: “Siento que de algún modo tengo una forma ya más o menos hecha de ver el mundo, y la ironía como modelo es característica escritural que no me la puedo quitar de encima; no como una decisión, sino una forma natural de desplazarme”. — ¿Cuáles son los riesgos del humor negro al tratar temas relacionados con la condición humana como la muerte tanto que los resultados en los lectores son la risa o la tristeza? “Siempre he pensado que el humor negro es una especie de cuerda floja donde uno se puede ir hacia un lado o ir hacia el otro. Como escritor me toca poner la mitad de los ingredientes y la otra mitad la pone el lector. Que un lector se ría o no a veces habla más del lector que del propio texto, porque en esta y en otras novelas me he topado con esta situación: que alguien me dice que no para de reír y otra me dice que se deprimió”. — ¿Cómo fue el proceso de construcción de los personajes  teniendo como hilo conductor la ironía? “Ya que elegí los personajes, hay ciertas cosas que de pronto tenían que entrar por cuestión de historia, por ejemplo, está el padre: Una cuestión que siempre se ha preguntado sobre el rol de Polonia en la Segunda Guerra Mundial es qué pasaba con la Iglesia, si la Iglesia era antisemita o no, que si el Papa pudo haber hecho más por los judíos o simplemente optó por el silencio. “No tengo un esquema. Los escritores que van a las universidades a estudiar la escritura creativa en Estados Unidos sí les enseñan mucho cómo se modela un personaje, cómo caracterizarlos; yo funciono por mera intuición, no tengo una lista de atributos que quiera dar a un personaje, sino que poco a poco lo voy modelando durante la novela, casi no describo al personaje, y dejo que el lector lo vaya conociendo según lo que hace o dice, sin necesidad de describirlo sicológicamente”. — ¿Por qué en “La Ciudad que el Diablo se Llevó” trabajas justamente con cuatro personajes?: El sacerdote, novelista, sepulturero y el comerciante. “Ésa es una pregunta muy difícil, complicada porque yo también me la hago, no solo eso sino que digo: ‘tengo estos personajes pero qué pasa si en vez de haber puesto al sepulturero pongo un zapatero, de pronto la novela cambia’. “No hay una respuesta verdadera a esa pregunta, es simple intuición, cada decisión que tomas crea olas hacia cierto sentido que cierra y abre puertas. Es como en el futbol: Te dan el balón, lo puedes pasar a un compañero a la izquierda o a la derecha, una decisión tan sencilla hace que todo el partido sea distinto. “Pasa lo mismo con la novela: Tienes que decidir, no hay modo de tomar la decisión correcta, no hay modo de tomar la mejor decisión, entonces tomas una que te parezca buena, atractiva, y a partir de ahí haces la novela. Por escribir esta novela así como la escribí dejo de escribir millones de posibilidades que tenía esta propia novela”. —Arguméntanos un poco sobre la estructura de “La Ciudad que el Diablo se Llevó”, donde las historias entrelazadas de los protagonistas se narran por capítulos muy breves, semejante a tus anteriores novelas… “Ya es una forma que siempre me ha gustado, desde mi primera novela hago ese tipo de cosas donde voy contando esas historias que a veces se toca, se entrelazan, a veces son independientes unas de otras, pero finalmente poco a poco voy agregando ingredientes para formar un caldo que tenga unidad. “Es una forma de la que no me he podido zafar. Creo que todas mis novelas están hechas así y me siento cómodo porque quizá como lector también me gustan los capítulos cortos que se van encadenando y se van tejiendo y como lector me da curiosidad para seguir leyendo”. —A pesar de que tu novela está narrada a partir de capítulos breves, también puede apreciarse una depuración en las frases y párrafos, cada vez más cortos, a diferencia de otras novelas… “Aquí quité los diálogos, las comillas, porque lo que me interesaba es que la novela tuviera el carácter oral, que sirviera tanto para leerse como para escucharse. “Y de hecho, las comillas, los paréntesis, los guiones, no son parte del lenguaje oral, son sólo parte del lenguaje escrito, los había quitado y la única diferencia que tengo ahora es que cada vez que habla uno u otro personaje hago un cambio de párrafo que antes no lo hacía, quizá para darle un poco más de claridad, por eso hay la sensación que los párrafos son más cortos. Sigo trabajando la lectura que funcione oralmente”. —Finalmente, ¿qué le interesa a David Toscana en términos del discurso literario a propósito de la reflexión incluida en tu última novela? “Cuando me pongo a escribir una novela quiero que cumpla ciertas cosas: Primero, quiero que la novela sea bella, y aquí cada quien va a tener una idea de qué es bella y qué no es, pero me interesa mucho trabajar la prosa, que la prosa tenga más allá de lo que está diciendo una extensión, que tenga una carga poética, que se utilice no solo como instrumento para contar algo, sino que ya de por sí la pura prosa sea significativa; me interesa mucho trabajar el lenguaje. “No me interesa tanto narrar historias en el sentido muy convencional como en las novelas policíacas donde hay un evento que se tiene que resolver; tiene que ser como la música: tiene que haber belleza, armonía, ritmo; así es como trato de componer las novelas, no como una historia que se tiene que contar, sino como un efecto que se tiene que provocar”.


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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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