Complicado se avizora el futuro bajo la presidencia de un hombre que genera los altos índices de rechazo social que sufre el priista Enrique Peña Nieto. Aunque con sus 19 millones 159 mil 592 sufragios, el candidato tricolor oficialmente obtuvo la mayoría, en términos llanos hubo otros 30 millones 985 mil 024 (67.7 por ciento) de mexicanos que emitieron su voto por un candidato distinto. Y son precisamente algunos de éstos los que bloquean casetas y realizan manifestaciones en las calles de México para evidenciar y cuestionar la validez del proceso electoral en el que resultó favorecido. Repudio que desde la campaña lo ha llevado a blindar y limitar sus actos públicos. Tal vez por eso decidió que lo políticamente correcto e inclusivo, al ser declarado “Presidente Electo” era “dar la cara” a través de la red de Twitter. Cual Justin Bieber y su nuevo tatuaje. “El TEPJF resolvió el último de los medios de impugnación interpuesto. Es momento de iniciar una nueva etapa de trabajo en favor de México”, fueron las palabras con las que el cíber-presidente decidió exhibir la personalidad, carácter, el oficio político y el arrojo del hombre que dirigirá los destinos del país durante los próximos 6 años. Debió ser precisamente este desprecio público y la división de opiniones alrededor de sus capacidades, competencias y autoridad lo que dio origen al eslogan “Juntos hacia adelante” que está usando en este período de transición en busca de aceptación y como inicio del proceso de cicatrización. Sin embargo, el haber recibido su constancia, de manos de dos de las instituciones con autoridad moral más cuestionada del país, como son el Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral Federal que junto a la FEPADE recibieron y prácticamente se gastaron, 18 mil 451 millones de pesos, en la jornada electoral de 2012, solo para regalarse al PRI, tampoco le ayuda a Peña. La justicia, la realidad, la limpieza de la jornada, simplemente no fueron materia de análisis, las autoridades electorales se quedaron en la forma y con votaciones unánimes engendraron su “verdad oficial” y legalizaron la suciedad que empañó las elecciones 2012, decididas por la compra de votos, el hambre y la pobreza. Este entreguismo también le juega en contra al presidente electo, porque es una probadita del absolutismo del viejo PRI, el autoritario, intolerante, corrupto, y vengativo, acostumbrado a controlar con dinero o manipulando la fuerza pública. En ese contexto el presidente Peña llega con una autoridad diezmada y presionado para legitimarse, como en su momento le sucedió al ex presidente priista Carlos Salinas de Gortari, quien arribó gracias a que a su correligionario Manuel Bartlett se le cayó el sistema de cómputo de votos en 1988. Para probar que representaba un priismo diferente –entre otras razones– el gobierno de Salinas apresó al líder del sindicato petrolero Joaquín Hernández Galicia “La Quina” y en Baja California, retiró de la gubernatura del estado a Xicoténcatl Leyva, cuya administración estaba señalada por ligas al crimen organizado. Pero acciones similares difícilmente serán ordenadas o tomadas por el electo Peña, dado que tendría que investigar y detener, por ejemplo a Jorge Hank –capturado y liberado– en junio de 2011 en posesión de 88 armas de uso exclusivo del ejército, sin embargo los peñistas le regalaron una diputación plurinominal a la esposa del empresario casinero investigado por el Gobierno de Estados Unidos. También resulta difícil imaginar a su procuraduría capturando a Tomás Yarrington, militante tricolor buscado también por los norteamericanos por el delito de lavado de dinero de los cárteles de la droga, quien al ser denunciado públicamente recibió todo el apoyo de actual presidente electo. Y si alguna duda quedaba, sostuvo en su equipo de transición a Luis Felipe Puente, justamente en la coordinación de “Diálogo y Seguridad”, a pesar de estar ligado a Pablo Zárate Juárez, coacusado en el caso del ex gobernador tamaulipeco. Con esos amigos y con la forma en que su equipo logró lo votos, resulta realmente difícil visualizar al emanado de las filas del grupo Atlacomulco como la cara de un nuevo PRI que no termina de aparecer, mientras el fantasma del viejo Partido Revolucionario Institucional remasterizado, no deja de generar angustias e incertidumbre. Cuando los empresarios mexicanos le hablaron a Peña del miedo a los dinosaurios tricolores, el hoy presidente electo les dijo que la muestra de un partido renovado sería que designaría como colaboradores a personas con “capacidad probada, honorabilidad y prestigio profesional”. De inicio, no cumplió en su gabinete de transición, porque integró a funcionarios cuestionados en su administración en el Gobierno del estado de México, como el ex Procurador, Alfredo Castillo, quien tardó demasiado días en encontrar el cadáver de la niña Paulette bajo el colchón de su cama: y a sus coordinadores de campaña quienes basaron su estrategia en la compra de voluntades y votos. Pero aclaró que no significaba que éstos serían secretarios, así que los mexicanos deberán seguir esperando por la cara de prometido nuevo PRI, por lo menos hasta el 1 de diciembre 2012, cuando Enrique Peña Nieto tome posesión.