Da la impresión que el Presidente Felipe Calderón Hinojosa atraviesa por un periodo de negación, o de plano, lo que pasa en realidad en México le tiene sin cuidado. De un tiempo a la fecha, al mandatario se le ve feliz, rozagante, optimista y dicharachero, más de lo normal, vaya. Y no se trata de tener un Presidente amargado ni taciturno, ni preocupado, cuanto menos enojado, pero sí se esperaría uno realista, consciente del momento y atento a los fenómenos que se viven y afectan al país. O el Presidente sabe algo que los mexicanos no sabemos, tiene alguna estimulación, o simplemente es indiferente a la cotidianeidad de los ciudadanos, de una población que vive sumida en un país que no los hace tan felices y les dificulta mucho salir adelante. Recientemente Estados Unidos reconoció otra desaceleración en su economía, lo cual significa que de manera inevitable, ello afectará a México (aún sin recuperarse del todo de la última), y por ende, a los mexicanos en general. Aparte de los gasolinazos mensuales, a los cuales es difícil acostumbrarse por más que se impongan de manera periódica, los mexicanos sufren las consecuencias de la sequía, no solo el maíz y la harina están en proceso de aumentar su precio, sino que otros productos del campo se han encarecido. A mitad de año, las empresas padecen problemas de flujo, la cadena financiera que inicia en la necesidad de servicios o productos, se ha visto mermada no solo ante la falta de empleo, sino de oportunidades en las universidades, y de una carencia económica que en el único sector donde no se manifiesta, es en el gubernamental. Ciertamente hay menos obra, por ejemplo, en Tijuana no pasan de bachear y rebachear, y en algunos y contados casos, de utilizar concreto, pero lo que no ha disminuido ni se ha visto afectado, es el presupuesto que mayoritariamente se destina para el pago de sueldos y salarios. La clase política es, como siempre, la clase privilegiada. Los nuevos ricos que se unen a los ricos de siempre, generados desde la iniciativa privada y a costa de la mayoría de los mexicanos. Esta difícil circunstancia quedó en evidencia con las compras de pánico que mexicanos hicieron con las tarjetas que -poco a poco se va demostrando- les dio el PRI a cambio de su voto; plásticos con cien, doscientos, quinientos pesos, con los que los ciudadanos compraron arroz, frijoles y verduras. La pobreza en México es una realidad que el Partido Revolucionario Institucional aprovechó para ganar una elección, y que Calderón no combatió de manera adecuada. Luego está el problemón de la inseguridad, causado por el crimen organizado, la trata de personas, los secuestros, la extorsión, el narcotráfico. Cientos de mexicanos dedicados al negocio ilícito contra otros mexicanos de bien. Hombres y mujeres, jóvenes, adolescentes y niños que ven en la siembra de droga la única salida para aprovechar tierras y tener dinero para subsistir. Hombres y mujeres que secuestran, matan y extorsionan, porque narcotraficantes les pagan semanalmente. Madres, padres que lloran la muerte de sus hijos, y que frustrados, entran a las cifras de la impunidad en México. Y de repente el regreso del PRI, la mejor prueba -allende la compra de votos- que la política del Presidente Felipe Calderón no fue la precisa para terminar con los problemas que aquejan a los mexicanos o por lo menos atenuarlos. El alza de impuestos, el dobleteo de impuestos, el aumento en los precios, la dificultad para adquirir propiedades, los rechazados de la Universidad, las protestas de los jóvenes, las manifestaciones de los indígenas, las exigencias de los maestros, el manipulado triunfo del PRI… Nada, nada de esto parece quitarle el sueño a Felipe Calderón Hinojosa. Cosa contraria: Por su actitud y discurso, el Presidente se ve inmerso en otro escenario al que nos encontramos los mexicanos todos. En el país feliz de Calderón hay menos muertos, menos ejecutados. No habla de impunidad, ni de efectividad para detener, procesar y juzgar a los asesinos, al ser información que no le resulta favorable en su discurso. Los narcotraficantes ahí están, los 2 mil 700 millones de dólares que generan al año y que se quedan en nuestras calles, ahí están. Las cruces también, las viudas, los deudos, la droga en la calle y los adictos distorsionando familias, sociedades. Pero nada de eso parece opacar o cambiar el discurso de Calderón. Insiste el Presidente en meter las manos por el PAN, para según recomponerlo, como si el partido y no el gobierno, fuera el único causante de la derrota. Con evidentemente tiempo de sobra en el gobierno, marcha dentro de las filas azules contra corriente. Otros panistas apoyan a Gustavo Madero, líder de ese instituto político, y Calderón va contra ellos. Gobernar sería mejor en estos momentos y en sus últimos meses, antes de entregarle al PRI lo que al PAN y a México le costó tanto arrebatarles: la presidencia de la República. Calderón sonríe, le canta “Las Mañanitas” a su esposa, felicita a deportistas, bromea con funcionarios y aduce cifras de disminución en términos de inseguridad que solo él y su equipo perciben y que pocos mexicanos viven. La mayoría de quienes integran esta nación, lo hacen desde el esfuerzo diario para sobrevivir en el México de la inseguridad, la pobreza, la recesión y la falta de oportunidad. Pocos, muy pocos viven en el país feliz de Felipe Calderón.