Hay quienes afirman que la corrupción en nuestro país es un mal endémico que se ha impregnado en nuestra cultura manifestándose en todos los extractos sociales, particularmente entre los políticos y los empresarios; frases como “la corrupción somos todos”, “el que no transa no avanza”, “político pobre es un pobre político” son aportes que México ha hecho al diccionario de la corrupción internacional. Se señala que la corrupción en nuestro país viene de lejos, que estaba presente en la sociedad precolombina y que la Malinche es el más claro ejemplo de corrupción y traición a su pueblo. En un afán justificatorio se arguye que la corrupción existe en todo el mundo, que históricamente ha existido porque el hombre es ambicioso por naturaleza y sucumbe fácilmente a la tentación del poder y el dinero; por ello, se dice, la necesidad de establecer leyes que regulen las relaciones sociales e impidan que las bajas pasiones humanas se apoderen de la sociedad y hagan funcional la administración pública. En esa lógica y para limitar los excesos de los gobiernos se establecen contralorías, leyes de la trasparencia, órganos de fiscalización ciudadana, etc. etc., pero el ingenio y la avaricia terminan por encontrar las formas de evadir la Ley, particularmente en los países con un andamiaje jurídico frágil e instituciones débiles, como en el caso de México en donde el trampeo y la corrupción se ha convertido en algo normal, que se manifiesta, en la administración pública y en un sector importante de la sociedad mexicana, particularmente en quienes más tienen. A la corrupción como flagelo inevitable, se contrapone la tesis de la corrupción como fenómeno de descomposición social que es posible erradicar. De ahí que aun y con los altos índices que tiene –a nivel internacional– nuestro país, no significa que toda la sociedad mexicana sea corrupta y que no haya resistencia a ese mal endémico, porque así como hubo y hay corruptos también hubo y hay quienes dieron sus vidas por defender sus principios e ideales; ahí está Cuauhtémoc, último emperador azteca, que aun y cuando lo torturaron jamás claudicó, sin importarle morir por una causa; o como Hidalgo, precursor de la Independencia ; Juárez, promotor de las Leyes de Reforma; Zapata, emblema de la Revolución, y otros tantos mexicanos que han sido ejemplo de integridad y honestidad. En el México actual (en medio de las más profunda crisis de valores que haya vivido la sociedad mexicana después de la Revolución) la clase política, particularmente la agrupada en el PRI y en PAN y algunos grupos empresariales y medios de comunicación ligados al poder, nos quieren vender la idea de que la corrupción es consustancial a nuestra forma de vida, por ello banalizan y ven como algo sin importancia la compra del voto y los actos ilegítimos y de corrupción promovidos previo y durante la elección del pasado 1ro. de julio. A pesar de todos los elementos de prueba que existen de la compra del voto y del uso desmedido de recursos, con la impunidad y el cinismo de siempre quieren hacer creer al mundo entero que la elección fue limpia, que ganaron en buena lid y que no hay elementos para su anulación, tal y como lo está pidiendo el Movimiento Progresista encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). A tal grado llega su desfachatez que ahora resulta uno de los tres puntos más importantes de la agenda de Peña Nieto es la lucha contra la corrupción. ¡Habrase visto! La impugnación de la elección y la solicitud de no validez hecha ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), está jurídicamente sustentada en la Constitución, buscando que el Tribunal determine la realización de una elección presidencial extraordinaria; como ya lo ha hecho en otros casos parecidos (Morelia, Michoacán y Zimapán, Hidalgo, en 2009). Es posible que la impugnación sea desechada, pero aún así era importante que se hiciera, porque se podrá constatar la parcialidad y el contubernio con el que han venido actuando las instancias electorales. Al margen de las acciones legales encabezadas por Andrés Manuel, diversas organizaciones sociales y de la sociedad civil se reunieron el fin de semana en San Salvador Atenco y determinaron un plan de acción para impedir el nuevo atraco electoral, a las cuales se sumarán las de resistencia establecidas en el “Plan de defensa de la democracia y la dignidad” dado a conocer este miércoles por AMLO con el mismo objetivo. Al mal endémico de la corrupción hay que combatirlo con la movilización ciudadana, para que quede claro –tanto interna como externamente– que la mayoría de los mexicanos no aceptamos ese flagelo como destino manifiesto. Javier González Monroy es académico de la Universidad Pedagógica Nacional. Correo: tabano88@yahoo.com.mx