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miércoles, febrero 21, 2024
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México, “la caricatura perfecta”: Juan Villoro

El escritor presentó en Tijuana, su libro de ensayo “La utilidad del deseo”, publicado por Anagrama en 2017. “La política pasó de ser un control autoritario que impidió golpes de Estado al elevado precio de no tener una democracia auténtica. Esta dictadura perfecta transitó hacia una forma de ejercicio de la política francamente ridícula, impresentable, con cuotas de impunidad y de violencia nunca vistas”, expresó el autor a ZETA

En su regreso a la frontera norte de México, Juan Villoro impartió en el Centro Cultural Tijuana (Cecut), la conferencia magistral “Carlos Monsiváis. En sus 80 años”, el martes 15 de mayo y, además, al siguiente día presentó “La utilidad del deseo”, su más reciente libro de ensayo, publicado en 2017 por Anagrama.


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Se trata del tercer libro relacionado con la pasión de compartir algunas lecturas fundamentales que el autor desmenuza a través del ensayo literario, luego de “Efectos personales” (Anagrama, 2001) y “De eso se trata” (Anagrama, 2007):

“Un poco el sentido de estos tres libros que llevo hasta ahora, ‘Efectos personales’, ‘De eso se trata’ y ‘La utilidad del deseo’, pues ha sido el de compartir lecturas que de alguna manera he llevado a un punto de clausura, aunque sabemos que toda valoración no es definitiva; se trata de autores que han muerto, autores que ya tienen una obra concluida y que representan pasiones mías”, refirió a ZETA, Juan Villoro, previo a la presentación editorial en la Sala Carlos Monsiváis del Cecut, el miércoles 16 de mayo.


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EL ENSAYO O “DESCIFRANDO SUS GUSTOS”

En “La utilidad del deseo”, Juan Villoro aborda algunos de sus autores y lecturas clásicas en cuatro grandes apartados: “Los motivos de la escritura”, “La orilla europea”, “La orilla latinoamericana” e “Infancia, lenguas extranjeras y otras enfermedades”.

En síntesis, por “La utilidad del deseo” habitan, en la segunda sección, por ejemplo, célebres autores como Daniel Defoe, Gógol, Dostoievski, Karl Kraus y Peter Handke; mientras en la tercera parte pulula Ramón López Velarde, Rodolfo Usigli, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Manuel Puig, Jorge Ibargüengoitia, Gabriel García Márquez y Carlos Monsiváis.

A propósito de su interés por compartir aquellos autores o lecturas de los que ha hecho algún descubrimiento de manera particular en su trayectoria, Villoro manifestó en entrevista con ZETA sobre su papel como escritor del género de los argumentos:

“El ensayista es como un cartero que lleva noticias de una persona a otra persona; entonces, creo que es muy importante que el efecto fundamental de un ensayo pueda ser que tú te ocupas de un autor, citas sus palabras, y esto se lo llevas a un lector que ojalá, a partir de ese ensayo, pueda leer los textos que tú estás comentando o si ya los ha leído, los pueda interpretar de otra manera. Entonces, este trabajo de vinculación, de distintas zonas de la cultura, pues yo creo que es lo más generoso que puede tener el ensayo, hacer que circulen las palabras de los otros a través de las tuyas”.

— Has dictado diversas conferencias sobre múltiples autores que han desembocado en ensayos. ¿Cuál fue el criterio de selección de los ensayos a incluir en “La utilidad del deseo”?

“El tema es que no puedo ordenar de manera panorámica los libros porque no me he ocupado solo de autores latinoamericanos, sino en simultáneo me he ocupado de autores de otras literaturas; tampoco lo puedo ordenar en un sentido exclusivamente cronológico o por tendencias literarias porque me he ocupado de autores de distintas épocas.

“Inevitablemente, ‘La utilidad del deseo’ es un libro que tiene que ver con el surtido de los intereses que he tenido, también fomentados por editores solidarios que me han pedido prólogos, textos para suplementos o revistas y en ocasiones la invitación de estos redactores ha sido el acicate para escribir de un autor del que probablemente yo no hubiera escrito de no ser por recibir este incentivo y es que tú vas leyendo a lo largo de tu vida y no siempre te planteas la tarea de detenerte en un autor y reflexionar sobre él, y cuando llega la invitación de algún editor, de pronto ves de otra manera lo ya leído y te preguntas si puedes tú reaccionar ante eso.

“Yo creo que uno no debe escribir ningún ensayo exclusivamente para exponer lo que te dejó esa lectura, sino que debes escribir un ensayo para descubrir algo en esa lectura. Yo pienso que el ensayista entra a la recámara de otro autor y descubre un cajón que no ha sido abierto, y al abrirlo se da cuenta de que hay un contenido que se debe compartir.

“Entonces, los autores de los que yo escribo son los que creo que me permiten ciertos descubrimientos, por supuesto parciales, nada que revele cosas inauditas de ellos, pero sí comentarios que los pongan en una luz diferente; o sea, no tiene caso simplemente hacer un ensayo escolar, expositivo, de qué trata la obra de un autor y en qué época vivió, sino hay que tratar de hacer una interpretación que pueda tener algo, un tanto singular.

“Hay muchos autores que admiro muchísimo, pero en los que no he encontrado ese cajón secreto, o sea que no he encontrado una oportunidad de compartir cierto descubrimiento sobre ellos; me cautivan, me emocionan, me gustan, los releo, pero no tengo yo esta posibilidad de agregar un pequeño valor a su obra a través de la interpretación.

“Entonces, pues en los tres libros que he escrito, hay autores que son de los que más me gustan, pero que también son aquellos que me han permitido estos pequeños descubrimientos que me gusta compartir con los lectores.

“Pero, básicamente, cuando escribo ensayo, trato de hacer interpretaciones que se apeguen más a los autores y por eso la utilidad del género que para mí tiene una utilidad muy personal; el que más aprende escribiendo un ensayo es el propio autor, son procesos de autoconocimiento los ensayos.

“Es muy fácil criticar un libro que te parece defectuoso porque encuentras fallas que impiden que el libro opere como debería, pero es mucho más difícil justificar que algo te gusta; o sea, razonar tus pasiones es difícil entre otras cosas porque las pasiones suelen ser muy subjetivas.

“Nabokov decía que la única prueba legítima de que algo te gusta es sentir un escalofrío en el espinazo, o sea, cuando sientes ese aguijoneo es que algo te cautivó, pero no lo puedes explicar, no lo puedes razonar, y justamente el arte es la difícil tarea de razonar escalofríos, es decir, de poder explicar eso que sentiste de manera tan subjetiva y no necesariamente compartible.  Entonces, el que más aprende con el ensayo es el propio autor que al descifrar a otros, se está descifrando a sí mismo, está descifrando sus gustos”.

 

VILLORO, EL AFORISTA

No todos los ensayistas son aforistas o no todos los argumentistas dominan el arte de la sentencia. Juan Villoro es ensayista, sin embargo, también aforista. Por supuesto, “La utilidad del deseo” es un libro de ensayos abundante en aforismos: “No se escribe para mentir, sino para decir otra clase de verdad”, “El ponente no diserta para obtener un grado o instruir a los demás, sino para comprobar su estado mental”, “No basta ser susceptible para ser escritor, pero es muy difícil ser escritor sin ser susceptible”, por citar solo algunos.

Cabe destacar el título “Georg Christoph Lichtenberg. Aforismos” (FCE, 1989), cuya selección, traducción, prólogo y notas estuvieron a cargo de Juan Villoro; en otras palabras, Villoro y el aforismo comparten una relación añeja.

—A diferencia de las conferencias que dictas sin leer, donde a veces recurres a las sentencias, ¿qué posibilidades de creación aforística te brinda el ensayo?

“Yo creo que las conferencias te pueden servir como boxeo para ir preparando temas en los ensayos. Por otra parte, yo pienso que una conferencia debe producirse ante el público, es decir, yo no creo demasiado en las conferencias leídas porque eso invalida el hecho mismo en la medida en que si tú tienes ya un texto, pues simple y sencillamente leerlo en público para eso podrían contratar a un actor que lo leería mejor y que le daría más emoción al texto y tendría probablemente mejor voz.

“Las conferencias leídas suelen ser, algunas de ellas, interesantes, pero mucho más frías que las conferencias que se están produciendo con todos los riesgos que eso implica en el momento mismo de ser dichas. Yo creo que el conferencista debe preparar lo que va a hacer, pero sobre todo debe producirlo y el primer sorprendido de lo que se dice en cierta forma, es él mismo, porque es un laboratorio mental en el que él está trabajando y se está sometiendo al riesgo de divagar o de no encontrar la formulación precisa, pero está ejerciendo, pues en tiempo real el análisis de una obra o un autor.

“Yo creo que la conferencia debe tener esta condición espontánea. Los mejores conferencistas que yo he oído como Ricardo Piglia o por ejemplo, Borges, a quien nunca oí en una conferencia de manera presencial, pero afortunadamente hay muchas de él grabadas y filmadas, son extraordinarios conferencistas que iban generando el pensamiento a medida que lo iban expresando, por supuesto, basados en apuntes y conocimientos y preparaciones previos.

“Me gusta la posibilidad de ir trabajando un tema, de irlo discutiendo y luego esto puede derivar en un ensayo o no; o sea, no de todas las conferencias queda un ensayo escrito, pero cuando queda el ensayo, pues sí tiene una presentación más contundente y de ahí también que aparezcan estos pasajes de condensación que son los aforismos. A mí me gusta más pensar que el aforismo es un género que la gente entresaca de un texto y no en un género que se presenta solo, porque me parece un poco arrogante o prepotente presentar exclusivamente como síntesis de sabiduría, máximas.

“Hay grandes autores que así lo hicieron, yo mismo traduje a uno de los más conocidos que es Lichtenberg, del Siglo XVIII, pero yo creo que lo más interesante para mí son como los aforismos que uno entresaca como subrayados de otros autores, y que esas frases muchas veces lo que hacen es condensar, rematar el sentido de un párrafo; usando una metáfora futbolística, serían los muchos pases necesarios para que alguien remate a gol y ése sería el párrafo, los pases necesarios, y el aforismo final sería ese remate, ese tiro al ángulo que es posible gracias a los pases previos, pero que concluye la jugada.

“A mí me parece que en un libro de ensayos, el género se presta mucho porque tú tienes que ser explicativo y el aforismo que tiene una condición rotunda, pues, digamos, que cierra como un remate a gol, un argumento; entonces, a mí me parece que es quizá donde aparece mejor esta tendencia en mí trayectoria más que en el cuento, que debe insinuar cosas y no cerrarlas tanto, no ser tan contundente ni concluyente”.

“Los aforismos están desperdigados, pero también en textos de ficción, en artículos periodísticos, en la novela ‘El testigo’ me han señalado muchos; a mí me da mucho gusto que la gente los reconozca como tales, muchas veces me dicen ‘oye, hay un aforismo aquí’; pues yo simplemente escribí un párrafo y pensé que debía tener un remate eficaz y ese remate eficaz alguien lo puede entresacar y decir ‘bueno, puede vivir por su cuenta esta frase porque está diciendo algo al margen del párrafo previo’.

“A mí me gusta que el aforismo sea más un efecto de la lectura que de la escritura; o sea que alguien lo entiende como tal al leer un libro más allá de que el escritor haya pensado que eso es un aforismo o no”.

DEFOE Y LA NOVELA REALISTA MODERNA

Uno de los autores que apasiona a Juan Villoro es obviamente Daniel Defoe (Inglaterra, 1660-1731) de quien ha dictado múltiples conferencias ante diversos públicos, autor que por supuesto incluye en el ensayo “Daniel Defoe: la invención de la realidad” en “La utilidad del deseo”.

— ¿Cómo descubriste a Defoe? ¿Fue a través de alguna versión infantil de “Robinson Crusoe”?

“La primera lectura formal no fue en la infancia, creo yo, sino ya en la edad adulta y fue la traducción de Julio Cortázar, que es una traducción incompleta, pero es la traducción, digamos, que seguía la versión canónica de ‘Robinson Crusoe’, porque la publicación original es enorme, se publicó en tres volúmenes.

“Solo en tiempos muy recientes, Enrique de Hériz la tradujo por completo. El propio Cortázar ignoraba la versión completa, o sea, él había traducido lo que le dieron a traducir, que era una versión reducida; entonces, ése fue ya el contacto con la obra, pero me pasó con ‘Robinson Crusoe’ lo que me pasó con ‘El Quijote’: yo conocía muchas partes de esa obra previamente sin saber muy bien por qué, eso es lo que tienen los clásicos”.

— ¿Cuál fue la gran aportación que hizo Daniel Defoe a la literatura moderna?

“‘Robinson Crusoe’ funda la novela realista moderna en la medida en que convierte la subsistencia y la cotidianidad en una épica, o sea, lo que damos por sentado en un personaje: tiene que dormir, comer, subsistir, pero lo damos por sentado y esto, lo elemental, lo más básico, constituirse como un sobreviviente, lo convierte él en una proeza, y entonces, realmente todo lo que tiene que hacer ‘Robinson Crusoe’ tiene que ver con cómo crea un sistema para medir el tiempo, cómo crea un sistema para protegerse de la lluvia, cómo puede vencer todas las amenazas que tiene, cómo puede administrar sus propios vienes.

“Defoe sabía que ‘Robinson Crusoe’ era una novela, desde luego, pero no sabía que había fundado la novela realista moderna; o sea, cuando muere, él piensa que si acaso será recordado en la literatura, será por algunos versos que escribió, y al mismo tiempo muere sintiéndose muy fracasado porque está lleno de deudas; él siempre quiso ser un empresario, muy acorralado, y seguramente convencido de que su vida no tuvo tanto sentido.

“La literatura durante mucho tiempo había apostado por criaturas sobrenaturales, reinos imaginarios, toda la novela de caballerías tiene un vastísimo escenario de transfiguraciones y monstruos, embrujos, hechizos. Entonces, Defoe descubre que la realidad puede ser vista como una forma de la fantasía, es decir, el hecho de sobrevivir en condiciones extremas es tan apasionante, tan arduo, como enfrentar un dragón, es decir, conseguir agua potable, librarte de la fiebre en situaciones extremas es tan importante como decapitar a un monstruo en una novela de caballerías.

“Entonces, esa aportación es absolutamente central y creo que no es casual que Daniel Defoe a lo largo de toda su vida no haya querido ser otra cosa más que un empresario de éxito, o sea, él quería triunfar en la realidad de la Inglaterra de su tiempo, fracasó en esa realidad y entonces inventó la historia de un náufrago que logra sobrevivir y triunfar en una situación acorralada como la de la isla desierta”.

 

“LA CARICATURA PERFECTA”

Tras la presentación de “La utilidad del deseo” en Tijuana, Juan Villoro también expresó a ZETA algunas consideraciones sobre México, partiendo de la premisa: “He dicho alguna vez que México pasó de la dictadura perfecta a la caricatura perfecta”.

Luego argumentó: “Cuando Mario Vargas Llosa se refería a nuestro país como la dictadura que había logrado la perfección, aludía a un país de partido único que no tenía el autoritarismo de un gobierno militar, pero que había encontrado la forma de simular la democracia sin ejercerla, y durante mucho tiempo pensamos que cuando cayera el PRI, todo sería distinto para bien.

“Esto no necesariamente ha sido así, al grado de que hay una cierta nostalgia. Parafraseando a Manuel Vázquez Montalbán, el escritor español que alguna vez dijo ‘estábamos mejor contra Franco’, podemos decir ‘estábamos mejor contra el viejo PRI’, porque en el horizonte, el cambio, pues anunciaba que habría cosas mejores,

“Pero cayó el viejo PRI y llegó un ranchero (Vicente Fox), dispuesto a sacar las tepocatas, las víboras prietas y otras alimañas del presupuesto, aparentemente no las encontró por ningún lado; fueron tan inexistentes como las armas de destrucción masiva en Irak, y luego nadó de muertito y se dedicó prácticamente a desperdiciar el capital político que había tenido para llegar a Los Pinos; creo que consideró que con haber sacado al archirrival, al antihéroe de la política mexicana de la Presidencia, eso era suficiente.

“Luego vino Felipe Calderón que dejó al país en un baño de sangre con una cuota de muertos absolutamente inaceptable y la gente, cansada de esta circunstancia, votó por el regreso del antihéroe de la política mexicana que es el PRI”.

Sentenció Villoro: “En estas circunstancias, nosotros vemos que la política pasó de ser un control autoritario que impidió golpes de Estado al elevado precio de no tener una democracia auténtica. Esta dictadura perfecta transitó hacia una forma de ejercicio de la política francamente ridícula, impresentable, con cuotas de impunidad y de violencia nunca vistas, y se convirtió en la caricatura perfecta”.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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