Cuando Felipe Calderón absurdamente -sin primero haber instituido una fuerza de inteligencia civil con policías detectivescos, tipo Sûrete, Scotland Yard o FBI- inició la guerra contra el narcotráfico, basándose en los ya infiltrados en la marina y el ejército, obvió que fracasó.
En México, los guerreros aztecas eran odiosos por su crueldad y sadismo, y al estar en sus orgías por fortuna las demás tribus prefirieron aliarse a Hernán Cortés para acabar con su tiranía.