En Baja California, el poder absoluto trae consigo bonanzas, pero también atrofia la política, sobre todo a los que representan ese poder
Los conceptos y frases que relacionan y describen al “poder” pueden ser muchas. Desde la visión maquiavélica, la Realpolitik, y el idealismo socialista; pero en pocas ocasiones se hace referencia a que el poder atrofia, estanca, si no está sometido constantemente a la obligación del cambio.
Eso mismo ocurre con Morena en Baja California, donde se vive (o padece) un poderío absoluto en la cámara de representantes, en los ayuntamientos, en el gobierno de Baja California, encabezado por la gobernadora Marina del Pilar Avila Olmeda. El sector empresarial político también se asocia al movimiento; uno que no entiende, pero que por conveniencia decide arroparlo.
La representación de estos conceptos puede ser vistos en prácticamente cualquier escenario político, desde las decisiones políticas unilaterales de los gobiernos estatal y municipales, hasta en las glosas donde funcionarios de primer nivel del gobierno se someten -por obligación legal- al escrutinio de los representantes, oficialistas y de oposición, sobre las acciones del año y las responsabilidades de lo que viene.
Secretarios y funcionarios, cómodos y poderosos, acuden al Congreso como si se tratará de una nueva conquista, siendo ovacionados por diputados gobiernistas e intolerantes ante débiles -y algunos duros- cuestionamientos de la oposición.
Diputados oficialistas buscan proteger a los suyos mediante preguntas dóciles y a modo, mientras que la oposición, recargada principalmente en las diputadas -al menos en la narrativa- Daylín García Ruvalcaba, Yohana Gilvaja y Alejandrina Corral Quintero. Que no se entienda esta columna como una promoción política de las legisladoras, sino como una incapacidad de varios de los funcionarios, regidores y diputados, a responder con sobriedad los cuestionamientos de opositores que medianamente conocen por reportes de prensa, principalmente.
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Los gobiernistas, incapaces de defender sus responsabilidades, enfrentan, titubean e incluso erran, en sus intenciones de justificar su proyecto de Estado.
Mientras, diputados que fueron premiados -en su mayoría- por su cercanía y no por su liderazgo, observan o intentan defender a los suyos.
Los representantes de Morena no se han dado cuenta que su capacidad de ofender, de defender, de llevar al ring de lo ideológico los conceptos de sus líderes morales, son necesarios para preservar la simpatía social.
Los máximos representantes del poder en Baja California están atrofiados, estancados, porque no necesitan convencer, sino imponer; no necesitan negociar, sino arrebatar; no ven razón en consultar, sino en decidir arbitrariamente.
Las mejores etapas políticas del panismo a finales de los 90 y hasta la primera década del nuevo milenio, no podrían ser consideradas sin la perversa oposición del PRI y del entonces incipiente PRD. Es cierto, negociaron todo: se volvieron un sólo ente de corrupción, pero en los procesos se protagonizaban interesantes debates ideológicos, políticos, sociales; se llevaba a la mesa la discusión de narrativas. Había una necesidad obligada de usar todos los recursos políticos, económicos y discursivos para concretar cualquier fin.
A Morena le atrofia la comodidad, y hoy, que su proyecto político está en crisis -al menos en Baja California-, no tienen idea de cómo salir de ella porque creen que la única forma de salir es “trabajando”, cuando gobernar es mucho más que eso.







