Lo contrario de la valentía no es la cobardía, sino la conformidad.
Robert Anthony, profesor estadounidense.
En 1784, el pintor francés Jaques Louis David plasmó la que se considera una obra icónica del estilo neoclásico: “El Juramento de los Horacios”. En la misma, aparecen tres hermanos haciendo el saludo romano ante su padre, quien eleva al cielo sus espadas, mientras detrás del mismo, lucen abatidas por la tristeza y la desesperanza, tres mujeres y dos infantes. La pintura refiere un pasaje de la leyenda romana donde, ante la inminencia de guerra entre Roma y Alba Longa, sus gobernantes decidieron sortearla con un combate entre tres guerreros de cada bando: los hermanos Horacios provenientes de una familia romana y los hermanos Curiacios derivados de una familia albanesa. La figura del padre romano no solo representaba el sometimiento y exigencia patriótica sobre sus hijos, sino el honor de Roma por encima, incluso, de la felicidad y futuro de los suyos, ya que una de las hermanas de los Curiacios estaba casada con uno de los Horacios y una hermana de los Horacios estaba comprometida con un Curiacio. Así, la pintura refleja el deber y obediencia al Estado por encima del dolor y riesgo de la propia familia.
Tragedia que la leyenda termina por rematar aún de forma más grotesca: en el combate a muerte sobrevive solo uno de los hermanos romanos, motivando a su retorno, el reclamo y enfrentamiento con su hermana (enlutada por el Curiacio caído), quien termina asesinada por Horacio al llorarle a un enemigo de Roma. Locura consanguínea que acaba siendo perdonada y defendida por aquel padre fanático.
“El Juramento de los Horacios”, que fue concluida apenas unos años antes de que estallara la Revolución Francesa, contiene un mensaje oculto del pintor que se debía a Luis XVI en ese momento: Someterse al Rey, pase lo que pase. La reflexión actual sería, ¿hasta qué punto podemos mantenernos conformes con un destino dictado por ajenos, que terminará acabando con los nuestros?
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En México, el Estado de Derecho ha sido alterado a favor de un régimen político, sin confrontación, lucha o defensa cívica verdadera. El común denominador de nuestra ciudadanía es la total indiferencia y conformidad con el desmantelamiento de instituciones autónomas que hasta hace una década eran trofeos de batallas ganadas por la sociedad organizada como la transparencia, la libre competencia o el combate a la corrupción. No decir de la cooptación de las autoridades electorales o la transformación de cuarta al Poder Judicial.
Nuestro silencio y moderación vergonzante continuó con la reforma a la Ley de Amparo. La única norma del sistema jurídico mexicano que garantizaba restituciones y beneficios sobre cualquier individuo o colectividad, sin importar su condición, preferencia o postura. Esa norma igualitaria, democrática y que partía de la premisa de que el autoritario NO se autocontrola, fue arrebatada al individuo que la tenía para proteger sus libertades, para ser entregada en bandeja de plata al Estado, el mismo que describía Max Weber, como titular del monopolio de la violencia física “legítima” … o no, según existan controles para evitar que su bota no aplaste nuestros rostros.
Ahí la importancia del amparo, ese que entregamos sin batalla, porque la única constante es la histórica que sin duda llegará: de continuar el actual poder hegemónico, en uno, cinco o diez años, hundirá derechos humanos y borrará garantías individuales, sin que tengamos ya el derecho como resguardo. Porque aquí no cabe la distinción entre el letrado y el ignorante, entre el rico y el pobre, entre el que recibe el apoyo social gubernamental y el que trabaja doce horas al día sin ver que su presente cambie, todos somos responsables de voltear hacia otro lado y olvidar la valentía cívica que parece no solo oxidada, sino castrada. La reforma a la Ley de Amparo fue solo un experimento para tentar el agua de lo que viene en unos cuantos meses: una reforma electoral diseñada exclusivamente por el régimen y su estatus quo; donde no cabrán ni importarán otras voces, mientras el fanatismo estatal y la autoridad moral que supuestamente les dio el pueblo, esté con ellos.
Y en lo que viene para México, Horacio está listo para volver a callar a su hermana. De nosotros depende si vemos la tragedia en la pantalla de nuestro teléfono desde algún café o cantina, o abrazamos el conflicto y realmente peleamos por un país con equilibrios, respeto y futuro. En cualquier caso, nuestra voz o silencio serán juzgados.
Héctor R. Ibarra Calvo es mexicalense, abogado postulante y catedrático de Amparo en Cetys Universidad. Regidor en el XXII y XXIII Ayuntamiento de Mexicali.Correo: [email protected] X: @ibarracalvo







