Aunque encuestadoras serias y otras de las que trabajan para el mejor postor, se han dedicado en los últimos meses a demostrar cuantitativamente que la popularidad de la Gobernadora de Baja California, Marina Ávila Olmeda, sigue en descenso no sólo en el estado, sino en el país, donde en las mediciones su nombre aparece en el último lugar de las 32 entidades federativas, una realidad que suele confirmarse de manera por demás bochornosa para la mandataria estatal: con abucheos.
A la manifestación pacífica del 17 de mayo de 2025, cuando miles de personas se concentraron alrededor de una carne asada en la explanada del Centro Cívico en Mexicali, para pedir su salida del gobierno después que su credibilidad y confianza cayera a partir del 10 de mayo de 2025 cuando anunció que el gobierno de los Estados Unidos le había retirado la visa para ingresar a aquel país (unos minutos antes su esposo Carlos Torres Torres había anunciado lo mismo en su caso), la gobernadora y su esposo decidieron, ahora sí, mantener un bajo perfil.
Aun así, en la soberbia del poder, su partido Morena, sus funcionarios, sus legisladores y algunos seguidores pagados le organizaron un mitin de apoyo para dar la impresión de unidad, y de que, si había una parte de la población que ya no confiaba en ella, que la quería fuera del gobierno, había otra que le daba su total respaldo. Pero aquello no salió bien. Fue evidente el gasto público, el acarreo, el despilfarro, los miembros del gabinete organizando el acto nada espontáneo, como sí lo fue la carne asada en Mexicali
Después de esa mala experiencia, la gobernadora decidió cerrar todo acto al público. Sus conferencias de prensa sólo para los comunicadores y, particularmente, los de a modo del gobierno; los actos públicos con asistencia controlada, de hecho, dejó de hacer sus videos para redes sociales durante algún tiempo.
Su esposo, Carlos Torres Torres, desapareció de la escena pública; presuntamente viajó a Europa, lo mismo que su hermano Luis Torres Torres, cuando se supo que al primero le quitaron la visa y el segundo aparecía con su hermano, en una carpeta de investigación por el delito de huachicol y huachicol fiscal, abierta a partir de un decomiso en marzo de este año, en el puerto de Ensenada.
A pesar del respaldo que le dio su esposa la gobernadora, Carlos Torres renunció a los dos cargos honorarios que tenía en las administraciones públicas, la de Baja California y la de Tijuana, donde gobernadora y alcalde, respectivamente, lo nombraron coordinador de proyectos especiales. Argumentó que se retiraba de la vida política y pública, para concentrarse en la familia y los negocios personales, aunque bien a bien se desconoce de qué vive el primer caballero del estado, económicamente.
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Después de dos meses y medio de guardar bajo perfil, de acudir a taquerías sin cámaras para que la videograben, de no hacer giras por colonias y evadir cualquier acto masivo, dado que, en las manifestaciones y concentraciones multitudinarias los ciudadanos suelen entonar el cántico de “¡Fuera Marina, fuera Marina!”, hace unas semanas la gobernadora reactivó su vida en las redes sociales. Muy a su estilo, grabando videos desde su camioneta o en sus actos, para promoverlos en Facebook, Instagram o TikTok, pero la reacción de los usuarios de redes sociales tampoco ha sido buena para la mandataria.
Las publicaciones de la gobernadora, y las que poco a poco ha empezado a hacer también su aún desaparecido de la escena pública esposo, suelen abultarse de comentarios negativos para ellos. A pesar que es evidente que existe un equipo detrás que borra comentarios de odio en las publicaciones de los dos protagonistas y desvisados políticos, no hay esfuerzo que alcance para borrar de las redes sociales y la internet, la animadversión que muchos gobernados tienen hacia la titular del poder ejecutivo estatal.
También muy dada a acudir a cuanto concierto importante se desarrolla en el estado, Marina Ávila había dejado de asistir a las presentaciones de artistas, precisamente, para no ser abucheada, como sucedió cuando la mencionaron en un acto de graduación, o como ha sucedido en las manifestaciones orgánicas en su contra en varios municipios del estado.
Pero el lunes 11 de agosto la gobernadora, como muchas otras bajacalifornianas, no se resistió al concierto de la colombiana Shakira en Tijuana. La cantante de “Las caderas no mienten” reinició una segunda etapa de su gira por México en el estadio del equipo de fútbol del exreo del Hongo, Jorge Hank Rhon (estuvo preso por acopio de armas en 2011, y existen carpetas abiertas por homicidio donde se le menciona, pero no se le investiga).
En un video que comenzó a circular en redes sociales el martes 12, un día después de la presentación de La Loba en Tijuana, se ve cómo Marina Ávila llega al estadio y camina por un lugar de privilegio, dado que es más allá de las vallas que separan a los asistentes que hacen larga fila para entrar al estadio.
Quienes graban el video, a saber con la cámara de un celular, identifican a la mandataria estatal y le gritan, pero la gobernadora los ignora y continúa firme su camino hacia la zona designada para presenciar el “Las mujeres ya no lloran world tour”, por lo que, otras personas en la fila comienzan a abuchearla y a gritarle, una vez más, el ya tradicional cántico popular bajacaliforniano: “¡Fuera Marina, fuera Marina!”.
Fue muestra inequívoca, a justos tres meses que informó que le habían revocado la visa, del rechazo social que mantiene la gobernadora, que confirma en la cruda y difícil realidad lo que las encuestas demuestran científicamente, que su popularidad sigue en descenso; que no ha logrado levantarse del duro golpe del retiro de la visa, una situación nunca antes vista en México: que a un gobernador en funciones el gobierno de los Estados Unidos le retirara la visa para su ingreso a aquel país.
El descenso político de la gobernadora, cuyo periodo culmina en 2027, le llegó acompañado de una baja popularidad entre los gobernados que no olvidan y que, en cualquier momento, le recuerdan que ya no goza de su confianza.